El círculo virtuoso del desarrollo
Ante los primeros desajustes y presiones proteccionistas que se expresan en relación a nuestra integración en la CE, el autor señala que el impacto de causación circular que él denomina "el círculo virtuoso del desarrollo" debe venir de olvidar los factores arancelarios y tratar de aprovechar mejor los factores de renovación y ajuste que la Comunidad puede aportar.
En estos últimos meses y dados los desajustes iniciales de la adhesión y los mayores ritmos de desarrollo que se registran en otras áreas económicas mundiales, se ha expuesto una serie de dudas sobre el efecto dinamizador que pueda suponer el ingreso en la CE a pesar del actual momento de eurooptimismo en que estamos.Ante ello me ha parecido útil hacer unas reflexiones sacadas de una conferencia que pronuncié recientemente invitado por la AIESEC en Valladolid.
Introducción
La Teoría Económica aplicable al estudio del impacto de la participación en una unión aduanera se ha venido mostrando como extraordinariamente ineficiente para analizar los efectos de las sucesivas ampliaciones de la Comunidad Europea.
Hay que recordar, a este respecto, que muchos fenómenos simultáneos a la asunción del acervo comunitario por parte de los nuevos países miembros han interferido cualquier posibilidad de realizar análisis capaces de aislar el impacto estricto de la adhesión de los impactos derivados del cambio de entorno económico general.
La primera ampliación de la Comunidad coincidió con el inicio de la crisis del petróleo y la explotación británica de sus pozos del mar del Norte. Entre la primera y la segunda ampliación, el Fondo Monetario Internacional se vio forzado a aceptar -de mal grado por su apego al régimen de paridades fijas establecido en Bretton Woods- un sistema de ajuste con cambios flotantes que priva hoy de auténtica significación a los efectos estáticos de creación y desviación de comercio derivados de las modificaciones arancelarias inherentes a la participación en una unión aduanera. Las rondas del GATT han erosionado la capacidad protectora y discriminatoria de los aranceles de aduanas al margen de los procesos de tipo regional. Los cambios en la formulación del proteccionismo agrario o presupuestario han pasado a centrar mayor inquietud que los aspectos puramente comerciales y arancelarios comunitarios tan importantes en los inicios de la Comunidad.
La Comunidad Europea está permanentemente presionada, por otra parte, para ir cambiando. Por una parte, el 28 de febrero se ha suscrito el acta que, aunque tímidamente, abre nuevas vías de supranacionalidad. Por otra parte, se generaliza el convencimiento de que la Comunidad debe conceder más importancia a temas industriales, tecnológicos y sociales hasta ahora mal dotados por la sobrepreocupación presupuestaria relativa dedicada a las cuestiones agrarias.
Todo ello quiere decir que España y Portugal ingresan a una Comunidad en evolución en la que, probablemente, las cuestiones arancelarias -de tanta trascendencia en el pasado de la teoría de las uniones aduaneras- se están viendo relegadas a un plano modesto.
Es por ello que el tema de los efectos dinámicos de la participación en la Comunidad pasa a ser el tema clave.
Dinamización
Todo el mundo está de acuerdo en que los beneficios mayores que España puede obtener de su integración en la Comunidad no dependen tanto de las modificaciones legales o arancelarias cuanto de la dinamización hacita mayores cotas de productividad a las que pueda acceder la economía española como consecuencia del proceso de causación circular de desarrollo que la convivencia con un mercado grande y más adelantado debe generar.
Es bien sabido que este proceso no va a dependeir solamente del sector industrial o del agrícola sino del conjunto de la economía.
El sector agrario sólo participa, actualmente, con un 5% o 6% en la renta total, y aunque esté muy primado por la Comunidad no puede ser locomotora suficiente de desarrollo. El sector manufacturero aporta, por su parte, menos del 24% de la renta y tampoco es variable explicativa suficiente para generar el proceso de dinamización buscado.
En otras épocas anteriores, además, la gran aportación de la agricultura al desarrollo fue, paradoxalmente, su cesión de mano de obra barata a otros sectores con mayores niveles de productividad como eran, entonces ya, la industria y los servicios.
Agotado en parte el proceso de trasvase de mano de obra agraria a la industria -como consecuencia de los problemas actuales de desempleo y no, ciertamente, por haberse alcanzado ya los bajos niveles de ocupación agraria europea-, la gran esperanza es la dinamización que pueda venir del sector de los servicios -que en estos momentos supone más del 60% de la renta y casi el 50% del. empleo nacional- y de la transformación interindustrial e intraindustrial que permita pasar de las producciones que explican su valor añadido en términos de toneladas a otras que las expliquen en kilos, en gramos o, incluso, en lo íntangible que es lo que, en definitiva, son los servicios industriales y la especialización de la exportación y cesión de tecnología.
La causación circular
Llegados aquí, queda por ver lo que puede hacer la Comunidad para ayudar a esta causación circular de desarrollo en cuyas manos quedan el futuro de la economía española y de los niveles de renta disponible.
En este sentido, ya los aires de mayor competencia que supone entrar en la Comunidad -con las presiones proteccionistas que aún se registran en ciertos sectores opuestos al inexorable reajuste que debe producirse: piénsese en el tema de las cláusulas de salvaguardia respecto a las importaciones siderúrgicas en detrimento de los intereses de las industrias transformadoras- deben ayudar a mejorar ciertas prácticas autárquicas siempre presentes en nuestro contexto económico, pero la gran esperanza de España es que la Comunidad Europea -pensando ahora en términos de eurooptimismo ante la baja de los precios del petróleo- asuma políticas industriales, tecnológicas, sociales y regionales más activas de lo que hasta ahora lo ha venido haciendo como consecuencia de la excesiva dedicación de sus escasos recursos presupuestarios a la agrícultura artificialmente sostenida y subvencionada sin perspectivas, además, de futuro.
La Comunidad Europea, precavida ante el acortamiento de distancias entre España y los países miembros tras el asimétrico acuerdo de 1970, no nos da ahora cláusula de desarrollo como ha dado a Portugal ni desarmes arancelarios más ventajosos.
Ésta es, quizá, una queja que España puede tener -pues está muy claro que, pese al desarrollo más rápido, nuestros niveles medios de renta están lejos de los medios de la Comunidad-, pero no es un argumento decisivo pues lo auténticamente decisivo -para que de aquí a unos años podamos afirmar que la entrada en la Comunidad ha resultado positivaes que la política económica general y las prácticas de los grupos empresariales más dinámicos permitan aprovechar las oportunidades institucionales y de mercado que la participación en la Europa comunitaria suponen al tiempo que brinden, también, un marco propicio para que las empresas transnacionales y las empresas nacionales agrícolas, industriales y de servicios contribuyan a la creación, a partir de aquí, de un círculo virtuoso del desarrollo.
es catedrático de Organización Económica Internacional en la universidad Central de Barcelona.
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