La tercera potencia
"Las fuerzas francesas poseen, en número y en calidad, el tercer armamento del mundo". Esta afirmación es uno de los párrafos más sustanciosos del prólogo que François Mitterrand ha escrito recientemente para presentar al lector un volumen que contiene 25 discursos suyos pronunciados durante los primeros cuatro años de su presidencia.Esa introducción de 135 páginas no tiene desperdicio. Es una reflexión actual sobre la política internacional y más concretamente sobre la política exterior de su país. El que haya salido a la luz ese libro en las actuales circunstancias, a sólo seis semanas de las elecciones legislativas, debe entenderse -y así lo han interpretado los comentaristas- como una advertencia, no exenta de ironía, a la oposición liberalconservadora que puede alzarse con la victoria en el próximo mes de marzo. El presidente recuerda que, según la Constitución de la V República, pertenece a las funciones de la jefatura del Estado dirigir la política exterior de la nación. En el régimen semipresidencialista francés coexisten, en efecto, dos figuras sobre las que recae la responsabilidad gobernante: presidencia del Gobierno y presidencia de la República. No creyó, probablemente, el general De Gaulle que había de producirse una distonía tan flagrante como la que pudiera establecerse a partir de los comicios cercanos. ¿Habrá en marzo una diarquía de signo divergente? Muchos expertos en politología opinan que sí. Y entienden que esa cohabitación de un jefe de Gobierno derechista en Matignon con un presidente socialista en el Elíseo puede funcionar hasta las elecciones presidenciales del fin del septenato. Otros copsideran inviable, en la práctica, tal situación, que contradice la unidad del poder que caracteriza a las tendencias del Estado modemo.
Mitterrand ha querido llamar la atención sobre las facultades decisorias constitucionales atribuidas por el supremo texto a su función. No parece dispuesto, ni mucho menos, a ceder o a dimitir, como supone Raymond Barre, para quien la cohabitación resultaría, de hecho, inviable. Cosa que, en cambio, en el ánimo de la oposición unida -el RPR de Chirac y la coalición de la UDF que dirige Giscard d'Etaing- es un objetivo verosímil. El tiempo dirá quién acertó en el pronóstico.
Pero sea cual fuere el alcance político interior del libro, su contenido tiene un gran interés por sí mismo. La prosa de Mitterrand tiene un ritmo y una elegancia retórica que amigos y adversarios reconocen con admiración. Maneja la lengua y el concepto con una maestría singular. Su lenguaje político le hará pasar a la historia, juntamente con su florentina sagacidad para afrontar dificultades y salir de laberintos cerrados. En este preámbulo trata de reducir a una coherente síntesis la política exterior de su nación en los años presentes.
Francia es una potencia nuclear debido a que, en los años sesenta, el general De Gaulle decidió emprender este camino en solitario. En tal oportunidad, Mitterrand se opuso, como diputado, a que se tomara semejante rumbo. "Quince años más tarde", escribe, "nuestro sistema de defensa, que descansaba entero sobre la fuerza de disuasión, no podía ignorarse y privarse de él, era tanto como renunciar a los medios de protección del país. Por ello, el partido socialista que yo dirigía, en 1978, hizo suya la política militar iniciada por el general". Es decir, que el respaldo que a partir de ese momento obtuvo la nuclearización militar de Francia fue un punto de partida que no había de abandonarse ya. La panoplia del armamento francés de ese signo es amplísima y se halla extendida por el mundo entero. Francia posee un instrumento de disuasión capaz de intimidar al potencial adversario. No pretende, ni probablemente se halla a su alcance, competir cuantitativamente con los inmensos arsenales nucleares de las dos superpotencias. Su fuerza es de menor nivel y de reducido número, comparado con los inillares de artefactos soviéticos y norteamericanos. Pero puede causar daños irreparables al eventual adversario en el caso de un ataque. Por ello, su efecto preventivo es real, porque es verosímil y goza de credibilidad. Los vectores de ese armamento son múltiples y a la vez terrestres, aéreos y submarinos. El despliegue de los elementos nucleares alcanza hasta el océano Pacífico. Mitterrand enumera a lo largo de 10 páginas, con indisimulada satisfacción, el catálogo de sus armas y el repertorio de sus programas futuros en la materia.
¿La bomba de neutrones? ¿Por qué no? Si el interés de nuestra defensa lo exigiese, la fabricaríamos. "Nuestras investigaciones están terminadas. Se ejercen presiones internacionales para que renunciemos a producirla. Se me invocan argumentos morales que siempre han servido para oponerse a las nuevas formas de armamento. Pero la espada, el arcabuz, la ametralladora y el cañón no fueron inspi
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rados en ningún principio moral". "Las grandes preguntas pertenecen a otro ámbito. Yo plantearía tres cuestiones a los grandes señores de la guerra y de la paz, desde el pensamiento socialista y desde la tradición francesa. ¿Queréis desarmar? ¿Aceptaríais el arbitraje internacional para vuestras querellas? ¿Renunciaríais al uso de la fuerza? Francia contestaría que sí a las tres. Pero las superpotencias no se comprometerán. Fabricaremos pues el arma de neutrones, si las negociaciones para el desarme fallan y el armamento de los bloques enfrentados sigue adelante".
La escueta y dura sinceridad del presidente socialista restalla de modo notable, en esas palabras, escritas desde el mundo real de su responsabilidad de hombre de Estado que tiene al alcance de su decisión los botones de la pulsación última. ¿Es Mitterrand un pacifista auténtico? A mi parecer, sí. Pero no resisto al deseo de evocar otro de sus pensamientos sobre esa cuestión. "¿Qué nación se atrevería a proclamar por amor de la paz: yo no me defenderé?. Esa moral individual, sin duda muy hermosa, lleva dentro de sí la muerte y la servidumbre de los pueblos que la hagan suya. Creo en la labor paciente de la sociedad de naciones y en las estructuras de la seguridad colectiva. Habrá que admitir sin embargo como una verdad experimental que el equilibrio de las fuerzas atómicas en el mundo le ha valido a Europa 40 años de paz y que la estrategia francesa de la disuasión sigue siendo para nosotros la mejor manera, no de ganar la guerra, sino de no tener que hacerla".
Es interesante añadir que este firme compromiso del presidente de la República con el arma nuclear y con aquello que le dicte el mejor interés de su país, en el siempre delicado punto de la defensa nacional, es asimismo la clave del arco de la continuidad histórica de la política exterior francesa desde la segunda etapa del gaullismo presidencial. "Este concepto original y razonable de la disuasión nuclear tiene el apoyo de la mayoría de los franceses.
No es la menor de sus ventajas.No es frecuente que el espíritu de la defensa y la unanimidad nacion al vayan emparejados. Muchos de nuestros vecinos nos envidian esa armonía".
Es difícil sintetizar en tan poco espacio una reflexión tan completa sobre la política exterior de la V República como la que contiene este libro. Y aún más, hallar las palabras justas que expresen con desenfado y precisión lo que muchos piensan y sienten; y pocos se atreven a formular con valentía y sin el freno de los prejuicios.
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