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FERIA DE SEVILLA

La miurada de la decepción

ENVIADO ESPECIAL,La última corrida de la feria de Sevilla es aquella en que está convenido que no salga "el toro de Sevilla", porque, tradicionalmente, es la miurada. La afición torista, que la hay abundante en esta plaza, pone en la miurada su ilusión, y espera salgan toros con el trapío que no ha podido ver en toda la feria.

Los Miura, ya se sabe, son toros con personalidad, física y psíquica, y su lidia siempre lleva aparejada la garantía de la emoción. Ayer, en cambio, resultó decepcionante. Los Miura resultaron mansos, carecían de poder, dieron un juego tan plano que resultaba aburrido, algunos tiraban derrotes Con mala uva, y la personalidad física y psíquica se les apreció a ratos, y no a todos.

Miura Ruiz / Miguel, Vargas, Mendes

Toros de Eduardo Miura, bien presentados, mansos, de feo estilo. Ruiz Miguel: estocada corta caída (ovación y saludos); dos pinchazos, estocada corta atravesada y dos descabellos (aplausos y salida a los medios). Pepe Luis Vargas: dos pinchazos, media y tres descabellos (ovación y salida a los medios); media muy baja, pinchazo y estocada corta caída (ovación que recoge la cuadrilla; lesionado, pasó a la enfermería). Víctor Mendes: dos pinchazos bajos y media (ovación y salida al tercio); estocada corta tendida y dos descabellos (ovación y salida al tercio).Parte facultativo: Vargas fue atendido en la enfermería de contusión en la cadera y probable fractura, pendiente de examen radiológico. Pronóstico reservado. Plaza de la Maestranza. 20 de abril. 10ª corrida de feria.

Si en lugar del hierro Miura esos toros hubieran lucido otro, a estas horas ya se estaría pidiendo que no vuelvan a la feria. Aquello de que el Miura tiene cuello-gaita -o cuello-acordeón, también se dice- no es una verdad tan hermosa que justifique exhibirla de blasón.

El cuello-gaita se justifica entre las múltiples reacciones que dicta la codicia del toro encastado, al estilo de tantos Miura que la han enseñoreado durante una centuria larga por los ruedos de todo el país, añadiendo este grado de: peligro a la emoción de su bravura. Ahora bien, un toro con casta a medias, o sin ella, y manso, y flojo, si encima tiene cuello-gaita, ya pueden irlo enviando al matadero.

En efecto, hubo de esos ayer, cuello-gaita, para disgusto de los toreros y del público. El primero de Ruiz Miguel y el segundo de Pepe Luis Vargas eran de tal catadura. Más aún que de cuello gaita, de derrote al bulto; un matiz que empeora la cuestión. Ruiz Miguel, veterano diestro, libró con decoro los gañafones y montó la espada en seguida, según convenía. En el cuarto, que tenía justito el trapío y lejana la estampa de Miura, hizo lo mismo, pues el manso quedó reservón y sólo movía la cabeza para tirar cornadas a quien se le pusiera a su vera.

Vargas, más nuevo y hambriento de glorias, se empeñó en porfiar el redondo en su segundo, cuello-gaita; aguantar los derrotes a costa de lo que resultara del vidrioso trance, y uno de ellos, que le dio de refilón, le tiró lejos, como si fuera un pajarito tocado de ala. Se incorporó, retorciéndose de dolor, y cuando cogió resuello, aún volvía a porfiar -¡menudo valor tiene el ecijano chiquitín!-, ahora de frente, intentando alegrar la embestida con su vocecita. Naturalmente, no había nada que alegrar: el Miura era siniestro.

Para la fama de la histórica divisa, peor baldón que un siniestro toro de avieso derrote, es que le salga borrego, y así fue el segundo de la tarde. Poseía la capa cárdena y la alta cruz que caracterizan a los de su casta, pero nada más tenía acorde con su leyenda.

Borreguez perniciosa

Tenía, por el contrario, blandura de remos, mansedumbre, el vicio de escarbar -que es tan feo en el toro como en el humano meterse el dedo en la nariz-, la manía de berrear, y por temperamento, borreguez perniciosa. Pepe Luis Vargas llevaba virgen la ilusión de torearle y, fallido el propósito, hubo de conformarse con girarle entre las astas un molinete garboso, para dejar constancia de su presencia torera.Vargas había recibido con unas verónicas finísimas al borrego, cuando aún no lo parecía. Víctor Mendes añadió un quite por chicuelinas. Luego se dieron cuenta todos de que el Miura fachendoso era un manso de mucho cuidado.

El siguiente también salió manso, y además cojo; sólo que ese no tiraba derrotes y hasta habría permitido que le torearan con arreglo a los cánones. Víctor Mendes, quizá no muy convencido dela novedad, embarcó descaradamente los redondos con el pico de la muleta y dio muchos pases sin sentir el repiqueteo cardíaco del toreo güeno.

Se desquitó Mendes en un impresionante tercio de banderillas al sexto. De los pares que prendió, uno de poder a poder y otro de dentro a fuera, ambos "asomándose al balcón", poseyeron la categoría de soberanos. La Maestranza entera se puso en pie para aclamarle.

Acabó el toro como todos, aplomado, derrotón e incierto, y el valiente torero portugués hizo el alarde de porfiarle muy encima de los pitones. Demasiado hizo. El Miura y la miurada toda, más que broche tradicional de la feria, había sido carne de matadero.

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