Buen sentido teatral
George Orwell era un escritor poco dotado para la profecía, como se ha podido ver en su 1984, a pesar de los grandes esfuerzos hechos ahora para que encajase su predicción en la realidad del año que pasamos, en uno de esos esfuerzos colectivos de solidaridad mentirosa que han hecho la fama de los profetas. Lo que sí era: un gran satirico de su tiempo, y uno de los primeros intelectuales de la izquierda en percibir el desencanto. Animal farm (1945) fue una crítica del estalinismo que, aún hecha desde una rabiosa, honesta e inquebrantable defensa de la libertad, encajó muy bien en los tiempos de la guerra fría que no iba a favorecer mucho la libertad en Occidente.Es un texto no dramático, hecho a manera de fábula o de cuento -a fairy tale-, tan conocido y traducido que sena pretencioso volver aquí sobre él. El interés está en ver cómo la compañía del National Theatre de Londres lo ha convertido en teatro. Hay un narrador -un niño que lee, como muestra de adhesión al texto y de la tradición británica de meter en moldes infantiles sátiras políticas: como en Jonathan Swift, como en Daniel Defoe- y que ve lo que lee, con lo que el espectáculo se aniña deliberadamente.
Animal farm
De George Orwell; adaptación escénica de Peter Hartwell; letra de Adrian Mitchell; música de Richard Peaslee. Intérpretes: compañía del National Theatre de Londres. Escenografía, figurines y máscaras, de Jennifer Carey. Director: Peter Hall.Teatro de la Comedia. Madrid, 20 de septiembre.
Rebelión contra el zar
Los animales de la granja que se rebelan contra su zar para caer en otra tiranía tienen un toque, por tanto, ingenuo, y muy bien trabajado desde el punto de vista plástico; unas máscaras bellas y funcionales, que no perturban la voz. Los actores y actrices de esta distinguida compañía tienen unas admirables dotes mímicas, una trabajada expresión corporal, y los leves movimientos reproducen lo necesario de las características de las especies animales retratadas.Sucede lo mismo con sus voces, que encuentran el difícil equilibrio entre una sugerencia de los sonidos producidos por los animales y la expresión humana. La obra está musicalizada: las canciones y los coros responden al sistema del intermedio entre lo cantado y lo recitado, y no hay, naturalmente, quien desafine. Todo se desarrolla sin estridencias visibles, sin tensiones y sin esfuerzos.
Hay una ejemplaridad de conjunto de compañía, de talento para resolver los problemas, y de economía en decorados y vestuario. No es un alarde: es una perfección dentro de un teatro menor y sencillo, pero adherido al viejo arte de representar. Sin la grandilocuencia latina, sin el ánimo de deslumbrar o de capturar el prestigio a toda costa.
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