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Propósitos diametralmente opuestos

El abismo que separa los puntos de vista de Amman y Damasco induce a pensar que detrás de los ambiciosos objetivos de su reconciliación enunciados por sus respectivos medios de comunicación se disimulan probablemente unos fines mucho más modestos y relativamente contradictorios.

Gracias al secuestro del trasatlántico italiano Achille Lauro y al poder de persuasión del presidente egipcio, Hosni Mubarak, el rey Hussein de Jordania consiguió que Yasir Arafat renunciase y condenase públicamente, el pasado noviembre, la lucha armada antiisraelí fuera de los territorios ocupados, un requisito indispensable para ser aceptado como interlocutor en pie de igualdad en unas hipotéticas conversaciones de paz.

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Reencontrándose con Hafez el Asad, acérrimo adversario del viejo líder palestino, el soberano pretende ahora chantajear a Abu Amar -nombre de guerra de Arafat- para que cumpla la segunda condición que le permitirá sentarse a la mesa de negociaciones: el reconocimiento de la resolución 242 de la ONU. Desde Mubarak hasta destacados miembros de la dirección de la OLP han confirmado que Hussein ha dado a su huésped palestino una especie de ultimátum, que expira dentro de dos meses, para que, de una vez por todas, responda favorablemente a su petición.

Porque padecía alguna alteración de la salud o para intentar así ganar tiempo, Arafat ha guardado cama estos últimos días en Túnez -excepto para asistir, la víspera de Nochebuena, a una discreta reunión del comité ejecutivo de su organización, consagrada a examinar la contestación a dar al rey-, y su enfermedad ha debido parecer tan diplomática en Amman que un médico jordano fue enviado a la capital tunecina para comprobar su autenticidad.

No todo el acercamiento del soberano hachemí al presidente baasista se explica, sin embargo, por su tira y afloja con Arafat. En caso de que prospere su iniciativa diplomática inspirada en la fórmula conjunta, Hussein quiere sondear, según el secretario de Estado adjunto norteamericano, Richard Murphy, qué posibilidades tiene de acercar a Asad al proceso en marcha, aunque sea modificándolo para complacer a Damasco.

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Ni que decir tiene que el propósito del jefe de Estado sirio es asi diametralmente opuesto al de su huésped jordano. Abrazar a Hussein es, ante todo, una manera indirecta de acentuar el aislamiento de su enernigo Arafat. Éste puede incluso quedar sumido en la más absoluta postración si el presidente convence al monarca de que acaso le convenga más adoptar una estrategia de recambio asociándose con Siria para promover conversaciones de paz en las que los llamados disidentes y los marxistas prosoviéticos ostentarían la representación palestina.

Pero en este caso tampoco la reconciliación con el reyezuelo -como describía hace años al soberano hachemí la propaganda siria-, anhelada por Asad, ha sido exclusivamente decidida en función de sus conflictivas relaciones con Arafat.

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