Washington tiene la pelota en el tejado
UNA REFLEXIÓN serena sobre la discusión de los últimos meses entre Estados Unidos y la Unión Soviética a pro pósito de la próxima reunión en Ginebra entre Ronald Reagan y Mijail Gorbachov, y en particular sobre los problemas de armamento, obliga a reconocer que el dirigente soviético ha logrado colocar la pelota en el techo de la Casa Blanca. Quizá por el contraste con el inmovilismo tradicional de la política internacional de Moscú, lo cierto es que el nuevo dinamismo soviético ha causado cierta sorpresa en Occidente y está obligando a reconsiderar posiciones anteriores para dar respuestas adecuadas a la nueva línea adoptada por el Kremlin. Sería muy exagerado hablar de un viraje en la diplomacia soviética. Pero dejarlo todo en una operación de imagen y propaganda sería asimismo erróneo. Conviene recordar, aunque sea de modo telegráfico, las tres propuestas principales que Gorbachov ha presentado a Occidente, y que han obtenido además, con su viaje a París, una gran publicidad: reducción del 50%. de las armas nucleares estratégicas, renuncia por los dos lados a colocar armas en el espacio y eventuales negociaciones con París y Londres sobre las armas nucleares de alcance medio. El primer punto, decisivo, significa que la URSS admite una reducción drástica del armamento estratégico, lo que ha sido una demairida insistente de EE UU en anteriores negociaciones.La consecuencia principal de tales propuestas -dejando de lado las negativas de París y Londres sobre el punto tercero- ha sido concentrar toda la discusión sobre la inicliativa de defensa estratégica (SDI), la famosa guerra de las galaxias, presentada por el presidente Reagan en marzo de 1983 como un salto histórico en materia de armamento que iba a permitir a la humanidad liberarse de: la amenaza. angustiosa,de la destrucción nuclear. Gorbachov confirma que la URSS está dispuesta a pagar un precio muy alto con tal de obtener que EE UU renuncie a la realización de ese nuevo proyecto de armamentos en el espacio. Es probable que esta misma posición soviética estimule la actitud de los círculos más agresivos de Washington, convencidos de que hace falta imponer una superioridad norteamericana: si la URSS se esfuerza por evitar una carrera de armamentos en el espacio, razón de más para empujar en ese sentido; así, la debilidad soviética se manifestará en un plazo más o menos largo. Sin embargo, el actual momento internacional, un mes antes de la reunión de Ginebra, se caracteriza sobre todo por la diversidad de las fuerzas que están pronunciándose contra la estrategia de la SDI. Ninguno de los aliados de EE UU apoya tal estrategia con entusiasmo: unos son reticentes; otros, claramente contrarios. En la opinión pública europea, entre los científicos, inclusoen muchos medios empresariales, predomina una actitud contraria. No se trata de simpatía por la URSS (están contra la SDI sectores muy antisoviéticos), se trata sobre todo de que esa presunta defensa absoluta aparece como una hipótesis muy lejana, y además sin posibilidad. de ser aplicable al caso concreto de Europa. Y sobre todo existe el temor a una carrera de armamentos aún más acelerada.
Pero el debate ha estallado con particular fuerza en EE UU, y, últimamente, dentro de la propia Administración Reagan. El presidente norteamericano ha afirmado en reiteradas ocasiones que EE UU no violaría el tratado ABM (Sobre misiles antibalísticos), firmado en 1972, cuya filosofía es restringir al máximo las armas o dispositivos antimisiles para que funcione la disuasión nuclear. ¿Pone fin a esteobjetivo del ABM la iniciativa de la guerra de las galaxias? El choque público entre McFarlane y Shultz refleja en el fondo dos actitudes: la primera tiende a ignorar las limitaciones del tratado ABM; a ello parece resistirse el secretario de Estado, consciente sin duda de la sensibilidad europea en esta materia.
Estos hechos confirman algo que ya era evidente desde el momento mismo en que se concertó la entrevista Reagan-Gorbachov para el próximo mes de noviembre, y es que no podrá tratarse de una reunión para cerrar un proceso de: negociaciones y proclamar un acuerdo. Más bien lo contrario: su éxito podrá consistir en abrir una discusión sobre cuestiones más concretas, a partir de posibilidades más avanzadas que hasta ahora en materia de disminución de armamentos. Por ello, el clima de la reunión, la disposición de los dos líderes a abrir cauces hacia soluciones concertadas, será un aspecto decisivo para el futuro.
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