Pentágono teme que el accidente del transbordador espacial retrase el programa de la 'guerra de las galaxias'
El Pentágono, principal cliente del programa de transbordadores espaciales, está seriamente preocupado por las consecuencias militares que se derivan de la moratoria mínima previa de seis meses y quizá superior a un año de los lanzamientos tripulados, debido a la catástrofe del Challenger. Sólo horas después de que el pasado martes la nave estallara sobre Florida, el general James Abrahmson, jefe del polémico programa de defensa espacial, acudió al Congreso y pidió a unos legisladores todavía muy afectados por la noticia que no permitan que el desastre provoque la paralización de los programas espaciales, en especial la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI).
A partir de 1987, tres vuelos de la NASA al año se dedicarán a la guerra de las galaxias; y desde 1988, por orden presidencial, una tercera parte de todos los shuttle (lanzadores) sólo trabajará para el Pentágono. Militares de alta graduación dijeron el año pasado en unas audiencias del Congreso, a puerta cerrada, que depender sólo de los transbordadores espaciales era "un riesgo inaceptable para la seguridad nacional". El subsecretario de la Fuerza Aérea, Edward Aldridge, afirmó que es necesario que el Ejército cuente con una nave de lanzamiento propia, que no tendrá hasta 1988, porque una paralización de los transbordadores de la NASA de seis meses "significaría la pérdida de dos años y la necesidad de realizar 30 lanzamientos anuales para recuperarse". "Si se perdiera una nave", añadió, "nunca podríamos ponernos al día".La Agencia Espacial Norteamericana (NASA) no sólo no podrá realizar, como estaba previsto, el próximo julio, un experimento de vigilancia electrónica con rayos infrarrojos desde el espacio de aviones enemigos conocido como Teal Ruby, que formaba parte de las pruebas del SDI, sino que tampoco cumplirá sus contratos con compañías civiles. El inesperado fracaso del Challenger pone en peligro también el negocio comercial previsto por la NASA para comercializar la exploración del espacio.
Más de una docena de lanzamientos de satélites e investigaciones civiles debían ser desarrollados en los 12 vuelos previstos en principio para 1986.
Incluso antes de la catástrofe algunas empresas habían comenzado a dudar de la capacidad industrial del programa espacial norteamericano, al que consideraban poco seguro, con retrasos continuos en los lanzamientos, excesivamente caro y demasiado orientado a los proyectos militares en detrimento de las cargas civiles.
Lo ocurrido va a suponer también un nuevo encarecimiento de los vuelos, ya que las compañías de seguros aumentarán automáticamente sus pólizas. En medios de la industria paraespacial se considera un duro golpe, lo ocurrido, cuyas primeras consecuencias ya se reflejaron el miércoles en la Bolsa de Nueva York. Para las principales compañías suministradoras y constructoras de los transbordadores, no obstante, la gran preocupación estriba en la posibilidad de que tengan que afrontar gigantescas reclamaciones legales ante los tribunales, una vez que se conozcan las causas de la catástrofe.
El secretario de Defensa, Caspar Weinberger, se ha reunido con sus asesores más próximos para evaluar el impacto de la tragedia sobre los proyectos de la defensa nacional. Los astronautas del último lanzamiento del Shuttle, este mes, utilizaron una cámara especial para tratar de descubrir vuelos de la Fuerza Aérea, en un experimento puramente militar. Este año los transbordadores de la NASA estaban proyectados para llevar al espacio cuatro cargas secretas para el Pentágono. La más importante era el lanzamiento del satélite de espionaje más moderno de la Fuerza Aérea y también serían colocados en órbita otros dos importantes satélites de comunicaciones militares.
La capacidad norteamericana de espionaje y detección de pruebas nucleares soviéticas y del cumplimiento por la URSS de los tratados de armas atómicas, puede ser afectado por lo ocurrido. Las capacidades de este país en este campo están ahora al mínimo, según fuentes científicas, y un satélite espía KH11, lanzado el pasado otoño, fue destruido por la explosión del cohete que le portaba. El Pentágono comienza a pensar en planes alternativos para colocar a sus satélites en órbita, mientras completa un vehículo espacial propio, que no estará terminado hasta 1988.
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