Un placer frustrado
La señorita Julia va a cumplir 100 años y no cesa de ser representada: a este mismo festival vienen dos versiones. El teatro de Strindberg no cesa en el mundo: se ha hablado del Strindberg Taumel, el vértigo de Strindberg, que comenzó poco después de su muerte y continúa. Hay razones, y el propio Strindberg, en la introducción a esta tragedia naturalista, hablaba ya de cómo la vería la posterioridad: si sus contemporáneos podrían compadecerse de la pobre criatura, viendo en ella "su propia debilidad, nosotros hemos de ser de otra manera: el hombre del futuro, con fe, exigirá probablemente ideas positivas sobre la manera de remediar el mal, o sea, dicho de otra manera, un programa de acción". Nos conocía. Pero, a pesar de la infinidad de los programas de acción, de la evolución de las señoritas y la desaparición del servicio doméstico (es decir, de otra concepción de las relaciones de clase, de una sensación política nueva de la mujer), La señorita Julia sigue fascinando. Hay razones objetivas para suponer que Ingmar Bergman, especialista en Strindberg, da la versión de esta obra. En su idioma original, interpretada por los herederos de quienes la estrenaron, en un escenario minuciosamente naturalista, donde el fuego real de la cocina y la reconstrucción de la luz fría de la noche de San Juan tienen de todas formas unas dimensiones misteriosas -todo es demasiado real para ser real-, éste podría ser el Strinberg-canon, modelo. Sin embargo, en el teatro hay una fuerza de la relatividad que hace que nada sea definitivo. La representación ante un público sobre el que pesa, sobre la leyenda de Strindberg, la de Ingmar Bergman, que en nuestros espectadores es mucho más fuerte (acaban de ver todo un ciclo sobre su cine en televisión) están más impregnados de su esencia que de la pasión de Strindberg), forma parte de la relatividad. Mientras se representaba La señorita Julia en Madrid, mataban a Olof Palme en Estocolmo, lo que significa también la caída de una forma del modelo sueco, de la que formaba parte que el primer ministro -y una figura mundial- pudiera ir andando por la calle al cine sin escolta de policías ni coches blindados. Todo cambia cada día. Quiere decirse que no hay una manera única de representar ninguna obra, de teatro y que la grandeza de ésta es una, pero no la grandeza. Sobre todo cuando el texto, que es su valor fundamental, se dice en un idioma incomprensible. Por muy trillado que se tenga, por muchas veces que la obra se haya visto -o leído, este texto- fundamental se escapa, se medio reconstruye en la memoria fugitiva, se imagina; o se pierde la atención cuando ya la luz y el decorado se han asumido y los resortes de la interpretación se agotan. Strindberg negaba que su teatro fuera de caracteres. Decía que los personajes de esta obra vivían en una época de transición y, por tanto, histérica y, por tanto, eran vacilantes, desequilibrados; las ideas modernas se difundían ya por los periódicos y podían penetrar hasta las capas en las que vive la servidumbre. Por eso la moral puede estar representada por una cocinera y la caída de la clase dominante, o su decadencia, por un criado ambicioso y al mismo tiempo aterrorizado por el poder, y la señorita de media casta oscila entre el atractivo del sexo y el miedo a larepresión. Cambio de tiempos. Todo esto parece ser lo que refleja Bergman, en la-forma de tratar a los actores, de los que obtiene una espléndida respuesta. Toda la mezcla de vulgaridad, ambición, humanidad, sentido de clase, antropofagia por la clase dominante en el criado Jean lo da Peter Stormare en su interpretación, y toda la mezcla de furia, pasión, cuerpo, dolor, ternura, deseo de arreglo, arranque de una nueva vida y en fin, frustración salen de Marie Góranzon. Es una interpretación histérica, dura, realzada por la calidad de las luces, tenuemente subrayada por la forma de las escenas populares con que Bergman ha sustituido los bailes y las pantomimas originales.Nada, desgraciadamente, sustituye la comprensión del texto. Bergman lo ha respetado, al parecer, en todas sus comas; y los actores han declarado el placer de representar en esa lengua original. Queda, por tanto, para los que somos ignorantes de ese idioma, una frustración, una ansiedad, una interrupción del placer. [El Teatro Español rindió ayer un homenaje a Olof Palme colocando una fotografía del político asesinado.]
La señorita Julia
De August Strindberg. Intérpretes: Marle Góranzon, Gerthl Kuller, Peter Stormare. Director: Ingmar Bergman. VI Festival Internacional de Teatro. Teatro Español, 28 de febrero.
Babelia
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