Un territorio simbólico
Cuando hace unos años a los europeos se nos prometía la revolución a punta de fusil, la moda ideológica nos venía de China y el Tercer Mundo se declinaba, con fervor y con sectarismo, en todas las capillas intelectuales de nuestro viejo continente.Ser europeo era al mismo tiempo una antigualla de salón y una coartada atlántico-conservadora propia de los carreristas institucionales o de los políticos en el retiro. Su uso retórico vaciaba los hemiciclos y su presencia en la literatura de la izquierda era decididamente de mal gusto. No hablo, claro está, de la España diferente del general Franco y de sus. cárceles, donde Europa era un desafío político y su ejercicio una actividad exaltante y peligrosa.
Hoy estamos en la otra esquina. Hemos pasado de predicar en el desierto a la gloriosa unanimidad. Crisis económica, ola moderada, perplejidad ideológica, ausencia de modelos sociales dominantes, fagocitación por parte de la libertad -ideal europeo por antonomasia- de todos los otros valores democráticos, agotamiento de credos y doctrinas, sea por lo que fuere, Europa está de moda y el europeísmo no da abasto. En el aquí y ahora de Madrid sólo tres nombres: Macciopchi, Régis Debray, Juan Goytisolo. Lejos de cualquier reflejo camisaviejista, los militantes europeos de hace 15, 20, 30 años no podemos sino felicitarnos de tener, por fin, el reloj en hora y de poder aportar, con modestia y entusiasmo, nuestra experiencia pasada a la renovada esperanza de hoy.
A ello voy. Frente a los prejucios nacionalistas que no cejan y a los intereses inmediatos de los estados mandando, las grandes instancias europeas (Parlamento, Consejo y Comisión de la Comunidad Europea, y Asamblea Parlamentaria, Comité de Ministros y Secretariado General del Consejo de Europa), en una complementaria estimulación que en ocasiones se vive como rivalidad, están haciendo avanzar, difícil y obstinadamente (dos pasos adelante, uno atrás), la construcción jurídico institucional de Europa. La libre circulación profesional de personas y ese común mercado de bienes y servicios que a los europeístas nos pareció, pronto hará 30 años, un primer paso, aunque in suficiente, necesario, comienza, a golpe de acuerdos y transacciones, a ser una realidad a la vista. Las burocracias y mercaderes, a su aire, con sus modos y sus servidumbres, están cumpliendo, pues quienes: fallamos somos los ciudadamos europeos. ¿No es desconsolador que los diputados de nuestro Parlamento común los elijan todavía apenas el 60% de los votantes?
Este espléndido congreso que ha convocado en el paraninfo de la Universidad madrileña a una tan notable representación de la intelligentsia europea -en la que tal vez se ha echado de menos a los padres fundadores de nuestra acción- puede servir de excelente oportunidad para contribuir a su movilización.
Tres acciones
Europa necesita ser pensada en profundidad. Hay que comenzar por ahí. Más allá de las fórmulas verbales que hemos ido lanzando, con mayor o menor fortuna, a lo largo de los últimos 25 años y que hoy, agotada su eventual fecundidad teórica, formar parte del acervo retórico de los políticos europeos (desarrollo comunitario en los sesenta, identidad cultural en los setenta y espacios europeos, cultural, comunicativo, judicial, etcétera, al principio de los ochenta), es capital que nuestros, intelectuales acometan, sin las inevitables prisas y alborotos de las grandes congregaciones, una reflexión sobre lo que sea Europa, este territorio simbólico en el que las fronteras sólo son puentes, en el que lo unitario sólo puede entenderse como un haz de diversidades, en el que la conciliación de las posiciones antagónicas sólo cabe corno explicitación de su conflicto, en el que las pertenencias son siempre múltiples -sí, de Carcaixent, del País Valenciá, de España, de Europa- y las lealtades plurales -al deslumbramiento mediterráneo, al geist centroeuropeo, a la racionalidad instrumental anglosajona, a la ensimismada pasión es lava-, en el que el campo está siempre abierto, y la casa es una encrucijada.Luego, la Europa cultural en lo concreto que ya no tiene espera. Sólo dos ejemplos. Uno: la iniciada informatización de las grandes bibliotecas europeas, si no se interviene en seguida, dividirá nuestro patrimonio bibliográfico aún más de lo que está. Y otro: sabemos que no hay posible identidad cultural sin lengua en que apoyarla. Pues bien, cada vez es más verosímil que en plazo breve los europeos tengan que pagar royalties a Estados Unidos y Japón para poder seguir utilizando la mayoría de sus lenguas.
Acabo. En la sociedad mediática que nos es propia la espectacularidad es condición de la eficacia. A los intelectuales y a los políticos hay que pedirles que la usen también en su acción europea. Hemos comenzado a hablar de los itinerarios culturales europeos: el camino de Santiago, la vía del barroco, etcétera. ¿Por qué no los sacamos de algunos congresos y de algunas sesiones parlamentarias y los echamos por esos caminos? Como Brugmanns nos decía, no basta con hacer Europa; hay que hacer europeos.
Babelia
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