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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La Iglesia y la militancia

COINCIDE LA 43ª asamblea plenaria del episcopado español con la polémica suscitada en la opinión pública por un artículo editorial de la revista de los jesuitas en Roma, Civiltá Cattolica, que enjuicia la realización histórica del papado después de los dos concilios vaticanos. El editorial no pone en cuestión la infalibilidad del Papa, pero alerta sobre los riesgos de crear un movimiento servilista -una papalatría- que amenazaría a la Iglesia de fanatismo, en detrimento de las distintas corrientes que han de ser posibles en su seno. Por su parte, los obispos españoles discuten estos días dos documentos que despiertan el interés de nuestro mundo político: el más extenso, de 84 folios, sobre el desarme y la paz, y otro, sobre la responsabilidad de los católicos en la vida pública española.La Iglesia católica española ha vivido en los años de la democracia una crisis de misión que podría relacionarse muy directamente con las vicisitudes de la vida política. De una parte, se han retraído los movimientos sociales que desempeñaron una función progresiva durante el franquismo, y de otra, en cuanto a la jerarquía, parece haber seguido una tendencia a encastillarse institucionalmente, hasta el punto en que podría ser merecedora de una crítica sobre su distanciamiento de la realidad social y pérdida de una comunicación pastoral con los fieles. La necesidad de revisar esta última postura por parte de la jerarquía, preocupada por perder la ascendencia de otros tiempos, no parece, a la vez, ajena a la tentación de hacerse presente en la vida pública con fórmulas, más o menos sucedáneas, de intervención política.

Este fenómeno, por otra parte, no constituye una peculiaridad española ni encuentra aquí sus raíces. Hace tan sólo unos días que el movimiento italiano de signo conservador Comunión y Liberación celebró su puesta de largo en Madrid, presentado por su fundador, D. Luigi Giussani, y por su ideólogo político, A. Formigoni. Quien conozca su fuerza social y política, así como la etiqueta pontificia con que suele presentarse, no dudará en el significado de este acontecimiento como un nuevo esfuerzo de suscitar anacrónicas militancias neoconfesionales en la escena de nuestra democracia.

La reciente declaración de los obispos gallegos con motivo de las elecciones autonómicas muestra ya esta inclinación con claridad. Los prelados, coincidiendo con la inauguración de la campaña electoral, no se recatan en desaconsejar el voto para todos aquellos partidos que en su programa electoral favorezcan "la difusión de modelos culturales ajenos y hostiles a la tradición y con ciencia cristianas de nuestro pueblo, la falta de los debi dos apoyos a la familia, sociales, jurídicos y económicos, los condicionamientos a la libertad de enseñanza, la falta de garantías suficientes del derecho a la vida de los no nacidos, etcétera". Este párrafo, que en el contexto histórico del espectro electoral gallego no tiene otra interpretación que la de contener el posible avance del voto socialista, sacraliza, sin embargo, fórmulas legales y opciones políticas concretas, ajenas a las situaciones de injusticia social que padece aquella comunidad autónoma. De este modo, la proclamada neutralidad de la Iglesia, mal disimulada en muchos momentos, se acaba aquí con el decidido apoyo al orden establecido y el respaldo al grupo político que lo preserva. Abiertamente, la fe del Evangelio se parcializa para iluminar sólo aquella parte de la realidad social que responde a los intereses de la Iglesia institucional.

Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, ampliamente propugnadas por grandes pastores de la Iglesia, ningún partido debería ser para los cristianos el instrumento exclusivo a través del cual se encauce su presencia en la vida política. Más aún, existen y deben ser empleados otros nuevos espacios en un régimen de libertades para la intervención en la vida pública de los católicos. Elegir una opción entre el surtido partidario debilita la posibilidad de diálogo y la independencia de la institución eclesiástica. Pero, a lo que se ve, en algunos sectores de la Iglesia -a veces, más papistas que el Papa- el modelo escogido es la regresión a posiciones que presumen de poseer el modelo único de sociedad cristiana y de encastillarse en certezas no solamente religioso-dogmáticas, sino culturales y políticas. Los pertenecientes al ya famoso y derechista movimiento de Comunión y Liberación tildan de "cristianismo endeble" incluso al que pre tenda convivir con otras opciones culturales.

Por lo que respecta a España, esperamos todavía que su jerarquía dé preferencia al proceso de estabilidad democrática, y con ello le sea posible entender que sin la alternancia del poder y de los modelos que los ciudadanos voluntariamente eligen no existe convivencia en libertad y democracia.

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