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CINE

El duplicado de Indiana Jones

Compton Bennett y Andrew Marton dirigieron en 1950 una primera versión de Las minas del rey Salomón interpretada por Stewart Granger y Deborah Kerr. Se trataba de un filme de aventuras que logró un gran éxito, en buena parte fundado en la leyenda de su azaroso rodaje, leyenda sin duda fabricada en gran medida por un astuto departamento de ventas que pretendía que el espectador se olvidara de las transparencias o de los perfectos peinados que coronaban a Deborah Kerr en plena selva, incluso inmediatamente después de darse un chapuzón en un río repleto de cocodrilos.Esta primera versión no era ninguna obra maestra, pero sí una película entretenida, que explotaba con habilidad todos los tópicos sobre el continente africano como reducto privilegiado para los profesionales de las emociones fuertes, solitarias y coloniales.

Las minas del rey Salomón

Director: J. Lee Thompson. Intérpretes: Richard Chamberlain, Sharon Stone, Herbert Lom, John Rhys-Davies. Guión: Gene Quintano y James R. Silke a partir de la novela de H. Rider Haggard. Fotografía: Alex Killips. Música: Jerry Goldsmith. 1985. Estreno en cines.

En 1985, impulsada la operación por Yoram Globus y Menahem Golam, dos auténticos saqueadores del patrimonio cinematográfico, Lee Thompson ha dirigido una remake (nueva versión) que sólo conserva del original la estructura del relato.

El resto -situaciones, estilo, tono, diseño, etcétera- se ha sacado de las andanzas de Indiana Jones, el héroe creado por el director Steven Spielberg que, además, ha visto cómo disminuía su estatura mítica debido a un reprobable experimento de ingeniería genética que injerta en los personajes cinematográficos millones de células extraídas de los comics más manidos.

Criaturas de 'cómic'

No hace falta extenderse sobre la vulgaridad y estupidez casi inherente a todas las criaturas surgidas de los comics, un mito de los sesenta que sobrevive después de haber renunciado a ser asumido por la alta cultura.Lo único que sí vale la pena reseñar en esta ocasión es lo absurdo que resulta insistir en esos cruces de razas cuando sólo han funcionado si el planteamiento de los creadores ha consistido precisamente en dignificar el comic a base de sólo usarlo como punto de partida, como origen de iconografía. Ahí están como ejemplos Alien y Blade Runner, del director Ridley Scott, para servir de excepciones a una norma que incluye Supermanes, Barbarellas y demás multitud de personajillos intergalácticos.

Las minas del rey Salomón nos muestra, sin ninguna imaginación visual, las dificultades que ha de superar la pareja protagonista hasta llegar a esas minas de las que habla el título. Por el camino se entrecruzan los malvados de la función y varias tribus de caníbales o de nativos partidarios de los sacrificios humanos. Richard Chamberlain, como Harrison Ford recién salido de un lifting (operación de cirugía estética para estirarse la piel), procura estar a la altura de las circunstancias y se deja arrastrar por un tren y practica el patinaje sobre raíles.

La chica hace lo que siempre se espera de ellas: complicar las cosas, caer en manos del enemigo y enamorar al duro y curtido héroe. El espectador lo contempla todo sin que nada le sorprenda ni interese: para preocuparse por la vida de unos seres de ficción primero hay que ser generoso e insuflarles ese poco de vida.

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