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33º Festival Internacional de Cine de San Sebastián

Las películas de resonancia presentadas al certamen donostiarra abren la temporada en las pantallas españolas

El festival de San Sebastián acaba de pasar su ecuador y es el momento de echar una primera mirada hacia atrás, por supuesto sin ira, con toda la manga ancha que necesita una plataforma de cine que en esta edición se encuentra todavía edificándose a sí misma, ya que no ha tenido tiempo más que para hilvanarse sobre la marcha e intentar salir de un difícil paso. El ecuador del certamen coincide, por otra parte, con el inicio real de la temporada cinematográfica en España.

Podemos adelantar, en este medio balance, que de ese difícil paso ya se ha salido y con la cabeza bastante más alta de lo que cabía imaginar, a tenor de los antecedentes del tinglado de urgencia montado aquí este año.

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Películas para el olvido

El verdadero reto del certamen de este año, una vez superado el test de dignidad imprescindible de la media de las películas seleccionadas, se presenta a un año vista. Pero este es un asunto sobre el que habrá que volver, y a fondo, en el resultado definitivo dentro de unos pocos días.

Mientras tanto, hagamos la cuenta de la vieja. En San Sebastián se han proyectado hasta ahora un par de filmes muy brillantes, de alcance internacional y que pueden dar a sus dueños mucho dinero: El honor de los Prizzi y Cocoon. Se han exhibido también dos deliciosas comedias de estilo imperecedero: Buscando desesperadamente a Susan y La rosa púrpura de El Cairo. Y, finalmente, una película formidable, bellísima, incatalogable: Ran, de Akira Kurosawa.

Edición 'test'

Más cuentas de la vieja. Se trata de cuatro filmes norteamericanos, uno japonés y los cinco fuera de concurso. Se diría que ante esta edición-test, el cine de las multinacionales y el de alcance automático a los mercados mundiales ha querido estar presente, pero con un pie dentro y otro fuera. Tómese esto como síntoma de una peligrosa ambigüedad, contra la que habrá que luchar desde dentro de la organización del festival a brazo partido. En la edición de 1986, que es la que importa, filmes de este tipo deben estar aquí, pero con los pies dentro.

Me atrevo a adelantar que, con una adecuada multiplicación del presupuesto, con sentido de la racionalización del esfuerzo convocador y con la demolición de la parte paleolítica de la organización del festival, ese ambicioso objetivo es perfectamente posible e incluso no difícil de alcanzar. En las manos de los responsables políticos, municipales y estatales, del certamen donostiarra está poner lo que hay que poner y quitar lo que hay que quitar en la muy deficiente organización actual, para que así ocurra. De lo contrario, que ellos apaguen la vela y nosotros nos vayamos con el lápiz a otra parte.

Junto a estos filmes fuera de concurso se ha proyectado otro puñado de películas sin suficiente peso específico ni publicitario para que puedan penetrar por sí solas en los mercados europeos y norteamericanos, pero sí capacitadas potencialmente para introducirse en alguno de ellos con la ayuda de plataformas de lanzamiento eficaces. Hasta el momento son éstos: un sencillo filme polaco de poderoso lirismo Yesterday; el francés La vida de familia, que arranca magistralmente y se diluye después en un intelectualismo de parvulario; los españoles La corte de faraón -que, pese a su desaliño formal, tiene una poderosa distinción estilística, una personalidad arrolladora y un humor torrencial- y, más limitadamente, La vieja música, que es un filme bastante desequilibrado e incluso endeble, pero resuelto con muy buen oficio y un juego de interpretaciones secundarias excelente; y el argentino Los días de junio, filme psicodramático del despertar de un pueblo sojuzgado, que tiene destellos de intenso talento, pero que están en gran parte neutralizados por un querer decir más de lo que dice, o sea por ese exceso de pretensiones que llamamos pretenciosidad.

En total, cinco filmes mayores o menores, mejores o peores, pero auténticos filmes, lo que no es poco en el pajar de la cinematografía mundial de hoy, donde es más difícil encontrar a una verdadera película que a la proverbial aguja.

Superar el reto de esta edición del festival de San Sebastián se cifraba en que los filmes llamados a concursar -aceptando de antemano que iban a tener menos altura profesional y gancho comercial que los de fuera de competición- no hicieran el ridículo ante las películas invitadas, consideradas éstas como referencia de la altura actual del listón de la industria. Las cinco películas citadas no sólo no han hecho el ridículo, sino que dan la talla para saltar ese listón.

Exhibición

Lo visto hasta ahora ha obtenido un rápido eco en los mecanismos de bote pronto de la exhibición en el mercado español. En lo que queda por ver es posible que salten algunos otros filmes dignos de engrosar el paquete de las películas citadas. Todo ello indica que San Sebastián tiene ganado de antemano al mercado español y, posiblemente, algunos rincones, no totalmente colonizados por EE UU, del mercado latinoamericano.

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