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Cuatro paradojas

La euforia y la riqueza de medios no esconden los incovenientes de la remodelación francesa. Desde el Ministerio incluso señalan los riesgos y paradojas de esta nueva política cultural. En primer lugar hablan de descentralización, pero se inventan, en París, unas regiones para llevarla a buen puerto. En otro orden y capítulo de la política cultural francesa cabe el proyecto de instituir un Consejo de las Minorías Culturales del que se piensa ordenar el consejo rector en París (de nuevo) en fecha próxima. Pero, quizá debido a las críticas recibidas desde aquellas minorías, su constitución ya ha sido postergada desde finales de octubre. La descentralización, proclamada desde un París eminentemente jacobino, despierta lógicas suspicacias.En segundo lugar existe el riesgo de la uniformización. Las FRACS se nutren de dos fuentes, la producción autóctona y los grandes artistas de categoría internacional. Porque la producción autóctona no siempre es buena -y por lo tanto susceptible de no pasar la prueba del tiempo-, todas las FRACS aseguran sus inversiones con la adquisición de obras de artistas bien cotizados en la bolsa mercantil del arte cuyos mecanismos internacionales no pueden subvertir. De modo que, en realidad, todas compran lo mismo, se homogeneizan los fondos y se dificulta la voluntad primera que trataba de reforzar las "peculiaridades de cada región cultural". El actual debate gira en torno a la capacidad o no de venta por parte de las FRACS de las piezas que consideren oportuno. Pero por tratarse de obras compradas con dinero público han adquirido el derecho de "ínalienables".

Casi como consecuencia del aspecto anterior aparece la tercera paradoja: La creciente incompatibilidad entre creación y memoria. Es decir, entre lo que hacen los centros de arte contemporáneo y lo que de ellos quedará en los museos de Francia. Mientras los miembros de la Delegación de Artes Plásticas se muestran satisfechos de su tarea de siembra, los del Servicio de Museos, se manifiestan "decepcionados".

Y por último, la divergencia entre el camino emprendido con la intervención pública y el claro retroceso de la participación privada. Los artistas, francamente favorecidos por la política de ayudas a la creación, producen un stock de obra que no compra casi nadie al margen de las instituciones públicas.

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