División, de opiniones
La operación de compra de Seat por Volkswagen se ha caracterizado por el fuerte debate interno dentro de la propia multinacional alemana entre los partidarios de la compra de Seat y el grupo que no veía con buenos ojos la materialización de la operación.
Este debate interno, que ha provocado como efecto inmediato que las negociaciones se hayan dilatado por más tiempo del previsto inicialmente, hay que entenderlo en función de la estructura accionarial de la multinacional alemana.
Los trabajadores representan el 50% del Comité de Vigilancia de la empresa -la autorización de este organismo para que la operación se lleve adelante resultaba imprescindible-, mientras que entre los accionistas hay presencia tanto del Gobierno federal como del Gobierno regional, lo que, en definitiva, prefigura un complejo sistemá a la hora de tomar las decisiones. A lo largo del proceso negociador han sido múltiples las ocasiones en las que había que forzar la máquina para llegar a tiempo a una reunión del Comité de Vigilancia, por ejemplo, o bien lo contrario. Es decir, una cierta lasitud por tener que esperar a la toma de una decisión.
En cualquier caso, en la correlación de fuerzas inicial era minoritaría la postura pro-Seat, aunque contaba con apoyos de calidad, como el del presidente de la empresa, Carl H. Halin, o el director comercial, Schmidt. Los responsables de producción completaban los apoyos.
Poco partidarios se mostraron incialmente los trabajadores -su cambio de postura modificó a favor la correlación de fuerzas-, así como los responsables financieros y jurídicos. Éstos últimos se convirtieron en el reducto más duro en la negociación. El más convencido impulsor de la operación ha sido, desde el primer momento, el director comercial, Schmidt.
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