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Samuel Beckett, efeméride de un hombre normal

El autor de 'Esperando a Godot' cumple hoy 80 años

"Yo hablaré de mí cuando deje de hablar para siempre", dijo un día Samuel Barclay Beckett. Ese momento no es de actualidad en este 13 de abril que redondea 80 años desde que, en la periferia sur de Dublín, nombrada Foxrock, naciera el segundo vástago de una familia protestante y acomodada: el padre, que "no era religioso"; la madre, "profundamente religiosa", y el "moderadamente religioso", el hermano mayor de este hombre, ignoto y simple como la adición de la noche más el día, que también ha anotado a propósito de esa cuestión del protestantismo y la religiosidad: "Para mí todo eso no era más que aburrimiento, y lo dejé de lado".

¿Y dónde festejará Beckett sus 80 primaveras? Una cosa es segura aparentemente: no vivirá este día en París, donde reside normalmente desde hace más de 40 años, donde ha escrito gran parte de su obra y donde, en 1953, en un teatrito del bulevar Raspail parisiense, el Babylone, entre gritos de espanto estalló la bomba teatral del siglo posiblemente: Esperando a Godot. La semana pasada aún, el buzón matasellado, con su apellido en la portería de su domicilio reventaba de correo atrasado; tres semanas antes, el portero ya le informó a un visitante que "monsieur Beckett n'est pas lá".No sería extraño que, una vez más, por razones de un instinto tan normal en él como debía de serlo la religiosidad en su madre, el autor de Murphy (novela de la que se vendieron 30 ejemplares en 1947, en Francia) se haya alejado prudentemente. Ya hizo otro tanto en 1966; a partir del instante en que los medios de comunicación empezaron a cantar su nombre como posible premio Nobel de literatura, no se volvió a saber más de su sombra escuálida y alargada hasta que se desvaneció el barullo que se arma al producirse cosas así. Quizá, como entonces, se encuentre en Túnez, al amor de su temperatura. Vaya usted a saber; en cualquier caso, Beckett festejará su cumpleaños de la manera mas común. Y seguro que lo que piense en este 13 de abril, efeméride literaria, algo tendrá que ver con lo que dice uno de sus textos: "Así es como he llegado hasta la hora presente. Y hoy, aún, esta noche, parece que voy tirando, me llevo en mis propios brazos, sin mucha ternura, pero fielmente, fielmente".

De Beckett se ha dicho lo más maravilloso, y lo más pérfido e idiota. A fuerza de no conocerlo personalmente, o de pretender conocerlo, o de intuirlo a través de su obra, lo que cunde es la deformación y la falsedad. Beckett es una persona absolutamente normal. Allá ellos, los que todo lo subliman o lo descuartizan a cuenta del absurdo que parece ser representa la obra de Beckett porque, según esos mismos especialistas, él y su colega Eugenio lonesco, a la postre, no son más que la escenificación del esoterismo de los años veinte, con Kafka, Joyce y el superrealismo, más el cubismo y la pintura abstracta.

De la normalidad del Beckett hombre / creador hablan sus frases normales, cristalinas y limpias: "Ya no me acuerdo de cuándo he muerto"; "esto es el silencio total, esto no es el silencio; no hay nadie, hay alguien"; "todo acabó a propósito de mí. Yo nunca jamás diré yo". Y su frase quizá mas elemental, dicha a modo de epitafio en la muerte de su amigo y maestro Joyce: "Estoy seguro de que le concedía la misma importancia a la caída del ángel y a la caída de una hoja".

Más simplemente habla de Beckett una enumeración lineal y cronológica, desde 1946, de sus obras de teatro, poemas, novela, textos, escenarios: Primer amor; Mercier y Camier; El expulsado; El Fin; El Calmante; Eleuteria; Molloy; Malone muere; Esperando a Godot; Watt; El Innombrable; Textos para nada; Fin de partida; Todos los que caen; Acto sin palabras; La última Banda; Cenizas; Acto sin palabras II; Como es; Oh los bellos días; Palabras y música; Cascando; Comedia; Filin; Va y viene; Di, Joe; Basta, e Imaginación muerta, imagina.

El último número de la prestigiosa revista francesa Révue d' Esthétique está dedicado íntegramente (475 páginas) a Beckett al pie de obra pudira decirse; pocos imaginan lo que ha sido la vida de todos los días de un hombre normal como Beckett: dirigiendo sus obras, presenciando el trabajo de otros directores, de los actores, de todos los colaboradores; sus cuadernos de dirección de escena son casi un secreto hoy, pero quienes los han visto los valoran como diccionarios beckettianos del futuro: "Porque el escritor Samuel Beckett", prologa la revista antedicha, "se ha apasionado siempre por todo el aspecto concreto del teatro y de los ensayos; y a partir de un cierto momento ha necesitado ser su propio director de escena". Y más: del otro lado del futuro de la movida madrileña ya se encontraba Beekett realizando obras y escenarios a propósito para los medios de comunicación del día, como la radio y la televisión.

En este día de su cumpleaños tampoco habría que echar mano del asombro si, normalmente, en el petit Café que da frente a su casa de una holgada calle montparnassiana, toma una infusión con su amigo el actor y ex administrador de la Comédie Française, Pierre Dux. Dice la ya citada Révue: "Si Beckett es una lección de algo, lo es de modestia, de rechazo de todo dogmatismo, de rechazo de aprisionar la vida en esquemas, conceptos y teorías".

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