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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El largo viaje

TODAVÍA SE oyen en los mentideros del país los comentarios sorprendidos en tomo a la actitud, que pudiéramos decir irreverente, del presidente del Gobierno y su esposa durante la ceremonia del té a la que asistieron en su reciente viaje a Japón. Las más que sonrisas que se permitieron durante el acto -sin duda, fruto de su simpatía natural- pusieron, cuando menos, de relieve la pobre imaginación de los fontaneros de la Moncloa, incapaces de preparar como es debido algunas comparecencias del jefe del Gobierno. Por lo demás, una valoración de esta visita a Extremo Oriente, de indudable importancia en muchos aspectos, corre el peligro de chocar contra el triunfalismo que algunos medios gubermamentales -y el propio Felipe González en la entrevista con cedida a Televisión Española- han realizado. El viaje significa una apertura de nuestra acción internacional y de nuestro comercio exterior al Pacífico oriental, e importantes beneficios pueden derivarse para la balanza comercial, la inversión de capitales extranjeros o la importación de tecnologías de punta. Pero la autocomplacencia oficial a la hora de subrayar los logros del viaje y la resistencia a analizar también los errores o las insuficiencias en el planteamiento y desarrollo del mismo pueden suscitar críticas que terminen negando injustamente el pan y la sal a esa visita.El viaje del presidente tuvo -como las obras teatrales- comienzo, nudo y desenlace. Y la pretensión oficial de borrar el accidentado arranque del recorrido, como si no formase parte del conjunto, es ridícula. El presidente y sus asesores tienen todo el derecho del mundo a opinar que el cierre del espacio aéreo de Bulgaria e Irán al avión presidencial en ruta hacia China carece de interés informativo. Para su desgracia, los periodistas no piensan igual. Es exigible por eso una investigación sobre si se ha visto afectada la seguridad del presidente del Gobierno -y de quienes le acompañaban- por una decisión mal tomada. Y es innegable que la retirada por parte de Irán del permiso de sobrevuelo previamente otorgado supone una ofensa no sólo al presidente y al Gobierno, sino al país que representa, que debe tener adecuada respuesta por parte de las autoridades españolas.

En lo que respecta al viaje en sí, parece palpable que han progresado las gestiones y las conversaciones sobre proyectos de inversión en la República Popular China, algunos tan importantes como una planta petroquímica, una fábrica de cemento y una planta para la preparación de cítricos. Otros contactos realizados por los empresarios invitados por el presidente pueden cristalizar en operaciones concretas. En países donde la titularidad del comercio exterior es estatal, el apoyo de los Gobiernos favorece enormemente las posibilidades de los empresarios interesados en hacer negocios. El impulso político dado por la Administración ha abierto nuevas perspectivas para los hombres de negocios españoles en China. Aunque los bajos niveles de renta y las oscilaciones de la política china obliguen a moderar los triunfalismos, reviste considerable importancia que nuestra acción exterior haya comenzado a hablar el lenguaje del comercio precisamente con el país más poblado de la Tierra.

Los frutos políticos del viaje a Japón quedan oscurecidos por los resultados tangibles de la previa estancia en China. Aunque la lejanía geográfica justifique la agregación de las dos etapas, tanto el diferente carácter de los objetivos perseguidos en cada país como la distinta naturaleza de los regímenes anfitriones quizá hubieran aconsejado no mezclarías dos etapas en un mismo recorrido. No parece, en cualquier caso, que las conversaciones sobre política internacional, tanto en China como en Japón, hayan ocupado demasiado espacio o servido para conclusiones operativas.

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Durante la doble visita, el jefe del Ejecutivo ha adoptado actitudes que descubren una cierta tendencia a confundir sus papeles con los que corresponden al Jefe del Estado. Ya Adolfo Suárez padeció tentaciones -o confusiones- de similar porte. Todo ello indica también una insuficiente preparación del viaje, teñido en ocasiones de aspectos turísticos que podían haber tenido un caracter estrictamente privado en una visita de Estado.

Por último a su regreso a Madrid, González ha optado por explicar, en entrevistas separadas a distintos medios de comunicación, el significado de su viaje. Quizá su poco afortunada actuación en la conferencia de prensa con motivo de la crisis de Gobierno le haya llevado de nuevo a rehuir este tipo de actos. Pero no cabe duda de que no pueden ser sustituidos de ninguna manera por comparecencias concretas en medios concretos. Los usos democráticos exigen una nueva política informativa del Gobierno que no acaba de llegar.

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