'Masoca light'
Nueve semanas y media viene precedida de un aura de escándalo debido a que es el primer filme norteamericano producido para el gran público que habla, directa y explícitamente -al menos ése era el propósito anunciado-, de una pasión sexual destructora con fuertes componentes sadomasoquistas. En la publicidad o las entrevistas previas se comparaba esta película con El imperio de los sentidos o El último tango en París, pero lo cierto es que de la primera sólo tiene la idea de una estructura a rgurriental que vaya reforzando el carácter obsesivo, de dependencia, que se deriva de una relación física llevada hasta el extremo, pero todo queda en el terreno de las intenciones no concretadas; de la segunda tiene esa reivindicación de la animalidad como motivo suficiente para un primer encuentro satisfactorio, pero en la cinta de Lyne no hay el menor rastro del romanticismo desesperado que impregnaba y confería magia al trabajo de Bertolucci.En realidad, Nueve semanas y media es la mejor versión de Un hombre y una mujer 20 años después. Lyne, como el Lelouch de entonces, no es un director de cine, una persona que cuenta historias a través de la imagen, sino un fotógrafo al que le han dado la oportunidad de hacer muchas fotos, una tras otra, y le han permitido montarlas como ha querido. Y como buen retratista de modas -o autor de videoclips, que la diferencia es poca- Lyne anda siempre con el teleobjetivo puesto, más preocupado por los pliegues de la ropa que por los del alma, por los reflejos de unas gotitas de sudor que por el cansancio.
Nueve semanas y media
Director: Adrian Lyne. Intérpretes: Mickey Rourke, Kim Basinger. Guión: Patricia Knop, Zalman King y Sarah Kernochan, basado en la novela de Elizabeth McNeil. Fotografía: Peter Bizou. Música: Jack Nitzsche. Estadounidense, 1986. Estreno en Madrid: cines Azul, La Vaguada, Narváez y Roxy B.
En el fondo, películas como Nueve semanas y media corresponden a esos eslóganes que aseguran que el oro refleja sentimientos. La relación de sometimiento que asume Kim Basinger para entregarse y conseguir a Mickey Rourke es la de una chica sana y conservadora que está dispuesta a simular la perversión, pero nunca a practicarla. Porque poca malignidad hay en recubrir de miel el cuerpo de la chica y hacerla adivinar si lo que come, con los ojos cerrados y'manchando el lujoso suelo del apartamento, son fresas o melocotones.
La perversión, en todo caso, recae sobre la infeliz mujer de la limpieza, que a la mañana siguiente tendrá que fregotear el suelo con toda clase de productos para hacer desaparecer los restos de la pegajosa macedonia.
Pero, claro, esa particular cueva del sado dedicada al servicio doméstico no aparece en pantalla, pues el director prefiere mostrarnos a sus retozones protagonistas entregados a la fantástica tarea de amarse bajo la lluvia, destrozando el enésimo abrigo de piel de camello, unos estupendo jerseis de cashmere o un no menos lujoso esmoquin de fantasía.
Toda esta tontería de niños ricos que juegan a la bolsa -Mickey Rourke sonríe escépticamente todo el rato, como si ello bastara para fabricarle un pasado triste al personaje- o que se dedican a negociar con arte contemporáneo -Lyne dedica al pintor retirado de la mundanidad una escenografía digna del mejor spot de agua de colonia- es estrictamente risible, tal y como prueba la secuencia en que la pareja va a comprar una cama, tratada en clave de comedia cuando debía ser una situación angustiosa para ella y para el espectador, en el supuesto de que éste pudiera identificarse con una historia de pasión al margen de las normas.
Fabricadas con el mismo estilo de Flashdance -la cinta que lanzó a Adrian Lyne-, estas semanas en un limbo de alto standing han sido iluminadas por Peter Bizou, el excelente director defotografia de la muy estimable Another country.
El dato es significativo en la medida en que entre las dos películas no hay nada en común, de manera que queda claro que todo el excelente equipo de profesionales que ha puesto en pie el filme se ha plegado a los gustos e ideas del director, a ese concepto que convierte el amor en un repertorio de posturas y hace de la vasiedad sexual lan privilegio de ricos, jóvenes y gptapos. Vamos, que Adrian Lyne, sin necesitar ideas personales, hace auténtico cine de autor.
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