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Los norteamericanos consideran que el anuncio del falso derrocamiento de Duvalier fue un simple "error humano"

Francisco G. Basterra

El derrocamiento durante unas horas, por parte de la Administración de Ronald Reagan, del régimen amigo de Jean-Claude Duvalier en Haití, un hecho sin precedentes en la historia de las relaciones diplomáticas de esta superpotencia, es considerado aquí sólo como un error humano sin importancia, cuyas únicas consecuencias se limitan, hasta el momento, a un intercambio de acusaciones de incompetencia entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado. Las sospechas iniciales de que Washington podría estar detrás de una operación para desmontar la dictadura vitalicia hereditaria de Papá Doc no encuentran fundamento, y parece que simplemente se ha tratado de un fenomenal despiste, que refleja las inconsistencias de los poderosos servicios de espionaje estadounidenses y la descoordinación de los diferentes centros que planifican y dirigen la política exterior.

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El viernes por la mañana, algo falló en la supuestamente sofisticada cadena del proceso de toma de decisiones de la Administración de Reagan. Larry Speakes, portavoz de la Casa Blanca y que pasará a la historia como el emisario del falso golpe, se defendió diciendo que "la gente que debiera saber lo que dice nos dio mala información". El Departamento de Estado afirma, por su parte, que la Casa Blanca se apresuró a realizar un anuncio prematuro sobre la base de información aún no comprobada.Sin embargo, el Departamento de Estado tuvo que admitir ayer que había enviado un mensaje inicial a la Casa Blanca que decía que Duvalier había caído y huido del país. Finalmente, las dos burocracias señalan como chivo expiatorio al número dos de la Embajada de EE UU en Puerto Príncipe, que envió un primer informe basado en lo que había oído en una radio local. La embajada asegura que sólo transmitió la información como un rumor, no como un hecho comprobado.

Secuencia del patinazo

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Ésta fue la secuencia cinematográfica del patinazo. A las siete de la mañana del viernes, siempre hora de Washington, el centro de operaciones del Departamento de Estado, que opera permanentemente, recibe un mensaje telefónico de su embajada en Haití, no apoyado por un cable, que informa del golpe. A las 7.23, el Departamento de Estado telefonea a la Situation Room de la Casa Blanca informando que "Duvalier ha huido del país y se ha formado un nuevo Gobierno de civiles y militares". Inmediatamente, este mensaje es puesto por escrito en un papel clasificado como secreto y pasado a la reunión que estaba celebrando en esos momentos el Consejo Nacional de Seguridad. Pero al mismo tiempo la Embajada en Haití ya estaba enviando informaciones posteriores que ponían en duda el golpe.

La primera información es entregada al jefe del gabinete de la Casa Blanca, el poderoso Donald Regan, a las ocho de la mañana. Éste llama al almirante John Poindexter, consejero de Seguridad Nacional, y ambos informan al presidente a las 8.40, cuando Reagan se disponía a subir a un helicóptero para trasladarse a la base de Andrews y tomar el Air Force One con destino a Houston, donde tenía que presidir los funerales por las víctimas del Challenger.

A las 9.10, Larry Speakes informa a los periodistas de la importante noticia a bordo del avión presidencial. Las agencias UPI y AP la transmiten por teléfono desde el avión a Washington. La redacción central de UPI llama en seguida de nuevo a su veterana corresponsal en la Casa Blanca, Helen Thomas, que viaja con el presidente, advirtiéndole que las noticias son que Duvalier continúa en Haití al frente del Gobierno.

Speakes, aún en el Air Force One, inicia la rectificación, y Poindexter dice que la situación "es incierta y no está tan clara como se creía". En Washington, a las 13.30, el Departamento de Estado admite el error. Duvalier está en Puerto Príncipe y se dirige al país por televisión.

Washington no teme la posible instalación en Haití de un régimen marxista hostil y procubano, que podría convertirse en una nueva Nicaragua. Sin embargo, funcionarios norteamericanos reconocieron ayer que no han alentado ni siquiera tímidos intentos de derrocar al régimen de Papá Doc por la falta de partidos y sindicatos fuertes que ofrezcan una alternativa viable.

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