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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De más a menos

Imaginada de antemano, Extramuros era una película que reunía ingredientes de suficiente entidad para que, una vez conjuntados y coordinados, nos prometieran un filme de mucho interés: la belleza de la novela de Jesús Fernández Santos; el solvente equípo técnico que la realizó; su buen reparto, que cuenta con profesionales que tienen mucho que decir en su difícil oficio; y, sobre todo, la recuperación de un verdadero cineasta, aquí donde muchos simulan serlo, Miguel Picazo, que es uno de los directores del cine español sin cuya obra la evolución, de éste se entendería de manera amputada.

Do de pecho y gallos

Extramuros

Director: Miguel Picazo. Guión, basado en la novela del mismo título de Jesús Fernández Santos: Picazo. Fotografía: Teo Escamilla. Música: José Nieto. Producción española de Antonio Martí para Blau Films, 1985. Intérpretes: Mercedes Sampietro, Carmen Maura, Aurora Bautista, Assumpta Serna, Antonio Ferrandis, Manuel Alexandre. Estreno en Madrid: cine Palacio de la Música.

Pero con frecuencia en el cine las cosas son sobre el papel de una manera y sobre el celuloide de otra. La conjunción de tan buenas partes no ha dado esta vez lugar a un buen todo. Las calidades de Extramuros se han quedado en las calidades aisladas de sus partes, sin que estas contagien a ese todo de, sí mismas.Por una parte, la novela en que el filme se basa está allí, pero en su esqueleto, no encarnada. El afinamiento del equipo técnico consigue instantes de credibilidad en secuencias e imágenes consideradas aisladamente, pero su aparato expresivo general se queda en retórica, al flotar la técnica a la deriva sobre,una narración no dominada narrativamente.

Por otra parte, el reparto sigue al pie de la letra su traicionera etimología: se hace literalmente repárto, es decir distribución o desmembración, no movimiento hacia la unidad. Y finalmente, el director está en algunas ocasiones a la altura del capítulo de la historia del cine español que le pertenece con pleno derecho, pero en otras, que son las más, no.

Para indagar qué le ocurre a Extramuros, para descubrir por qué no acaba de convencer, hay que ir justamente allí donde sus autores han buscado profundizar más, a su do de pecho, que es el capítulo interpretativo. En la película hay tal do de pecho dentro de este capítulo, pero está jalonado, por seguir con el símil operístico, por algunos estridentes gallos.

Extramuros es un filme de rostros, y, en efecto hay en él rostros que a veces crean auténtico cine. Por ejemplo, se pueden aislar algunos magistrales dúos entre Carmen Maura y Mercedes Sampietro, que componen un auténtico diálogo de palabras, cuerpos, gestos y miradas. Pero ¿por qué esta intensidad de las actrices cuando se enfrentan y juegan entre sí se quiebra al interponerse entre ellas otro u otros rostros?.

Porque Miguel Picazo domina la zona intimista del relato, que gravita enteramente sobre este dúo, y por el contrario pierde el pulso en la zona exterior de éste, creando así una ruptura entre ambas que hace imposible la imprescindible unidad dramática y narrativa.

El bordado en seda que trenzan a solas Maura y Sampietro no soporta, por ejemplo, el hilo de esparto que aporta Aurora Bautista al bastidor y menos aún el de plástico de Assumpta Serna. Lo que no deja de ser paradójico: en el caso de Aurora Bautista, ¿cómo es posible que aquella honda Tula que esta actriz construyó hace 20 años con Picazo se convierta ahora en tan superficial artificio?; y en el de Assumpta Serna, ¿por qué una actriz que, apenas sin decir dos palabras, devora con desbordante talento en La vieja música a quien se le pone por delante, es aquí a su vez devorada por un desarrollo penoso de su personaje?.

Todo en Extramuros está lastrado por esta,quiebra entre las dos zonas del relato, que ejemplifican las cuatro actrices. Están desorde nada e incoherentemente dirigidas por Picazo que, al no lograr acoplarlas en un acorde interpretativo común, rompe la continuidad de la línea de intriga e interés y, con ella, la progresión dramática de una película que, al revés de lo que debiera ocurrirle, va a medida que avanza de más a menos.

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