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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pregunta sobre los GAL

Los GRUPOS Antiterroristas de Liberación (GAL), una organización criminal cada vez más osada y menos misteriosa, prosiguen dando cumplimiento en el País Vasco francés a los encargos a sueldo en la estrategia de la guerra sucia, contra ETA. Tan siniestros mercenarios no siempre realizan con eficacia y acierto sus cometidos. Anteayer, dos ciudadanos franceses, sin vinculación conocida con ETA, eran asesinados en Bidarra y por unos pistoleros que se dieron a la fuga en un automóvil matriculado en San Sebastián. Hace una semana, un refugiado vasco resultaba herido en un atentado perpetrado en un bar de San Juan de Luz. Y el pasado 8 de febrero, dos niñas y tres adultos eran víctimas de un tiroteo contra un establecimiento de Bayona. La brutalidad de este terrorismo pretendidamente antiterrorista confiere redoblada urgencia a la exigencia de que el fiscal general y las autoridades del Estado adopten de una vez por todas las medidas necesarias para que los inductores, encubridores y cómplices en territorio español de esa sangría cesen en su actividad delictiva y sean entregados a los tribunales de justicia. La suposición de que se trata de un caso a resolver únicamente por la policía y los tribunales franceses no se tiene en pie y es tan absurda como la de pretender que la persecución policial a ETA puede tener éxito si no se realiza tanto en Francia como en España.La historia de los GAL enlaza directamente con los asesinatos y atentados realizados -durante los últimos años del franquismo y a lo largo de la transición- por bandas armadas de nombre diverso (el Batallón Vasco-Español o el ATE), que intentaban justificar sus acciones con argumentos ideológicos o políticos que remedaban en este terreno -no sólo en los crímenes- las coartadas exculpatorias de las diferentes ramas de ETA. Los GAL hicieron su aparición en diciembre de 1983, pocas semanas después del secuestro y asesinato del capitán Alberto Martín. Desde esa fecha hasta ahora, siete ciudadanos franceses sin relación conocida con ETA han sido asesinados (y otros ocho heridos) por esa banda terrorista, responsable también del asesinato- de 14 refugiados vascos. Aunque el dato sea simplemente anecdótico, la vil leyenda de eficacia y precisión criminales con que los apologistas encubiertos de los GAL -tan cómplices del terrorismo, el asesinato, el bandolerismo y la violencia como son los apologistas encubiertos de ETA- tratan de rodear sus atentados ha quedado destruida por las inhumanas carnicerías de esta última etapa.

Resulta innecesario insistir en que los pistoleros que asesinan, supuestamente en nombre de la defensa del orden o de valores democráticos, a miembros o simpatizantes de ETA son tan terroristas como los activistas de las bandas armadas que invocan causas revolucionarias. Incluso algunos de los rasgos diferenciales entre ambas formas de terrorismo -la eventual tolerancia o connivencia con sectores institucionales y el asesinato a sueldo- hacen todavía más repugnante esa variante de respuesta que los GAL tan cruelmente practican. Un Estado de derecho, forma de organización de la convivencia social que ampara -en Francia y en España- tanto a los culpables como a los inocentes, recibe su legitimidad precisamente de su capacidad para recabar el monopolio de la fuerza, guardar -y no sólo hacer guardar- las leyes y perseguir y condenar a los infractores de los códigos con el respeto hacia los derechos humanos y las garantías procesales que singularizan a los sistemas democráticos y diferencian a las policías de las bandas armadas y a los gobernantes de los capos mafiosos.

Hora es de que la sociedad deje de cerrar los ojos ante el sangriento escenario del sur de Francia, que no hace sino empeorar el repugnante espectáculo del bandolerismo de ETA. Algunos de los miembros de los GAL que han sido detenidos y llevados ante los jueces presentan un historial inconfundible de los confidentes, agentes provocadores y mercenarios reclutados por servicios parapoliciales en el mundo de la delincuencia y utilizados para misiones inconfesables. Nadie en su sano juicio puede siquiera insinuar que los pobladores del hampa internacional asesinan a militantes de ETA por cuenta propia, inflamados por sus convicciones políticas o por su amor a los valores de la civilización occidental. Después de lo escuchado en algunos juicios celebrados tanto en Francia como en España se puede preguntar: ¿Quién recluta, organiza, arma, avitualla y paga a los mercenarios de los GAL? ¿Quién da luz verde para sus asesinatos, señala las víctimas y da la orden de fuego? ¿Quién protege su retirada estratégica hacia la frontera con España? Si sólo el silencio es la respuesta a estos interrogantes, no se debe olvidar que hay ocasiones en que el silencio es la más elocuente de las actitudes.

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