Mitterrand, nuclear
EN LA decisión del presidente François Mitterrand de realizar casi por sorpresa una visita a la base de las pruebas nucleares francesas del atolón de Mururoa sorprende de entrada el itinerario escogido, con una escala en Kuru, en la Guyana francesa, para asistir al lanzamiento del cohete Ariane, que debe colocar en órbita dos satélites de comunicaciones civiles, uno norteamericano y otro europeo. Ariane es un éxito científico y técnico importante; el papel de Francia en conseguirlo ha sido fundamental; es a la vez una empresa de dimensión europea, y uno de los ejemplos aducidos, sin esconder que hay aspectos diferentes, para argumentar la viabilidad de Eureka. A la vez, lo que Ariane ha avanzado puede ser decisivo cuando Europa se decida a tener su propio sistema de información militar, sin lo cual una política internacional independiente es dificil de concebir. Kuru aparece, pues, como la etapa científica y civil del viaje del presidente francés, y en cierto sentido, una reafirmación también de su política europeísta.Es difícil, sin embargo, no ver en esa primera escala una especie de cobertura, o compensación, ante determinados círculos, de lo que es evidentemente el contenido esencial del viaje: reafirmar la voluntad francesa de seguir realizando en Mururoa las pruebas nucleares, tal como, ha venido haciendo desde 1966: en una primera etapa, en la atmósfera, y desde 1975, en pozos subterráneos. La creación de un comité de coordinación, con una participación diplomática y civil al lado de los mandos militares, no puede disimular que Mitterrand pretende afirmar sobre todo una presencia francesa militar, y ligada casi exclusivamente al desarrollo del arma nuclear. A lo largo de los años, las pruebas de Mururoa han dado lugar a movimientos de protesta, pero este año las cosas han alcanzado un nivel de tensión superior. Por un lado, los diversos Gobiernos del Pacífico sur han refrendado con un acuerdo solemne que esa parte del mundo sea zona desnuclearizada. El desprecio de Francia a tal acuerdo supone, según los gobernantes de Australia y Nueva Zelanda, una provocación hacia los Estados de esa región. Otro factor es el atentado contra el Rainbow Warrior, que se disponía a participar en una campaña contra las pruebas en Mururoa; no puede dudarse racionalmente de la participación en ese atentado de los servicios secretos franceses, y el resultado no puede ser otro que un aumento sustancial de la oposición en el Pacífico a las pruebas francesas.
Al llegar al poder los socialistas franceses, el ministro Claude Cheysson inició una política de mayor distensión en las relaciones con los diversos Estados del Pacífico sur, que encontró un eco indiscutible. ¿Ha considerado Mitterrand al decidir su viaje que Francia necesita volver a una política más rígida, basada en afirmar su presencia acentuando el aspecto militar y el lenguaje grandilocuente? Si así fuese, la apariencia externa podría ser de fuerza, pero la realidad sustancial sería a todas luces otra. Con las pruebas de Mururoa, Francia choca con dos ideales fundamentales de la mentalidad contemporánea: el repudio del arma nuclear y el repudio del colonialismo. Lo que dicen muchos jóvenes australianos o de otros países es simplemente esto: si Francia quiere hacer sus pruebas, que las haga en su territorio.
En febrero pasado hubo un duro enfrentamiento entre el Gobierno neozelandés y el de EE UU por la negativa del primero a permitir la entrada en sus puertos de navíos con cargas nucleares. No hay nada específicamente antifrancés en la oposición a las pruebas; es una actitud que enlaza con una corriente amplia en numerosos países y en familias ideológicas diversas, que tienden a frenar por todos los medios a su alcance el desarrollo de las armas nucleares. Lo fundamental son los arsenales de EE UU y la URSS, pero el Pacífico sur no se siente directamente afectado por ellos.
En términos generales, la derecha francesa ha manifestado su aprobación al viaje de Mitterrand. Ello representa para éste un éxito apreciable; ante la perspectiva de una derrota del Partido Socialista en las elecciones parlamentarias de 1986, Mitterrand necesita inventar una solución para seguir siendo presidente de Francia con una Cámara con mayoría de centro-derecha. Se esfuerza por plasmar ya ahora piezas de una política exterior francesa por encima de los partidos. La rentabilidad del viaje a Mururoa debería calcularse, en esta perspectiva, en el terreno de la política interior.
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