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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Respuesta a Sánchez Vicente

Si un muchacho recién casado se halla de pronto ante un conflicto entre su madre y su mujer, se sentirá perplejo y disgustado en sus afectos y se verá obligado a poner en juego los mejores recursos de su ponderación y su conciencia. Pero si se le proporciona, ya prefabricado, un eslogan tan rotundo y eficaz como: "Toíto te lo consiento / menos faltarle a mi madre; / que una madre no se encuentra, y a ti te encontré en la calle" (eslogan cuya falacia y maldad dejo al examen del buen entendimiento de mi corresponsal), se le pone en la tentación de hurtarse a la responsabilidad de su discernimiento, zanjando la querella con el irracional e injusto absolutismo de poner el vínculo de la elección.Ésta es una ilustración de cómo pienso que cosas en principio tan superficiales como los eslóganes (en los que incluyo los refranes) tienen, no obstante, una gran fuerza ideológica para sustituir la actividad moral de los sujetos, relevándolos del esfuerzo y del conflicto y funcionando como auténticos comodines de conciencia, o sea, como estereotipos previos y alienados, capaces de determinar a ciegas la actitud y la conducta.

¡Qué alivio encontrarse el caso de conciencia juzgado y sentenciado de antemano! En esto, de ser cierto, residiría la fuerza profundamente corruptora de tales comodines.

Cuando mi corresponsal me achaca relacionar el refrán del gato con la acción de los GAL y

"tomar a conveniencia la literalidad de una frase"; no deja expresa la verdad completa; pues si establezco, en efecto, dicha relación, hay que añadir que lo hago porque sospecho que ésta puede realmente ser establecida en muchas conversaciones y conciencias, porque temo que el refrán pueda realmente ser "tomado a conveniencia" -por usar la magnífica expresión de mi corresponsal- para quitarse de encima a bajo costo, o, mejor dicho, al más miserable de los costos, ese u otro problema de igual orden de gravedad moral. Y si he ido a elegir ese concreto caso de conciencia no es por ningún truculento afán de conducir las cosas a su extremo peor y más desmesurado, sino por creer que es justamente en las cuestiones más turbadoras para la conciencia donde ésta se ha de ver más fuertemente tentada a refugiarse en el socorro que le ofrecen tan deletéreos y corruptos comodines. La cuestión a debatir -y que, naturalmente, queda abierta- no sería, pues, la de si yo soy justo o injusto, o si exagero o no, al relacionar el refrán del presidente con la acción de los GAL, sino la de si es acertado o equivocado: 1. Atribuir a los eslóganes tan poderosa función de comodines de conciencia. 2. Suponer que éstos recurren tanto más fácilmente cuanto más escabroso sea el conflicto que viene a reclamarnos responsabilidades, como es el caso del asunto referido.

En cuanto al reproche que me hace de retórico, no cabe más que darle la razón. Es un pecado en que incurro muchas veces y que, por cierto, guarda algún parentesco con el de los comodines de conciencia: los retoremas son, en efecto, comodines del afán de convencer o disuadir (y aquí llevaba yo toda la pasión de intentar exterminar ese refrán gatuno igual que un bicho terriblemente pernicioso). ¿Me concederá mi corresponsal como atenuante, en este caso, el hecho de que mis palabras tengan una caja de resonancia infinitamente menor que las del presidente del Gobierno?-

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