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Ocaña a vuelve a provocar desde el Museo Español de Arte Contemporáneo

El mundo fantástico de José Pérez Ocaña entra, dos años después de su muerte, en el Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC) de Madrid como una confirmación post mortem del valor de su arte. A través de casi 300 obras se exhibe su entorno fantástico a la vez que crudamente realista, sus fetiches, sus amigos, su soledad, su pueblo y, sobre todo, su provocación permanente. La exposición, que se inaugura hoy, permanecerá abierta hasta el 10 de enero.

De la vida de Ocaña se sabe casi todo: él fue un símbolo cultural de la Barcelona charnega y cosmopolita, la antítesis de la Cataluña oficial. Nacido en Cantillana (Sevilla), en una familia de seis hermanos, su primera aproximación a la pintura -a través de la brocha gorda- se produjo cuando sólo contaba 12 años. La muerte de su padre le forzó a empezar a trabajar con un tío pintor, quien ya entonces le enseñó trucos para conseguir buenos resultados mezclando colores. Con una pequeña exposición a sus espaldas y una lograda fama de personaje peculiar, a los 24 años se traslada a vivir a Barcelona, donde llega a convertirse en un personaje imprescindible de las Ramblas.Instalado en la plaza Real de Barcelona, Ocaña hace de su homosexualidad una bandera. Era un personaje de comunicación directa y supo conectar con todos aquellos que de alguna manera sufrían -o disfrutaban- su marginalidad: tanto charnegos o perseguidos progres de la época -década de los setenta-, como putas, drogadictos, homosexuales o ex presidiarios.

Participaba en los espectáculos callejeros, travestido con trajes de faralaes. Su ausencia era impensable en fiestas populares, en las Jornadas libertarías del parque Güell o en los desfiles de carnaval. Su popularidad nacional se produjo gracias al rodaje de la película documental Ocaña, retrato intermitente, de Ventura Pons.

Al margen de los críticos

Pero, junto a esta presencia en la calle, Ocaña pintaba incesantemente. Su mundo, el mundo que él vivía en plena calle, era después llevado a sus cuadros. Y ante ellos, Ocaña trabajaba con toda libertad, al margen de los consejos de los críticos que le decían que se repetía o que si le convenía seguir en tal o cual dirección. "Con lo sencilla que es mi pintura", llegó a decir, "la clasifican de naïf. Mentira. Mi pintura no es naïf".Ahora, ante los preparativos de la exposición que se inaugurará en el MEAC, la comisaria de la misma, María José Wynn, la persona que le posibilitó su primera exposición importante, en la galería Mec Mec de Barcelona, ordena y selecciona junto a Jesús Pérez Ocaña, uno de los seis hermanos del pintor, la obra que será exhibida.

Serán unos 300 cuadros, divididos por etapas y temas. Una presencia fundamental le corresponde a las vírgenes de Cantillana: la Pastora y la Asunción. "Ocaña era devoto de la Asunción y adoraba a la Pastora", dice María José Wynn, y el hermano del artista explica que esto era insólito, "porque en el pueblo no hay grandes problemas entre la gente, salvo cuando se trata de las vírgenes. O estás con una o con la otra".

Vírgenes, ángeles con bigote, muchos autorretratos con y sin disfraz y sus amigos. Cantidad de amigos. Desde los retratos de aquellos muchachos marginales que conocía en las Ramblas hasta personajes típicos y conocidos de las Ramblas, como la puta María, una mujer de más de 60 años, que dicen que fue bellísima en su juventud y que no hablaba con nadie, pero que sí se confesaba con Ocaña. Entre los amigos hay uno que se repite en especial: su amigo Nazario, el dibujante de El Víbora.

Junto a los retratos de marginados que encontraba en las Ramblas (él odiaba que se maltratara a la gente), está su mundo de fetiches, de cementerios (les tenía pánico) y todas aquellas cosas que le hacían reir, como el cuadro del casamiento de una mariquita de su pueblo que se casó con una cuarentona. Ocaña lo retrató incluyendose él junto a los novios con cara de estupefación. "La broma", recuerda ahora su hermano Jesús, "le costó una bronca impresionante con la mariquita".

Y como una premonición, están sus velatorios. En uno de ellos está él muerto sobre su cama, calzado con sus enormes botas de pies planos y rodeado de sus fetiches y amigos más próximos caracterizados de angelitos.

Ocaña murió el 18 de septiembre de 1983 en Sevilla. Había pasado el verano en Cantillana. Quería descansar y preparar una exposición que iba a realizar en Barcelona. En las fiestas de la juventud se disfrazó de sol y las bengalas que le adornaban le incendiaron las ropas y le produjeron quemaduras gravísimas. Esto, unido a una hepatitis mal curada, acabó con su vida. Su obra pictórica, distribuida entre amigos y familiares, vuelve ahora a provocar, tan viva como siempre.

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