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El 23º Congreso de Filósofos Jóvenes, celebrado en Alcalá de Henares, ha analizado el fin de la modernidad

Casi 300 personas se han reunido durante esta semana en el edificio de la vieja universidad de Alcalá de Henares. Eran filósofos jóvenes que celebraban su 23º congreso, Cada año se elige ciudad y tema. Para éste debía discutirse, y así se hizo, la muerte de la modernidad. En 1987, la reunión será en Sitges, y el lema, Tiempo y lenguaje. Este año se han dedicado varios seminarios a analizar obras literarias, tebeos y, uno, a presentar un proyecto de intercomunicación telemática como correlato de los estrictamente filosóficos, en no pocos de los cuales se ha repetido la muerte de la modernidad y de todo cuanto atisbara vida, excepto la vida misma.

"La filosofía", recordaba Ángel Gabilondo la frase de Hegel, "debe guardarse de ser edificante". Una afirmación que podría servir como lema de un congreso, ya el 23º, de filósofos jóvenes dedicado a la muerte de la modernidad; incluso como conclusión, si no fuera por la voluntad puesta de manifiesto por casi todos los participantes de no aceptar conclusiones. Ha pasado, según los jóvenes pensadores, el tiempo del proyecto de concebir el mundo como un todo ordenado según el concepto de orden que se deriva de la razón moderna. Y en apoyo de estas tesis se cita a los clásicos de la decadencia -Nietzsche y Heidegger-, y a los rabiosamente últimos: Lytoard y Vattimo.Entre todos ellos se cuela a veces Habermas y, esporádicamente, alguna alusión al positivismo que provoca las iras de más de uno y más de 10. Cuando esto ocurre, las manos de los presentes se disparan hacia el techo pidiendo la palabra para negarse una y tres veces: "Yo no soy positivista", empiezan las intervenciones repetidamente. Y es que, a tenor de lo que se ha oído en el congreso, se ha muerto Dios, lo que ya era sabido; se ha muerto el hombre en su forma de sujeto, lo que no era menos conocido; y ahora se acaba de morir la propia muerte, que desaparece del horizonte porque el futuro se convierte en inexisitente en favor de un presente absoluto y simultáneo.

Y la filosofía deja de ser edificante, mientras "el desierto crece", por citar otra cita de Gabilondo, esta vez de Heidegger. Deja de ser proyecto para transformase en proyección del "sí mismo" hacia ninguna parte. Esas son las consecuencias de la muerte de la modernidad.

Pero ¿qué es la modernidad? Intentó un esbozo Eugenio Fernández, profesor de la Universidad Complutense, y llegó a múltiples conclusiones. Por modernidad se puede entender el siglo XX -especialmente a partir de Nietzsche- o la filosofía posterior a Platón, aunque los más de los asistentes parecieron aceptar que la modernidad es el período que arranca de Descartes y llega hasta nuestros días. En el plano del conocimiento coincide con -o se define por- la elaboración de la noción de razón cartesiano-hegeliana que encuentra su máxima aplicación en las realizaciones científicas; en lo social y político, se expresa en el lema revolucionario burgués de igualdad, libertad, fraternidad y en las formas políticas de representación parlamentaria que conciben la sociedad como intregrada por individuos iguales asociados para conseguir la felicidad. La creencia de que ésta es posible es otro de sus rasgos subyacentes.

Presente y futuro

De todo ello se desprende también una concepción del hombre como señor de la naturaleza, a la que puede comprender y dominar sin limitaciones, y una visión lineal de la historia y asociada a la idea de progreso. Todo eso, hay que añadir a continuación, es lo que parece que se ha muerto al morir la modernidad. La razón moderna se ha mostrado eficaz en el área de la ciencia, pero es incapaz de dar cuenta de otros ámbitos: de la vida cotidiana, de la política, del arte, de la ética.La historia, vista desde esa razón, es un relato, pero la propia historiografía percibe en los últiimos tiempos que ese relato no es real, es sólo uno de los muchos posibles y escrito, además, por los vencedores; la igualdad, la libertad, la fraternidad no se han realizado nunca y nunca se realizarán. Las promesas de que se está en camino de conseguirlo ya no sirven: si algo se quiere, se quiere ahora. No tiene sentido, decía Francisco Serra, seguir hipotecando el presente en nombre del futuro.

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