Europa, contra el terrorismo
LA PREOCUPACIÓN ante el desarrollo del terrorismo, la voluntad de adoptar medidas efectivas para paralizar sus acciones criminales, como las de los aeropuertos de Roma y Viena, son, sin duda, puntos de coincidencia entre EE UU y Europa occidental; y, asimismo, con otros muchos Gobiernos del mundo. Sin embargo, en las últimas semanas se ha puesto de relieve una discrepancia muy seria entre Washington y sus aliados en torno a lo que procede hacer en la presente coyuntura. EE UU se ha orientado desde el primer momento en el sentido de concentrar los golpes contra el líder libio coronel Gaddafi, considerándole como el principal responsable del terrorismo internacional. Presionó abiertamente, sin consultas previas, a los Gobiernos europeos para que aplicasen sanciones económicas contra Libia y organizó maniobras navales en las costas próximas a este país, acompañadas de una amenaza, más o menos explícita, de que podrían llegar a acciones militares.Europa se ha negado a aceptar esa demanda norteamericana de sanciones económicas y ha manifestado, de forma más o menos neta, según los casos, su desacuerdo con el método de las demostraciones navales. Esta posición se basa en razones de peso. En primer lugar, EE UU no ha aportado pruebas de que Libia fuese la base de las operaciones terroristas de Roma y Viena. Y, en segundo lugar, una larga experiencia demuestra que las sanciones económicas son ineficaces en situaciones de este género. Es más, la actitud norteamericana de convertir a Gaddafi en el objetivo único de sus acusaciones y sanciones ha tenido efectos completamente diferentes de los que buscaba la Administración de Reagan. El dirigente libio ha podido presentarse ante amplias masas árabes como víctima de injustos ataques y ha capitalizado la agresión a través de todos los medios de comunicación. El resultado es que ha funcionado una especie de solidaridad árabe en favor de Gaddafi, incluso por parte de Gobiernos que fueron siempre muy contrarios a su política. Gaddafi, se ha entrevistado con el presidente Benyedid, después de una etapa en la que se declaraban incompatibles. La reunión de la Liga Árabe que se abre hoy en Túnez, convocada a petición de Libia, es un directo reflejo de ese efecto bumerán que ha tenido la actitud adoptada por la Administración de Reagan.
En cuanto a la Comunidad Europea, quizá por primera vez no han surgido dificultades excesivas en su seno,
ni siquiera en Bonn o en Londres, para adoptar una política claramente distinta de la preconizada por Washington. La resolución aprobada por la reunión de Bruselas se concentra en las medidas concretas para frenar y paralizar, en el terreno operativo, la acción de los grupos terroristas. Allí se ha decidido incluso crear una coordinación específica, con participación de los ministerios directamente interesados para que las informaciones y las medidas de seguimiento y control puedan funcionar en un ámbito europeo. La negativa de los Gobiernos de Europa occidental a considerar a Gaddafi como el único y máximo responsable del terrorismo no implica, sin embargo, una actitud ingenua o ciega. Tal como ha expuesto el presidente Craxi en su última conferencia de prensa, el grupo terrorista de Abu Nidal ha tenido bases en lugares como Siria, Libia, en la región de la Bekaa en Líbano. Con todo, el problema de fondo radica en que, para privar a los grupos terroristas de sus apoyos es necesario desplegar una labor diplomática compleja, en la que no falte la participación de todos los sectores interesados en poner fin a los métodos de violencia que, con frecuencia, se vuelven contra los intereses de los países árabes. En este sentido, es significativo que el presidente Mubarak haya hecho, en Estrasburgo, de modo simultáneo, una propuesta de medidas contra el terrorismo en un plano internacional amplio y un llamamiento a los países europeos urgiéndoles a tomar una actitud más activa para lograr la paz en Oriente Próximo. Son dos aspectos cuya conexión es evidente. Las medidas prácticas para poner fin al terrorismo serán, sin duda, más eficaces si los países europeos demuestran su firme voluntad de impulsar una solución a los problemas en Oriente Próximo que tenga en cuenta -como acaba de recordar el canciller Kohl- la seguridad de Israel y, a la vez, el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación.
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