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Crítica:MÚSICA CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

París se rinde ante Celibidache

El gran público musical parisiense se ha rendido, una vez más, ante el genio de Sergio Celibidache. Sus dos programas (el primero repetido) con la Filarmónica de Múnich han puesto al rojo vivo la renovada sala Pleyel. Anton Bruckner, en su más pura representación -que, para muchos, es la Quinta sinfonía, ha sido recibido con un entusiasmo comparable al que rodeó la Incompleta de Schubert allá por los años treinta, cuando el cine la divulgó desde Vuelan mis canciones.Hasta en una inteligencia y un saber tan serenamente maduros desde los años de juventud como son los de Celibidache, la edad ha realizado su obra. Ahora aparece como un Celibidache límite, maestro y discípulo de sí mismo. Sus 73 años de vida enteramente dedicada a la música han acrecido lá temperatura de su pasión. Aclaremos: la pasión de Celibidache es la razón, la lógica y la verdad. Desde estos tres principios dispara su inagotable exigencia el gran maestro de la dirección, el músico total.

La aventura bruckneriaría de Celibidache es larga y capaz de encender al máximo el entusiasmo de los berlineses o los parisienses. Una obra como la Quinta, dificil de referir a algo y a alguien que no sean el mismo Bruckner, su mundo íntimo, sus ideas y creencias, su entorno limitado en lo geográfico y sin límites en lo sensible, aparece, en manos de Celibidache, como un tenso y claro mensaje, como un inmenso cosmos sin otra medida que la del corazón del hombre.

Música dolorida y solitaria, transida como la de otra sinfonía coetánea: la segunda de Brahms, quizá también la más intensamente verídica de su autor. Que los caminos no eran idénticos en el hamburgués y el de Linz bien lo sabemos, pero vistas las cosas con la perspectiva del tiempo resulta imposible pensar en actitudes demasiado antagónicas.

Sergio Celibidache, el gran ordenador de perspectivas sonoras, el constructor flexible de formas aireadas, al clarificador de polifonías, el conductor trascendente de melodías y el inmenso cohesionador que hace de la orquesta un órgano de 1.000 registros al servicio de una sola lógica, estremeció materialmente al auditorio, tanto desde la belleza sin mácula del Adagio, nacido de una inspiración estrujada, cuanto desde el tenue popularismo del scherzo, después de haber levantado el catedralicio primer allegro con su pórtico en adagio y antes de clausurar el conjunto con la cúpula miguelangelesca del movimiento final.

Transfiguración y evocación

Desde la pasión bruckneriana del espíritu orientado hacia una mística de la idea y el sonido, Celibidache nos llevó, en su segundo programa, hasta las pasiones humanísticas, con el drama más a ras de tierra, de Ricardo Strauss en su Muerte y transfiguración. En un proceso de intensidad expresiva que hizo de la inicial desolación exaltación sin más límites -como siempre en el maestro rumanoque los de no romper la belleza sonora, el poema straussiano sonó y fue vivido por intérpretes y público como nunca. El color instrumental como elemento constructivo, tal y como supo entenderlo Claudio Debussy, era además carga comunicativa de una expresividad radícada en los mismos valores musicales y desarrollada sobre supuestos de máxima coherencia interna y externa: pensamiento y acción puestos en juego, ascensión de.lo real a lo irreal y atmosférico, como en el Greco.Dos visiones de Mauricio Ravel supusieron otras tantas interpretaciones creativas de Celibidache: el "mágico prodigioso" de la Rapsodia española hecho de evocaciones distanciadas -la noche, los perfumes, la nonchalante habanera, la jota ensoñada- y el no menos prodigioso mago de la orquestación en los Cuadros de Moussorgsky. Casi como una original concepción del Tema con variaciones fue lo que Celibidache expuso al centrar los cuadros moussorgskianos en la idea del paseo, decisivo como materia motívica y dirección ambiental, siempre cambiante.

Sin el menor exceso, sin la más mínima concesión y, por el contrario, exigiendo al público una escucha activa que rara vez se le pide desde el podio, Celibidache y los filarmónicos muniqueses cerraron su visita a París con un triunfo superior al de la puerta que para Kiev proyectara el arquitecto Hartmann. Hay que decir que la orquesta bávara es un instrumento formidable capaz de seguir a Celibidache en un Ravel tan meridional como el de la Rapsodia y defabricar un sonido equidistante entre la Europa del pino y la de la palmera.

Las ovaciones y bravos duraron tanto como una parte del programa interpretado por Celibidache en esta última celebración par¡siense del Año Europeo de la Música, simultánea a la presencia de Daniel Barenboim y la Orquesta de París en la nueva sala de la Philarmonie de Múnich.

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