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Casta de torito bravo

El toro de Sevilla salió ayer en Sevilla. No es tan fácil, pues los taurinos se han pasado toda la feria intentando colar el choto que ellos llaman el toro de Sevilla y los veterinarios lo echaban para atrás, pues decían, y con razón, que el toro de Sevilla no es ese. El toro de Sevilla salió ayer, en efecto, ante la general complacencia. En otras plazas, por ejemplo la de Madrid, seguramente no habría pasado ninguno de los seis, pero no quiere decir nada, pues cada afición tiene sus gustos. El de la afición sevillana es bueno, y le satisface el torito cuando luce trapío en su poquedad y saca casta, como los ejemplares de El Torero.El primero tenía casta de toro bravo y le hizo pasar malos ratos a Emilio Muñoz. Si sale el toro bravo, ya se sabe: a correr. Emilio Muñoz estuvo valiente, pero no podía con el toro de casta, codicioso y crecido, que llegó a voltearle, y después volteó a un peón. Al cuarto, de menos genio, Muñoz le hizo una faena esforzada, violenta hasta que cogió el ritmo quedo de la embestida y, a partir de ahí, honda. Muñoz es un torero temperamental, que gana mucho cuando sosiega el ánimo. Sosegó en el último tramo del muleteo, y allí le salió el toreo güeno.

El Torero / Muñoz, T

Campuzano, OjedaToros de El Torero, terciaditos, encastados. Emilio Muñoz: media bajísima envainada, bajonazo y aviso con retraso (palas); pinchazo y estocada corta caída; la presidencia le perdonó un aviso (ovación y salida al tercio). Tomás Campuzano: estocada caída (vuelta); tres pinchazos y estocada (silencio). Paco Ojeda: dos pinchazos -aviso con retraso-, estocada caída y descabello (aplausos); bajonazo descarado (oreja). Plaza de la Maestranza, 18 de abril. Sexta corrida de feria.

Otro tipo de casta, dulce como, los tocinillos de cielo, sacó el segundo, y la afición concienciada se echaba las manos a la cabeza porque lo iba a torear Tomás Campuzano, que es un técnico con paladar más hecho a la salazón que a los almíbares. La sorpresa fue que construyó una faena técnicamente irreprochable, condiciones del torito acaramelado y, por tanto, rica en variedad de suertes. Templaba con exquisitez el redondo, y como el toro sacó algunas asperezas por el pitón izquierdo, mandaba en breves tandas de naturales y cambiaba al de pecho de cabeza a rabo, o al molinete girando entre los pitones, y entró a matar en el momento mismo en que el toro le pedía la muerte. En el quinto acaeció lo contrario: estuvo plúmbeo.

A ese quinto, de más presencia que el resto de la corrida, el picador le había abierto por los lomos hasta la barriga una canal, que era el dibujo cartográfico de la cuesta de la Media Fanega. Los picadores hacen maravillas con la puya. Al primero de Ojeda, el cartógrafo le pegó duro, aunque era flojo, y el torito de Sevilla quedó convertido en malva. Ojeda le dio derechazos con el pico de la muleta y para los naturales se descolocaba, por lo que el torito de Sevilla probaba las embestidas, no muy cierto de por dónde debía ir.

El sexto, en vez del toro de Sevilla era el del pueblo de al lado. Ni tipo, ni cara, ni pitones tenía ese torito de cercanías. Frente a semejante fiera, Ojeda instrumentó unos redondos desangelados, y en seguida se entregó a los alardes de su especialidad, que consisten en poner el cuerpo vertical junto a los pitones y el brazo estirado atrás, la muleta de bandera, al estilo guardabarrera.

No es que carezca de mérito; indudablemente, ahí hay valor. Pero el toreo se suele entender de distintas formas; por ejemplo, y sin ir más lejos, toreando. Los pases de pecho, esos sí los ligaba bien, en un palmo de terreno. Pegó un brinco ancestral para ejecutar el volapié y le salió un bajonazo.

El público, que le animaba con palmas sanluqueñas cada vez que iba a salir su toro -el de Sevilla o el del pueblo de al lado-, se puso contentísimo, pidió la oreja, y como el presidente se apresuró a concederla, salió feliz, dando palmas y jipíos, camino de la feria.

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