Despilfarro de un idioma
Los PAÍSES francófonos se han encontrado en Versalles en una reunión cuyo motivo es la comunidad de un idioma. La lengua ha propiciado unas privilegiadas relaciones de comunicación a ese grupo de 40 naciones que, pese a las distancias, las diferencias étnicas y las peculiaridades de sus regímenes, se han sentido partícipes de un colectivo donde cunden los acuerdos culturales y económicos. Según el presidente Mobutu, presente en esta cumbre lingúística, la fráncofonía ha abandonado con ella su -situación folclórica y anuncia el nacimiento de un conjunto político-cultural de alcance mundial.Algunas lecciones debería extraer la comunidad hispana de este comportamiento. Una de ellas es la convicción que Francia ha puesto siempre- en el poder instrumental de su idioma. En torno a él y la cultura que conlleva ha desplegado una panoplia de organismos que han ido sembrando su influencia por el mundo. Desde instituciones de carácter general -Radio Francia Internacional, la Alianza Francesa, France Presse- hasta las de carácter más específico -la Agencia de Coordinación para estos países, la Escuela de Francofonía de Burdeos-, los sucesivos Gobiernos franceses han man" tenido la continuidad de esta política. Con una sensibilidad, además, que ha permitido la aceptación inteligente de aquellos países a los que se había colonizado.
Ciertamente, la facilidad con que los países, en otro tiempo dependientes, han mantenido lo que fue un día idioma del imperio les ha permitido entrar en comunicación fácil con el mundo y recibir, a través de él, la información, la producción literaria, la,ciencia y la técnica de todas las áreas mundiales. En la reunión que se ha celebrado del 17 al 19 de febrero, los participantes han llegado a acuerdos sobre 28 decisiones prácticas que van desde la creación de una agencia de imágenes televisadas hasta la cooperación agrícola o el diseño de un bachillerato internacional en francés
No es, además, el de la comunidad francófona un caso único. En el Reino Unido no existe un idioma riguroso y regulado hasta el punto en que lo está en Francia o en España, y, sin embargo, el país de origen y los de la Conimonwealth -y los que, habiendo salído de ella, lo poseen- han convenido la utilización de un inglés común y sus centros naturales de difusión -la BBC, el British Council- lo emplean seria y concienzudamente.
Los países de lo que se llama francofonía se encuentran en parte separados por cuestiones políticas, sociales y económicas. Hay disiensiones importantes y el nivel de la reunión de Versalles ha sido el de jefes de Estado y de Gobierno, y no de autoridades culturales. Sin embargo, todas ellas se están expresando en francés, y en el mejor francés posible. Nadie ha renunciado a su na:cionalidad ni incluso a su nacionalismo. Tampoco a su posición dentro del complejo mundo en donde ejercen sus posibilidades ni a la denuncia de lo que fue la metrópoli. Pero nadie, a la vez, ha renunciado a la posesión de un idioma valioso.
El español, por el contrario, se está despilfarrando. No faltan aquí medios que traten de sostenerlo y expandirlo -el Instituto de Cooperación, Radio Exterior, la agencia Efe-; pero hay contra él una lucha sorda de suspicacias, y otra más o menos consciente de desgaste, de menosprecio a su prosodia y a su sintaxis.
Siendo tan varias las causas de la deformación del idioma, y más en un Estado donde se reivindican otras lenguas, se echa de menos el esfuerzo necesario para mantener el idioma español como un instrumento neutral y valioso de comunicación. Un idioma que hablan hoy 300 millones de personas es una posesión que merece una atención política decisiva. La constatación de la fecundidad que deriva de este cuidado la dan los acuerdos. de esta reciente reunión en Versalles, pero además la poderosa influencia francesa a lo largo de los cinco continentes. Frente a ello, el menoscabo del idioma español y la molicie que caracteriza a lá acción oficial para preservarlo y promoverlo parecen tan irresponsables como incomprensibles.
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