Mi amigo Samuel Beckett
Este irlandés, Samuel Beckett, el escritor más disputado de este siglo, cumple hoy 80 años. Es mi amigo. Para los españoles, mis compatriotas, de cualquier edad, condición o gobierno, esto debe resultar muy increíble, raro, pretencioso. Incluso para mí. De manera que lo primero que debemos intentar será poner de relieve las razones que poseo capaces de descubrir tamaña afirmación.No creo que Samuel Beckett tenga muchas relaciones en nuestro país. Por tantos motivos: su insociabilidad, su modo de ser hirsuto, agrio y abrupto, el distanciamiento de todo mundo social urbanizado o solidario. Él vivió siempre por su cuenta y riesgo, apartado en su alcantarilla, bien segregada. Al parecer, nada en esta criatura resulta atractivo. Su rostro de ave de rapiña, de cernícalo, los ojos vivísimos en acecho, sus pocas palabras, la separada actitud ante la gente. A pesar de todos estos hechos, yo soy su amigo, sin haber tenido ningún contacto con su persona, desde lejos, y sólo porque he recibido tres libros dedicados con los mayores afectos, tan buenos saludos, las palabras más cariñosas. "Hommages, amities, souvenirs" y otras que nunca llegué a entender resultaban ilegibles por su letra endiablada.
Estos tres títulos: Fin de partie, Oh les beauxjours y Comment c`est los recibí por correo un día de abril de 1968 desde Les Editions de Minuit, de París, la casa que publicaba su obra francesa. También una corta correspondencia. Ya cortada, de esto hace mucho tiempo bastante expresiva, breve, como si se tratara del diálogo empleado en Esperando a Godot, lo que no es extraño. Samuel Beckett, mi amigo. No nos referimos a cualquier tipo de amigo, el amigo íntimo, el amigo de ocasión, el amigo compinche, el amigo camarada, el amigo de carne y uña, el amigo del alma, el amigo de toda la vida; ninguna de estas expresiones nos sirven para definir este estado de convivencia entre Samuel Beckett, premio Nobel de Literatura 1969, y yo.
Una amistad innombrable
Ha llegado la hora de contar esta historia, el nacimiento de una amistad casi innombrable. En esta historia se presentan tres personajes. Samuel Beckett, todo el mundo lo conoce muy bien, el primer poeta dramático de este siglo, según afirman los entendidos, el creador de un nuevo teatro; Patrick Waldberg, el investigador de arte contemporáneo, con obras tan importantes como Max Ernst, Eros modern style y su monumental libro Le surrealisme, superrealista de profesión, por tanto. Académico de Bellas Artes de París, actor de Antonin Artaud, ha hecho de todo, como se verá, y, por último, huésped de Santa Cruz de Tenerife durante un mes con motivo de una conferencia dada en el museo municipal de esta ciudad en honor de su gran amigo el pintor Óscar Domínguez, un hombre exuberante este Patrick Waldberg, cordial, sencillo, buen bebedor y sabelotodo hasta más no poder.
Como interlocutor en su sitio, el que esto escribe, d. p. m., una noche en mi casa cenábamos Patrick Waldberg y yo, y creo que bien atendidos por mi mujer, Rosita, ella representaba con buena discreción su papel en la comedia de la sociedad. Se comía un potaje, una tortilla no francesa y un plato de maizena, y, absurdamente, whisky en abundancia; nuestro invitado lo requería. Empezamos a hablar de teatro. Y salió al escenario el nombre de Samuel Beckett. Todos estábamos de acuerdo: el primer dramaturgo del siglo. Superior incluso a Pirandello, Eugene O'Neill y Bertold Brecht, el gran heredero de Esquilo, Shakespeare y Calderón de la Barca. La unanimidad completa, una fiesta, una juerga.
Pero esto no queda así. De pronto, Patrick Waldberg nos afirma que él es el mayor amigo de Samuel Beckett, que lo veía todos los días, que todas las noches jugaban al billar en un bar del barrio Latino de París, que era su vecino. "Ya te he dicho que Samuel Beckett es mi mejor amigo, que estoy con él todos los días y que por las noches, después de cenar, nos reunimos en un viejo café próximo a nuestras casas y jugamos dos o tres horas al billar. El habla muy poco y yo le entretengo y le informo de todo lo que pasa en París y en el mundo". No quería creer lo que este superrealista me decía. Samuel Beckett jugador de billar, Samuel Beekett aguantando todos los cuentos, chismes, alcahueterías, dimes y diretes y las patrañas de la historia contemporánea.
No estaba dispuesto a soportar esa imaginación descabellada de Patrick Waldberg. Que no, hombre, que no me daba la gana. Todo esto quedó así, con las más cordiales relaciones, hasta que nuestro crítico se marcha a París. Todo esto sucedía en 1968. Ya en 1955 se había estrenado Esperando a Godot en Madrid. Trino Martínez Trives tradujo la obra, se monta y la protesta se generaliza entre el público y la crítica y tantos hinchas. Primer Acto, la revista de José Monleón, publica el texto, y Alfonso Sastre, en la misma, escribe su exaltación, afirmando que se encontraba ante una literatura realista, de terrible ruptura, sí, pero que suponía la continuación del mejor teatro europeo. Una delicia.
Pasan 15 días y yo recibo un paquete de correos, con sellos franceses y certificado. Al dorso, el nombre de Samuel Beckett, con la dirección del café de París. Me quedé en suspenso con las obras en la mano cordialmente dedicadas, un poco alelado, no sabía qué me pasaba. Patrick Waldberg me había conseguido un nuevo amigo, se inauguraba una relación insospechada, una correspondencia en marcha. Qué alegría incontenible en mi biblioteca. Ahora ha llegado la hora, después de tantos años, de escribir sobre Samuel Beckett, el alfa y omega de este siglo del teatro con su inocente o pérfida literatura. Que si el fin del mundo, que si el nuevo mundo, que si el otro mundo, que si este pícaro mundo, que si el gran teatro del mundo. Samuel Beckett coincide aquí con William Shakespeare, "all the world's stage", y con don Pedro Calderón de la Barca y su auto sacramental. Qué ilustre genealogía, qué desfachatez, qué grandeza.
En este aniversario de sus 80 años no sé dónde está Samuel Beckett. Te busco por todas partes y no te encuentro. Pero sé que está ahí, en el infierno, no, quizá en el paraíso, o en el limbo, mejor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.