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¿Para qué sirve un partido comunista en 1986?.

Una vez aplacado el clamor inicial, el XVIII Congreso del PCI, que en principio debiera haber sido casi un congreso extraordinario, se aproxima lentamente a su celebración, del 9 al 13 de abril de 1986. La histórica novedad de la libertad de expresión ante opciones diversas y el final del centralismo democrático parecen haber sido constreñidos al perder los comunistas su empuje y el convencimiento de utilizarlos. La comisión que elabora las tesis del congreso, que debía haber preparado dos o tres documentos, ha terminado por compilar tino sólo, unitario, con algunas enmiendas que, sin embargo, no llegan a definir opciones radicalmente diferenciadas.A pesar de todo, el PCI, una vez perdidos sus líderes carismáticos y siendo el único gran partido comunista occidental, se encontraba en la encrucijada de su propia razón de ser. En estos últimos años, la indiscutibilidad de su premisa histórica, centrada en que el sistema socialista sea posible y augurable, parece haber entrado en regresión. De hecho, el dilema esencial: "¿Comporta el socialismo una ruptura revolucionaria o no?", está adoptando un nuevo planteamiento: "¿Tiene sentido la revolución o no?". La respuesta negativa es gritada o murmurada por doquier, en los medios de comunicación, en los libros, en la memoria, en la experiencia y, de modo directo o indirecto, en el seno del socialismo real.

¿Cómo es posible que esta interrogante, tan arraigada en todos los ámbitos, esté ausente del debate comunista? En el caso de que el PCI considere esta cuestión como simple ideología, sería conveniente que así lo hiciese constar, indicando con claridad que, en lo que a él concieme y en el marco de una estrategia a medio plazo, la transformación del sistema no entra en sus perspectivas. Pero, ¿cuál es entonces su finalidad última? ¿Para qué sirve unf artido comunista en 1986?

Ésta es la pregunta que está en la mente de todos. En cierto modo, tal interrogante ya había sido planteada en la discusión pública que antes del anuncio del congreso se tradujo en la fórmula, por lo demás tendente a la simplificación, ¿comunismo o meliorismo?, que implica el hecho de someter el orden establecido a transformación o corrección. Ya se habían producido graves enfrentamientos sobre esta cuestión. No obstante, desconocemos si la comisión de tesis discutió sobre ella. Las conclusiones alcanzadas y versadas por escrito son genéricas y carentes de toda actualidad desde el punto de vista ideal.

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De hecho, las tesis difundidas tratan sobre aquello que el socialismo no es: no es conquista de poder, no es el resultado de las conflagraciones mundiales, no es nacionalización de los medios de producción, no es el socialismo real de los países del Este. En ningún caso es definido en sentido positivo, como un modo alternativo de producción y de organización del Estado en relación con los propugnados por el capitalismo moderno; se afirma tan sólo que se trata de la superación mediante procesos de socialización y democratización de la economía. No obstante, estos dos conceptos podrían definir, por ejemplo, incluso ciertas formas ¿le cogestión. Al mismo tiempo, considerando la tendencia a la concentración productiva esencial y la caída en vertical del poder de contratación del trabajador y del parado, estos clásicos objetivos del reformismo no parecen en abosoluto cercanos. Las tesis van más allá de cualquier táctica digna de crédito y no alcanzan ninguna indicación estratégica.

En las tesis se encuentra, asimismo, soslayado el concepto de bloque histórico de las fuerzas sociales interesadas en la transforinación del sistema, acuñado por los comunistas italianos y mediante el cual Antonio Gramsci liberó las tesis revolucionarias leninistas de su economicismo e introdujo la hipótesis de la hegemonía que sustituía a la de la dictadura del proletariado. También se ha reducido la importancia del concepto de clase. Lo que sorprende no son tanto los cambios en sí (un partido puede modificar sus premisas teóricas), sino que no se diga de modo explícito. Las tesis del PCI evitan comentar tales argumentos y no registran esta espectacular innovaciÍón haciendo constar en la orelen las principales contradicciones: paz y guerra, Norte y Sur, hombre y mujer o tecnología y trabajo. ¿Cuáles son los cambios que, en la propiedad o en la tecnología, han dado lugar a la disolución de la contradicción capital-trabajo? ¿Tal vez la diversificación de la producción o el peso del trabajo vivo en la valorización del capital? ¿Quizá el cese de la centralización en las grandes fábricas o la dificultad para encontrar factores de interés común en las más recientes formas de trabajo? Son todas ellas interrogantes esenciales que pueden incluso escucharse en una conversación corriente; sin embargo, no se afirman ni se niegan. Se callan.

Como consecuencia de ello, no sólo no se ofrece una alternativa de sociedad y de valores, actual, después de la profusión de conflictos que se han registrado en los últimos 20 años, sino que tampoco queda claro si el PCI, renunciando a dicha alternativa,

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se integra en el sistema de desarrollo capitalista, ya que no se indica con quién ni cómo puede enfocarse una hipótesis liberadora, no en contra, sino en el seno de las tendencias de crecimiento. Se trata de una opción decisiva, ya que este tipo de crecimiento al que estamos asistiendo implica, no por casualidad, una cierta inclinación a la guerra, al desequilibrio Norte-Sur durante prolongadas fases de re abastecimiento y a crecientes desviaciones sociales en el mundo occidental. La elección de enfrentarse a estos problemas (cosa que, por otra parte, hacen los dirigentes comunistas ante los más potentes grupos industriales y financieros italianos fuera de los congresos) es, sin duda, más congruente que afirmar, tal como hacen las tesis, que no existe contradicción entre desarrollo de la tecnología y disponibilidad de trabajo, asumiendo y rechazando al mismo tiempo la radicalidad del cambio.

Es posible que la discusión sea poco encendida, dando por descontadas tales declaraciones, porque todas las opciones que son propuestas en términos de discrepancia parecen lejanas y encuadradas en el ámbito político institucional: un "Gobierno de programa", es decir, la avenencia del PCI a apoyar a un Gobierno que, siempre que exista una negociación programática, puede incluso no ser alternativo, o un "Gobierno constituyente", que implique la oferta a las fuerzas políticas democráticas de una revisión a fondo del sistema institucional, procedimiento electoral incluido. La primera es la propuesta de la mayoría del Comité Central, y la segunda, la de Pietro Ingrao.

Es evidente que, no sólo lo que Ingrao denomina "final del Estado-nación", sino también el conflicto y los constantes contrastes entre los diferentes poderes (Gobierno y Parlamento, grupos parlamentarios, organizaciones ajenas al Estado e instituciones, entes centrales y descentralizados que se encuentran en divergencia permanente), obligan a llevar a cabo una reforma del pacto constitucional que ataque en su base la formación de las voluntades políticas y aclare responsabilidades y manipulaciones. Pero, ¿entre qué límites responde esta urgente oferta a las interrogantes más genéricas de este período? En lo que se refiere al eje Natta-Napolitano para un reingreso de los comunistas en el Gobierno o para su recuperación de la mayoría, no supondría más que la posibilidad de afrontar el gran problema de la forma de afianza con la DC.

En conclusión,a pocos días de su celebración, el congreso del partido comunista no ofrece una revisión elaborada de sus principios constituyentes adecuada a la época, ni respuestas válidas a las preguntas. ¿Cuál es el porqué de la izquierda? ¿Por qué ser comunistas? Tan sólo aporta dos propuestas políticas de gobierno, ya adelantadas a las más altas instancias. Una vez congelada la discusión sobre la eternidad y la finalidad del capitalismo y del Estado no podía suceder de otra forma.

Es incluso posible que, tal como ha acontecido en la democracia americana, lo único que quede por hacer sea poner fin simultáneamente a las historias del movimiento comunista y de la socialdemocracia. Es necesario tomar conciencia de que está desapareciendo el problema, la esperanza de llegar a una relación entre cada hombre y su propio destino, que era el principio que desde Rousseau había regido en la democracia europea. La nueva orientación de esta última debería ser reformulada por los partidos italianos, de modo que la política no llegue a ser también para los comunistas una cuestión que haga vibrar solamente a los iniciados.

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