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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Vacaciones orientales

La joya del Nilo

Director: Lewis Teague. Intérpretes: Michael Douglas, Katlhleen Turner, Dany Devito, Spiros Focas, Avner Eisenberg. Guión: Mark Rosenthal y Lawrence Konner. Fotografía: Jan Debont. Música: Jack Nitsche. EE UU, 1986. Estreno en Madrid: cines Capitol, Lucharia, Carlton, Urquijo, Candilejas, Europa, La Vaguada.

Segunda entrega de las aventuras de Joan Wilder y Jack Colton después de su triunfal presentación en sociedad en Tras el corazón verde, esta Joya del Nilo se quiere totalmente distinta en superficie -las húmedas selvas han sido sustituidas por desiertos- e idéntica en el fondo: espectáculo familiar en el que la aventura se alterna con la comedia y unas pocas gotas de romanticismo. El resultado, vistos los propósitos, es plenamente satisfactorio, ya que sólo al final decae un poco la tensión, quizá porque el mcguffin de la película -la joya a la que hace referencia el título- cobra un protagonismo exagerado para lo que sólo es un pretexto equívoco a partir del cual desencadenar ficciones.Típica película del productor -Robert Zemeckis ha dejado su puesto a Lesvis Teague sin que el cambio signifique otra cosa que una combinación distinta de vocales y consonantes en los títulos de crédito (letreros)-, el mayor interés de la propia esta radica en que aquí el Indiana Jones de turno es femenino. Una Joan Wilder encarnada por la excelente Kathleen Turner.

Eso favorece la ya mencionada inflexión romántica y evita un predominio abusivo de la acción y de los efectos especiales. Respecto al modelo Spielberg, el que nos ocupa se inclina hacia una agradable y prudente simplicidad, dejando para otros rizar el rizo del "más difícil todavía

La moda del cine: de aventuras, que ha venido a suplir la de los montajes intergalácticos, coincide en el tiempo con el auge de la París-Dakar, las vacaciones exóticas y arriesgadas -el Amazonas en piragua, la escalada libre, los ultraligeros, la travesía del desierto de Gobi, etcétera- y toda clase de entretenimientos veraniegos que impliquen riesgo, alejamiento de la rutina y del paisaje cotidiano. Claro que esa locura organizada también impone sus rutinas, como puede ser el redescubrimiento del culturismo, ese diario levantar pesas y poleas para poder recorrer el mundo con la garantía de no desentonar cuando nos crucemos con Colton o Indiana Jones.

Pero si el veraneo aventurero es el sueño compensador de un mundo uniformado y empequeñecido por aviones y satélites televisivos, La joya del Nilo también tiene sus sueños. De entrada, el de ser tomado como un filme serio. De ahí que el arranque se sitúe en la terraza del palacio de festivales de Cannes, un lugar vedado a ese tipo de entretenimientos.

Musulmanes

A continuación, y siempre sin dejar el terreno de lo ideal, nos topamos con musulmanes que remiten a esos arquetipos que hacen lo desconocido confortable: el malvado Omar tiene una pasión por los uniformes y los aviones digna de un Gaddafi, sus rivales son integristas islámicos desfanatizados por la técnica (se pasean en camello por el Sáhara, pero siempre acompañados por la estruendosa música disco que emiten sus fantásticos transistores), los árabes son una raza inculta en manos del mejor manipulador, todos los dictadores recuerdan a Hitler (aunque Omar más bien nos haga pensar en el montaje de Els Joglars sobre las Olimpiadas), etcétera. La retahíla de tópicos u obviedades es larga y sobre ella se sostiene la fantasiosa trama.

Más significativo es aún el uso -ésa es la mejor manera de decirlo- que se hace del paisaje. Los abundantes decorados naturales localizados en África son un mero soporte, un espacio cuyo misterio y verdad nada importa.

La misma ciudad que en un filme de Pier Paolo Pasolini nos hace pensar en una historia milenaria y en algunos de los grandes mitos de la humanidad, es en La joya del Nilo un pastiche que sirve para fundir a marroquíes, tunecinos, egipcios o turcos en un crisol de comic hecho de chilaba, fez y cimitarra.

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