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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los nuevos rusos y Europa

GORBACHOV HA elegido un excelente escaparate para su primera aparición pública en Occidente: París es un amplificador. Y su televisión mostró a Europa, como preludio a la visita, una larga entrevista en la que aparecía el nuevo rostro soviético. Es el mismo papel que tan satisfactoriamente ha representado su ministro de Asuntos Exteriores, Shevardnadze, en Washington: un contraste con la coriácea y aburrida impasibilidad de Gromiko, al que eternamente marcó su repetición del niet en los primeros tiempos de la ONU.Pero el viaje de Gorbachov a París tiene objetivos que trascienden el deseo de presentar una imagen nueva, y más agradable, a la opinión occidental. En las propuestas que el líder soviético ha hecho públicas durante su estancia en la capital francesa se perfilan con nitidez puntos nuevos, e importantes, que difieren de la actitud que la URSS ha defendido en anteriores etapas. Llama la atención, en primer lugar, la propuesta de una reducción del 50% de las armas nucleares estratégicas, ligada a la de una prohibición de colocar armas en el espacio.

Los norteamericanos han insistido en una reducción drástica de las armas nucleares y el trato que Gorbachov les ofrece es transparente: aceptamos esa reducción que venís pidiendo, pero renunciad vosotros a la guerra de las galaxias. A la vez, Gorbachov propone una discusión separada sobre el tema de los euromisiles; y ofrece a Francia una negociación concreta, aceptando la tesis gala de que no cabe discutir, sin la presencia de Francia, del armamento nuclear de este país. En todos los planteamientos hechos por Gorbachov en París aparece de modo claro el intento de diferenciar la posición de Europa de la de EE UU y, de un modo especial, de utilizar las posiciones europeas para presionar sobre Washington con el fin de que renuncie a la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica, pieza clave hoy de la política del presidente Reagan. No ha de verse, sin embargo, en esto una simple maniobra de la URSS. Ciertamente, la oposición de diversos Gobiernos europeos a la guerra de las galaxias es una realidad en sí y tiene motivaciones que surgen de la propia situación de Europa. Mitterrand ha expresado esa posición europea con energía, y ello explica que Gorbachov haya escogido París para su primera salida a Occidente.

Sin duda perviven en las posiciones de Gorbachov concepciones tradicionales, que sólo pueden servir para la propaganda, y que son contraproducentes en el terreno de la política seria. De un modo concreto, la pretensión de que la Unión Soviética forma parte de Europa y de que por ello deben existir unos intereses europeos en los que coinciden, frente a EE UU, la URSS y Europa Occidental. Es evidente que tal interpretación del concepto de Europa choca de frente con lo que es la evolución real en nuestro continente. Existe, desde luego, en este continente una fuerte tendencia a afirmar la personalidad de Europa en las relaciones con EE UU, pero con el objetivo de que Europa pueda ser un factor más independiente de la política internacional y no para aceptar esa perspectiva irreal de una Europa con la URSS. Que Gorbachov siga utilizando argumentos de este género demuestra los límites de las innovaciones respecto a la política tradicional de la URSS.

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Estos límites de la novedad, representada en el plano exterior por los actuales dirigentes soviéticos, tienen sus raíces en su propia evolución interior. Sin duda Gorbachov ha iniciado con energía, en un plazo corto, una serie de cambios tendentes a combatir la corrupción, a promover nuevos cuadros, a recuperar la economía -es el papel que ahora debe desarrollar el nuevo jefe del Gobierno, Rizhkov-. Pero la posibilidad de que esta sustitución de modales y de rostros suponga un cambio en profundidad, una especie de nueva frontera soviética, es algo que está todavía por ver.

Habrá que esperar más tiempo, a pesar de la aceleración con que se está produciendo la variación, para poder apreciar algo que es fundamental: si los cambios en la URSS proceden de una reflexión del verdadero poder profundo del país o si el conservadurismo y la estratificación frenan el proceso y los cambios no son capaces de abrir un camino nuevo.

Con una objetividad histórica se puede decir que la Unión Soviética no ha cesado de perder terreno en el mundo desde el XX Congreso del PCUS en 1956. En un catálogo somero de esta pérdida estaría la disputa con China, y la salida de ésta del comunismo -a pesar de su vocabulario-; los intentos repetidos de países del Pacto de Varsovia de distanciarse o salirse de su órbita; las renuncias de los partidos comunistas europeos a partir del testamento de Togliatti; la huida en masa de los intelectuales. Y lo que parece más grave para la URSS: la pérdida de fe de los revolucionarismos mundiales. Aunque Reagan siga denunciando comunismo en todo movimiento, la realidad última es que en cada zona el partido comunista correspondiente ha perdido su clásico papel de vanguardia de la revolución, y ha sido sustituido por otras motivaciones ideológicas -religiosas, nacionalistas, locales-, aunque la URSS preste su ayuda directa o indirecta: ayuda como potencia, y como parte del enfrentamiento global con Estados Unidos, y no como oferta de modelo de sociedad, lo cual contradice enteramente los orígenes de su difusión mundial.

Puede decirse que en los últimos tiempos en lo que ha crecido seriamente la Unión Soviética es en armamento, y que esa condición de país sobrearmado ha contribuido notablemente a modificar su aspecto ideológico y a la pérdida de sus otros valores de influencia. No sería ilógico, por tanto, que una reflexión seria sobre este largo retroceso -unida al estancamiento del progreso interior y a un malestar creciente y profundo, que si no se manifiesta como en Occidente, no por las razones que aduce Gorbachov, sino por la permanencia de la represión, pero que se revela visiblemente en una desolidarización del pueblo con el poder- hubiese llevado a este nuevo aspecto, a esta creación de imagen. La generación de los mutantes, limitada hasta ahora a Gorbachov, Ryzkhov y Shevardnadze -es decir, en la primera fila de un largo y oscuro coro-, da esta sensación de que existen los nuevos rusos. No hay, sin embargo, que dejarse llevar demasiado por la nueva música. A pesar de las claras iniciativas y el nuevo tono realista de Gorbachov, el tirón hacia atrás de la vieja guardia sigue siendo muy fuerte, y el peso de la tradición y de la rutina, todavía considerables.

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