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La politización continuó en el congreso de escritores del Pen Club hasta la clausura

Francisco G. Basterra

El congreso del Pen Club, que ha reunido en Nueva York durante una semana a 700 escritores de todo el mundo , concluyó ayer con el mismo tono de politización con el que se inició, y con la convicción generalizada de que la imaginación y el Estado, tema principal discutido, son valores antagónicos. Si en la jornada de apertura, el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, provocó una polémica al presentar a la Administración de Reagan como paladín de la libertad de expresión, ayer, el ex canciller austriaco Bruno Kreisky hizo un alegato apasionado en favor de la causa palestina y en contra de la política de represalias.

Bruno Kreisky, que también arremetió contra una eventual intervención militar de Estados Unidos en Libia, afirmó que "el terrorismo concede una excusa para militarizar el Estado en nombre de la ley y el orden", y añadió que "históricamente, el contraterror nunca ha eliminado al terror y sólo conduce a la escalada del terrorismo". El ex canciller participó en la última sesión del congreso dedicada a La visión de los estadistas de la imaginación del Estado, junto con el ex primer ministro canadiense Pierre Trudeau, el ex candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos George McGovem y el escritor peruano Mario Vargas Llosa.Kreisky tuvo el valor de ir contra la obsesión por el terrorismo y las represalias en que está sumergida en estos días la sociedad norteamericana. Afirmó que el terrorismo de Oriente Próximo tiene una causa, y que hay que entender y resolver el conflicto palestino. Pidió que se atiendan las causas políticas de fondo del terrorismo y señaló que los Estados deben tener la voluntad de negociar. Recordó a la audiencia que Menajem Beguin fue un terrorista cuando voló en los años, cuarenta el hotel Rey David de Jerusalén, en su lucha contra los británicos, lo mismo que lo fueron en cierto sentido De Varela en Irlanda y Jomo Kenyata, para conseguir la independencia.

Vargas Llosa, junto con Trudeau, puso el punto de lucidez e imaginación literaria. Afirmó que "para un escritor las obsesiones son más importantes que las ideas". "Es falso, como se ha creído hasta ahora", añadió, que el escritor tenga el monopolio de la lucidez en las cuestiones políticas y sociales, y el Estado el monopolio de la ceguera".

Muchas veces, precisó, ocurre lo contrario y los escritores no tienen ninguna lucidez política y "pueden poner toda su imaginación al servicio de la destrucción de la libertad o de la literatura". Para Vargas Llosa, cuando un escritor habla de política "no está usando su imaginación de creador, y cuando la literatura sólo expresa ideas, y no fantasía e imaginación, es mediocre".

Escritores como adornos

Vargas Llosa advirtió que el gran peligro que corren los escritores latinoamericanos de países democráticos, como Colombia, Argentina o México, no es el de ir al Gulag, como en la URSS, sino cómo evitar la tentación de ser convertidos en adornos de sus gobiernos.

El autor de La guerra delfín del mundo calificó de "irresponsables políticos" a los buenos escritores latinoamericanos que preferirían para su continente sistemas totalitarios por considerarlos más capaces de resolver los enormes problemas.

Tampoco faltó una última polémica no literaria cuando Betty Friedan acusó de machismo a la organización del congreso, porque de 140 ponentes en los seminarios o mesas redondas sólo 20 han sido mujeres.

Norman Mailer, el presidente del congreso, culpable de haber invitado a Shultz a hablar a los escritores, no fue excesivamente hábil en su respuesta a las feministas, al afirmar que "no hay muchas mujeres como Susan Sontag, que son intelectuales primero y poetas y novelistas después. Más hombres son intelectuales primero y por ello hemos tenido una tendencia a elegir más hombres que mujeres".

El congreso produjo también una carta de condena a la política de "gran garrote y bananera que practica EE UU contra Nicaragua", firmada, entre otros escritores, por Juan Benet, el único representante oficial español en la asamblea; Günther Grass, Arthur Miller y Allen Ginsberg.

Los mismos escritores que escucharon con cierto asombro cómo Shultz afirmaba: "no se sorprendan, Reagan y yo estamos con ustedes por la libertad de expresión", escucharon también cómo Rosario Murillo, esposa del presidente nicaragüense Daniel Ortega, y poetisa, preguntaba a los reunidos qué se podía hacer con imaginación para acabar con "el genocidio" que sufre su pueblo "por culpa de la agresión norteamericana".

[En el curso de la semana se produjeron algunos enfrentamientos incluso casi personales. El alemán Günther Grass, por ejemplo, se enfrentó al premio Nobel norteamericano Saul Bellow, quien había ofrecido la idea de que la democracia norteamericana proporciona no sólo libertad de expresión sino también hogar y comida a sus ciudadanos. Grass respondió: 'Me gustaría oír el eco de sus palabras en el sur del Bronx, donde no tienen hogar, no tienen comida y no tienen ninguna posibilidad de vivir con la libertad que tú y otros tienen en este país".]

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