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Tribuna:FIN DE UNA DICTADURAUNA INDEPENDENCIA ABORTADA
Tribuna
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Las enseñanzas de Estados Unidos

La historia tiene la inconveniente costumbre de dar lecciones que deseamos poder olvidar. La situación de Filipinas es el último de los ejemplos.A los estadounidenses les gustaría pensar que, durante los años en que aquellas islas fueron una posesión de Estados Unidos, dieron a los filipinos una lección de democracia, y que Ferdinand Marcos ha estado, de alguna manera, desnaturalizando la lección en favor de su engrandecimiento privado. La molesta verdad es que Marcos ha incorporado perfectísimamente una de las lecciones que Estados Unidos enseñó a los filipinos: una lección de brutalidad, connivencia y búsqueda implacable de beneficio. Estados Unidos está cosechando lo que sembró.

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El control de las islas

En la escuela, a la mayoría de los estadounidenses se les ha enseñado que Estados Unidos obtuvo el control de las islas Filipinas como resultado de la destrucción de la flota española por el almirante George Dewey en la batalla de la bahía de Manila, batalla que dio comienzo y realmente fin a la guerra hispano-norteamericana de 1898. La mayor parte de los libros de texto no hacen hincapié en el hecho de que existía un movimiento filipino de independencia que había nacido antes de que Estados Unidos entrara en la guerra; movimiento con el que Estados Unidos estuvo aliado durante un breve espacio de tiempo y al que luego aniquiló.

Estados Unidos destruyó ese movimiento independentista de forma tan despiadada como cualquier otra potencia imperial haya aplastado nunca una insurrección inoportuna, y como Marcos ha estado matando y mutilando hasta ayer a sus adversarios políticos.

El líder del movimiento independentista era Emilio Aguinaldo. Fue devuelto a Filipinas desde su exilio en Hong Kong por uno de los navíos del almirante Dewey; se le dio una provisión de armas capturadas a los españoles y se le incitó a reclutar un ejército insurgente para luchar por la libertad.

Aguinaldo dijo a sus cómpatriotas, en 1898, que "la cuna de la libertad", Estados Unidos, estaba comprometida "en la libertad de los filipinos". "Antes de que pasara un año de la declaración de Aguinaldo", escribe Daniel B. Schirmer en Republic or Empire: American Resistance to the Philippine War, "las fuerzas armadas de Estados Unidos "estaban luchando contra él y su ejército en un intento de subyugar a Filipinas".

Por entonces el presidente William McKinley había llegado a aceptar el punto de vista y las presiones de los intereses comerciales estadounidenses y de políticos tales como el senador por Massachusetts Henry Cabot Lodge. Éstos sostenían que Estados Unidos necesitaba a Filipinas para proteger sus intereses comerciales en el Lejano Oriente. Lodge veía a las potencias europeas trabajándose a China y sus ricos mercados, y estaba decidido a que sus votantes del mundo de los negocios no se vieran excluidos. de aquéllos.

Con objeto de negar el acceso a la capital de las fuerzas nativas de Aguinaldo, Estados Unidos animó a la guarnición española de Manila a resistir hasta que las fuerzas norteamericanas pudieran aceptar la rendición de la ciudad.

El comandante estadounidense, general Wesley Merritt, había recibido órdenes de "no reconocer [a las fuerzas de Aguinaldo] y de no prometerles nada". Las cumplió gustosamente diciendo: "Aguinaldo es para mí exactamente igual que un muchacho en la calle".

España cedió en Panis

Secretamente, la Administración de Mckinley demoraba cualquier tipo de hostilidades abiertas contra las fuerzas de Aguinaldo hasta que el Senado estadounidense estuviera preparado para ratificar el Tratado de París, en el que España dedía Filipinas a Estados Unidos. Cuatro días antes de que el tratado fuera sometido a votación, se dieron órdenes secretas de provocar las hostilidades. Dos días después, las tropas del 54 Regimiento de Nebraska, que patrullaban los alrededo *res de Manila, dispararon y mataron a dos soldados filipinos.

Cuando, a su vez, los insurgentes contestaron con disparos -según testificó posteriormente el general Arthur MacArthur, padre de Douglas MacArthur- "teníamos un plan previsto". Tan pronto como recibió el informe el coronel jefe de las tropas de Nebraska, dice el general, "simplemente telegrafié a todos los comandantes para que llevaran a cabo los planes previstos, y la división entera fue situada en la línea de fuego".

El Senado ratificó el tratado con una sola abstención, y Estados Unidos desencadenó lo que se convirtió en una sangrienta lucha, durante dos años, para acabar con la insurrección. Como sucede en todas las contiendas de este tipo, se hicieron pocas distinciones entre la población civil y la militar, y la brutalidad devino una norma aceptada por ambas partes.

Mr. Schirmer hace la siguiente cita de un despacho procedente del corresponsal en Manila del Philadelphia Ledger: "Nuestros hombres han sido implacables, han llevado a cabo una carnicería para exterminar a hombres, mujeres, niños, prisioneros y cautivos, insurgentes activos, gentes sospechosas, desde chicos de 10 años para arriba, reinando la idea de que el filipino como tal era poco irnejor que un perro".

En la actualidad, esta historia parece lejana a los estadounidenses. Pero no debe sorprenderles que los herederos de Aguinaldo puedan pensar que, en la lucha por el poder, el fin justifica los medios. O que los medios incluyan la violencia, la intimidación y el engaño. Han aprendido perfectamente de Estados Unidos.

David S. Broder es corresponsal político de The Washington Post.

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