Las esculturas viajan de Nueva York a Leningrado
Hace apenas dos semanas, el Museo Guggenheim de Nueva York desmontaba la última exposición de Pablo Serrano en vida, dedicada al tema La guitarra y el cubismo. La noticia de la muerte del escultor llegó al museo de la Quinta Avenida cuando en sus sótanos se procedía al embalaje de las 10 obras expuestas, que deberían viajar de Nueva York a Leningrado para una muestra más amplia en las salas del Ermitage.Pablo Serrano vino a Manhattan a mediados de septiembre para presentar una revisión cubista del inagotable tema de la guitarra a través de 10 esculturas en escayola que había seleccionado el propio director del museo, Thomas Messer, en un viaje precedente a Madrid. Era su obra más reciente, realizada entre 1984 y el año actual, y había sido presentada ya en buena parte en la galería Juana Mordó, de Madrid.
En el sexto piso, al comienzo de la espiral descendente diseñada por Frank Lloyd Wright para la más cómoda visita a un museo en el mundo, se encuentra una galería donde el Guggenheim suele exponer obras recientes de escultores contemporáneos.
Expuestas en círculo, las 10 obras cubistas de Serrano iban descubriendo al homo itinerante las posibilidades de destrucción y recomposición que el escultor aragonés encontraba en una guitarra que almacenaba notas picassianas.
"El cubismo es una parte de razón y una parte de emoción. Destruye para construir. Destruye una realidad para construir otra. Por eso el cubismo es una respuesta artística válida para el tiempo de búsquedas y desasosiegos en que vivimos".
Las reflexiones de Pablo Serrano en la víspera de su inauguración neoyorquina casaban con el que parece ser el gusto dominante de la temporada, la neoabstracción, que tiene su pilar próximo de referencia en la gran exposición del Museo de Arte Moderno (MOMA) Contrastes de forma: arte abstracto geométrico 1910-1980, en la que aparece obligatoriamente la guitarra cubista de hojalata de Pablo Picasso.
Blanco frágil
Las esculturas de Pablo Serrano están hechas en material pobre. Son escayolas muy bien terminadas que ofrecen la ventaja de ver la obra más próxima a las manos del artista antes de ser fundida en bronce. Guitarras de blanco frágil, ligeras como las cuerdas auténticas, que meten en la cabeza melodías españolas para llenar el corazón diáfano del resto del museo.
La última exposición de Pablo Serrano cerraba exactamente un ciclo de 25 años de presencia de su obra en Estados Unidos. Fue en 1960 cuando su escultura llegó por vez primera a Nueva York como parte de la exposición Pintura y escultura españolas en las salas del Museo de Arte Moderno.
Siete años más tarde sería invitado a la Exposición Internacional de Escultura del Guggenheim, donde presentaría su obra Hombres con puerta.
La buena relación con el Guggenheim llegó al punto de que le encargasen un retrato del presidente del museo, Harry F. Guggenheim, que no llegó a realizar por grave enfermedad del coleccionista norteamericano. Tanto este museo como el MOMA, así como otras instituciones artísticas de Tejas, Rhode Island o Connecticut tienen obras de Serrano en sus colecciones permanentes.
El Guggenheim de Nueva York está siendo en la última década el museo norteamericano más receptivo para el arte español. En 1980 organizó la exposición Nuevas imágenes desde España, que para algunos fue la gran oportunidad perdida del nuevo arte español para penetrar en el mercado neoyorquino justo cuando se iniciaba la nueva fiebre artístico-mercantil en Nueva York.
El resto de las ofertas españolas desde este museo han sido más clásicas o más seguras. Aquí se presentaron las grandes retrospectivas de Julio González y de Juan Gris, que ahora pueden verse en Madrid. Las esculturas de Chillida llegaron a colgarse de la propia entrada del museo. Y también los últimos Picasso tuvieron su exhibición norteamericana en este mismo recinto.
Pablo Serrano ha puesto por ahora el broche a esta lista. En sus paseos neoyorquinos de septiembre, cuando los síntomas de incertidumbre física ya le asaltaban mientras conversábamos, Pablo Serrano festejaba esta exposición con orgullo apaciguado, sentido con la emoción del artista, pero desde la razón de la edad.
Las dos partes del rompecabezas cubista del que él mismo era imagen viva con su expresivo ojo en arista, amainado por un párpado de frágil transparencia.
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