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"¡Arrímese usté, maeztro!"

JOAQUÍN VIDAL ENVIADO ESPECIAL, Curro no se quería arrimar y la gente le decía que se arrimara. Siempre hay quien tiene que llevar la contraria. Si Curro no se quería arrimar a los toros, sus razones tendría. A vista de palco, cabía suponer que sería, precisamente, por los toros. En primer lugar, por ser toros. Qué manía tienen de ponerle delante toros a Curro, con lo agradables que son otras especies; cabras, ovejas, gallinas, por ejemplo. En segundo lugar, porque, además de toros, aquellos animales parecían borricos asilvestrados, y no se iba Curro a arrimar ahí. Ni para el natural, ni para nada. En el tercio de banderillas del último de la tarde, un espectador le gritó: "¡Arrímese usté, maeztro!". Solicitud gratuita la del respetuoso espectador aunque, efectivamente, entre donde se desarrollaba el tercio y donde Curro tenía puesto el pedestal de su persona había tres cuartos del diámetro de la plaza, o más.

Montalvo / Romero,

Ortega Cano, MendesToros de Montalvo, desiguales de presencia, feos, de media casta y mal estilo. Curro Romero: tres pinchazos y estocada (bronca); tres pinchazos y descabello (protestas). Despedido con lluvia de almohadillas. Ortega Cano: estocada atravesada que asoma, cuatro descabellos -aviso con retraso- y otros seis descabellos (silencio); pinchazo, estocada trasera y descabello (silencio). Víctor Mendes: estocada atravesadísima envainada, estocada y tres descabellos (gran ovación y salida al tercio); metisaca bajo (silencio). Plaza de la Maestranza. 19 de abril. Novena corrida de feria.

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Ni de lejos quería verlos. El que abrió plaza, un torazo, estuvo toda la lidia queriendo escapar a chiqueros, huía de los puyazos, y dos veces que Curro le puso la muleta delante, pegó otras tantas coladas furiosas. No sólo le empalideció a Curro la faz, sino también el precioso terno burdeos y otro que le enlindaba. La seda burdeos adquirió un inquietante tonillo clarete.

Desde el tendido, el cuarto daba la sensación de ser mejor toro, quizá el único manejable de la corrida, boyante acaso, quién sabe si pastueño, de haberlo intentado torear un torero decidido, poseedor del don del temple. Se trata de especulaciones, naturalmente, y a Curro nole consuela nada en absoluto que los toros les parezcan buenos a los demás. Se lo tienen que parecer a él mismo, con claridad meridiana.

Por añadidura, empezó a cruzar el cielo un desfile de globos, uno azul, otro rojiblanco, otro enorme, colorado como una amapola. A Curro le faltan algunas cosas que hacer en esta vida, entre otras montar en globo, y la inesperada aparición del extraño desfile le supo de mal gusto y peor fario.

De manera que en lugar de ensayar el natural con aromas de alhelí, se puso a ventear la muletilla, para quitarles el polvo a los pitones del toro. La súbita predisposición hacendosa del maeztro-anímese-usté, puso frenético al público, que le voceó picardías y otros vocablos de grueso calibre, y si no le arrojó almohadillas fue porque aún quedaban por delante dos toros de la corrida y el asiento es duro.

Quedaban dos toros malos, igual que habían sido los dos anteriores al viaje en globo. Feo ganado, embastecido y desigual; grandote uno, anovillado otro, aborricados todos; de media casta o de ninguna casta. A saber si un semental golfo, venido de sabe Dios dónde, saltó la cerca cuatro años ha, y se benefició lavacada. Una prueba de paternidad (responsable), aclararía lo sucedido. Se lució a modo, ayer, la representación del ganado de Salamanca.

Temeridad de Mendes

Al anovillado le ensayó redondos Ortega Cano en una faena construida con perfección técnica, pero no podía haber lucimiento, con aquella embestida de cara alta, sin ninguna codicia. Menos lo tenía el quinto, gazapón, probón y topón, al que consintió bastante más de lo que su burrez merecía.

Ahora bien, en cuanto a consentir, Víctor Mendes, que le había prendido al tercero tres pares de banderillas muy auténticos, llegó a la temeridad. Incierto y de media arrancada ese toro, arriesgó el terno y la cartera, con todo lo de dentro, ante la angustia de un público verdaderamente impresionado por sus insistentes alardes de valor.

El toro se le paraba junto a la taleguilla, movía la cabezota amagaba el derrote, y Mendes aguantaba impávido, inmóviles las zapatillas, hasta que lograba diluir la brusca arrancada en los vuelos de la frartela.

El sexto, aún de menos casta, se le aculó a tablas a poco de empezar el muleteo y de apuntar unos naturales, y allí mismo, junto al estribo, se sentó, el muy burro. Cuando le forzaron a incorporarse, la venganza de Mendes consistió en meterle un metisaca por donde no veas, que fulminó al díscolo.

"¡Arrímese usté, maeztro!". ¿A semejante muladar se iba a arrimar el faraón de Camas? Fueron los guardias quienes se le arrimaron, bien pegaditos, dándole escolta, por si algún testigo presencial, menos respetuoso que el aficionado vociferante, pretendía expresar de otra manera su razonada solicitud de que se arrimara. otros tiraron almohadillas, con todo el furor deque eran capaces, ninguna de las cuales le dio al maestro en el cogote, como pretendían. Y quedaron más frustrados aún.

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