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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Mubarak 'versus' Gaddafi

LA TEMIBLE matanza en el aeropuerto maltés de La Valetta, tras el secuestro de un Bocing 737, ha dado lugar, casi de un modo inmediato, a un violento enfrentamiento verbal entre el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, y el máximo dirigente de Libia, coronel Gaddafi. Por la radio, en el órgano gubernamental Al Ahram, en las declaraciones del ministro de Defensa, Abu Ghazala, y en las palabras del propio presidente Mubarak, Egipto ha acusado a Libia, primero matizadamente luego de forma rotunda, según los casos, de haber instigado al grupo terrorista que secuestró el avión de las líneas aéreas egipcias, con el trágico resultado de 59 muertos. Las pruebas concretas para fundamentar esta acusación son, al menos en el momento de escribir estas líneas, frágiles. En particular, el presidente Mubarak ha hablado con cautela, y ha insistido en que todavía no había llegado el momento de ser claros. Otras versiones destacan que el grupo terrorista actuaba bajo la dirección de Abu Nidal, quien, conocido por otros crímenes, ha dejado de pertenecer a los servicios secretos de Irak, al parecer, para pasarse a los de Siria. Es cierto que Libia y Siria coinciden en sus esfuerzos por impedir el retorno de Egipto a la Liga Árabe, que constituye hoy uno de los objetivos centrales del presidente Mubarak. Por último hay que recordar que el líder libio se ha convertido en una especie de espantajo universal para sus numerosos enemigos, y en particular para Egipto, de forma que nada hay de mejor tono en El Cairo que culpar a Gaddafi de cuanto desaguisado se produce dentro o fuera de sus fronteras. ¿Qué relación pueden tener, por tanto, los intereses de Trípoli y el secuestro de un avión entre Atenas y El Cairo más el asesinato de varios pasajeros? En términos lógicos no aparece ninguna.Las acusaciones egipcias tienen, sin duda, una base mucho más sólida si se consideran, al margen del último caso, aún no esclarecido, las condiciones generales del desarrollo del terrorismo en el Mediterráneo oriental. En ese ámbito sí se ha puesto repetidamemte en evidencia la política aventurera del coronel Gaddafi. En 1984 quedó incluso en ridículo al cantar victoria por el asesinato en El Cairo de un antiguo primer ministro libio, Abdel Hamid Bakush, cuando en realidad los servicios de espionaje egipcios habían logrado evitar el atentado. En aquella ocasión se produjo una situación muy tensa entre ambos países: vuelos de reconocimiento y máxima alerta en las tropas concentradas en la frontera libioegipcia, Gaddafi acusé a Mubarak de ser un agente de la CIA, y Mubarak, a Gaddafi de estar preparando atentados contra Mitterrand, Margaret Thatcher y otros gobemantes europeos.

En la actitud del Gobierno egipcio pueden vislumbrarse motivaciones que van más allá del último atentado terrorista. Numerosos comentarios coinciden en que la orden de atacar el avión en el aeropuesrto de La Valetta se dio con una precipitación excesiva. Incluso en el plano militar, los preparativos fueron claramente insuficientes. En el caso del Achille Lauro, el secuestro por la aviación norteamericana del avión egipcio que transportaba a los terroristas causó a Mubarak un grave desprestigio, y el sentimiento nacional se sintió herido por la injerencia extranjera, considerada desde siempre como amiga. Eso explica quizá el nerviosismo de Mubarak ante el nuevo secuestro.

Aunque numerosos comentarios califican de inexistente al grupo Revolución Egipcia, que se atribuyó el atentado, no se puede olvidar que Egipto -recuérdese el asesinato de Sadat- tiene una oposición interna con elementos fanáticos y violentos. El crecimiento del fundamentalismo islámico estimula actitudes de este tipo. Cuando Mubarak se precipita ahora a poner por delante la responsabilidad de Libia lo hace porque es una posibilidad real, pero también para sortear un movimiento de oposición dentro de Egipto capaz de iniciar acciones contra él.

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A pesar de las noticias que circulan sobre las respectivas concentraciones de tropas en la frontera, que recuerdan las de noviembre de 1984, todo indica que los enfrentamientos tendrán principalmente un carácter verbal y político. Las contradicciones entre Libia y Egipto tienen raíces profundas y se manifiestan en diversos terrenos. Pero el hecho principal hoy es que el acercamiento entre Jordania, Egipto y la Organización para la Liberación de Palestina, más las nuevas relaciones que acaban de iniciarse entre Jordania y Siria, anuncian un reagrupamiento de fuerzas en el mundo árabe, ante el cual, Libia tiene que sentirse cada vez más aislada. Su grave conflicto con Túnez, en el verano pasado, acentúa este aislamiento. Poco efecto puede tener, en ese marco, la unión firmada en Uxda entre Gaddafi y Hassan II. En cambio, las acciones terroristas de los últimos meses han abierto nuevas brechas en el mundo árabe, y parecen incluso poner en peligro los esfuerzos de reagrupamiento que se iniciaban. A ese propósito pueden servir atentados como el del avión egipcio cualquiera que sean sus inspiradores.

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