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Reportaje:La extraña suerte de los 'príncipes del toreo'

La quinta de Yiyo

Aquella segunda promoción de la Escuela Nacional de Tauromaquia fue la de más talento..., y la de menos suerte

¡Con qué ilusión se lanzaron a la aventura torera esos tres chavales madrileños! Hay una foto tomada en Villanueva de Alcardete, provincia de Toledo, el 3 de noviembre de 1978, la primera vez que se vistieron de luces. Tenían 14 años, no se afeitaban todavía, aún no se les había cambiado la voz, y, sin embargo, ahí estaban, tan orgullosos, tan toreros. La postura es clásica: el capote de paseo sobre el hombro, un pie ligeramente extendido para apoyar la mano. Podrían ser el joven Joselito cuando pertenecía a aquella célebre cuadrilla de becerristas sevillanos, o Guerrita cuando toreaba con los Niños Cordobeses, o el mismo Lagartijo. Sí, Lagartijo; hay grabados de Lagartijo en esa misma postura. ¡Vaya torería!No importa que el traje de José Cubero, Yiyo, hubiera pertenecido a una popular señorita torera, ni que la terna usada de Lucio Sandín le viniera grande, ni que el vestido de Julián Maestro apenas era prenda de torear ni nada, más bien parecía el disfraz de toreador de una opereta francesa. Tampoco importa que Villanueva de Alcardete estuviera perdido por los caminos, ni que los chicos, no ganaran dinero con el festejo, ni que los toros fueran unos becerros que no precisaban de picadores.

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Intuitivos, espontáneos y vivaces

No importaba nada de eso porque los chavales ya toreaban vestidos de luces. Eran toreros. Aquella noche, cuando regresaron a sus pequeños apartamentos en barrios obreros de Madrid como Canillejas o Carabanchel, los jóvenes que daban patadas a un balón en el patio y las niñas que saltaban a la comba pararon un momento y les miraron fijamente: ahí va un torero.

Los tres se hicieron grandes amigos. Siguieron estudiando en la Escuela Nacional de Tauromaquia, y fuera de ella eran inseparables. No fumaban ni tenían edad para las discotecas, pero salían juntos a tomar un refresco, o ir al cine, o vacilar con unas chicas, y a veces pasaban la noche juntos en casa de uno de ellos. Una de las madres cocinaba para los matadores, y Yiyo siempre gastaba bromas. Sus padres se hicieron amigos, y los fines de semana las tres familias salían al campo -"casi como una excursión de domingo", recuerda ahora la madre de Julián- y los chicos toreaban.

Entre 1978 y 1979 mataron juntos 74 becerradas en España y Francia. Se anunciaron como los príncipes del toreo, y pensaban en el día en que serían los reyes del toreo: con dinero para trasladar a sus familias a casas grandes y para tener mujeres bellas, y cortijos, y caballos, y toros bravos. "Torear era como un juego", recuerda Sandín ahora. Eran felices.

Su afición nació al asistir a corridas con sus padres y fue estimulada en casa. Hay una foto de Lucio con tres o cuatro años dando un torero desplante gracioso tras una faena cumbre. La madre de Julián cuenta que, de pequeño, el chaval obligaba a su hermana o a un vecino a que embistiera para sus sesiones de toreo de salón, y a cambio les prometía: "Cuando sea figura te voy a regalar...". A los 10 años se puso delante por primera vez, a los 12 mataba algunos becerros en público y a los 13 ingresó en la escuela taurina. A esa misma edad Yiyo ya había matado muchos becerros.

Estilos diferentes

Manuel Martínez Molinero, cofundador y primer director de la Escuela Nacional de Tauromaquia, recuerda que cada uno tenía un estilo marcado: "Lucio desarrollaba un toreo intelectual, de conocimientos y reposo, estaba asentado y profundo. Julián era un torero fino, con sentimiento. Yiyo era más visceral, ágil y comprometido".

Dentro de las plazas demostraron un gran repertorio, suertes en desuso que habían aprendido en la escuela y que sorprendieron a espectadores acostumbrados a la monotonía del toreo actual: navarras, faroles y largas con el capote; toreo por bajo y cambios de mano, y graciosos remates7 con la muleta. Tenían un número con las banderillas que terminaba con los tres arrodillados ante la res y que fue la delicia de los públicos. Y siempre estaban pendientes el uno del otro, siempre prestos a acudir a quitar el peligro en una competición a la vez leal e intensa.

Pero una cosa son los conocimientos adquiridos en una escuela y los primeros festejos menores y otra muy distinta la cruda realidad del llamado planeta de los toros. "El torero tiene que limitarse a torear donde le manden, y deja de ser una persona para convertirse en mercancía que interesa o no, según las circunstancias", escribió hace 20 años Martínez Molinero en su libro Cómo debe hacerse un torero. Según muchos observadores, las cosas no han cambiado mucho desde entonces. Añade Julián: "Me he llevado muchas decepciones, hay mucha envidia en el toro. Hay que andar peloteando mucho, y yo no puedo".

En 1980, los chicos empezaron a torear con caballos, y durante seis meses, Lucio tenía el mismo apoderado que llevaría a Yiyo a la fama. Lucio se dio cuenta muy pronto de las peculiares estructuras comerciales de la fiesta nacional. "Para una novillada, tus gastos de cuadrilla, hoteles, comidas y transporte pueden ser de 150.000 pesetas, pero muchas veces la empresa sólo te paga 100.000 o menos...". En esos casos ponía la diferencia su padre, un ex guardia civil y actualmente director de seguridad de un banco. Eso sí: Lucio nunca llegó a pagar por torear; despreció a aquellos empresarios que conceden puestos al mejor postor.

Y como casi todos los toreros, Lucio se ha encontrado alguna vez quitado a última hora de un cartel donde venía firmemente anunciado. Pero en seguida añade, con la peculiar resignación que caracteriza a los toreros: "El que manda, manda, y el que exige, exige. También es un incentivo".

O la angustia que el toreo serio puede producir en un ser querido. "Lo paso muy mal cuando torea, cada día es peor, y mi mayor alegría sería que lo dejase", dice la madre de Julián, aunque se tiene la impresión de que sabe perfectamente que su hijo no lo va a dejar.

Hace unos años, ella enfermó (en parte, dice ahora, por sus sufrimientos cuando toreaba Julián). "Creía que me moría". Se sometió a una operación de vesícula y Julián juró que si se recuperaba haría una peregrinación a la Virgen de la Salud, en Casarrubios del Monte, el pueblo natal de su padre, en Toledo, para regalarle un capote de paseo. La Virgen se viste ahora de luces, pero su madre sigue sufriendo, sigue llorando los días de corrida.

Mucho más grave para un artista es la rutina que impone el toreo actual: los taurinos profesionales se empeñan en que sus pupilos corten orejas todas las tardes, aunque sea a costa de, pegar 100 derechazos vulgares. Yiyo había tomado la alternativa en 1981, con tan sólo 17 años de edad, y en la Feria de San Isidro de 1983 se reveló como un gran torero, "un torerazo", en palabras del crítico taurino de este periódico. Elogió su "toreo completo en todas las suertes", su "naturalidad y armonía", su "auténtica exquisitez". "Es un torero de casta", escribió. "Lleva el toreo tanto en la cabeza como en el corazón".

Pero ya en la actual temporada parecía haberse esfumado cierta parte de esa promesa. Yiyo toreó hasta cuatro tardes en San Isidro y, francamente, aburrió. ¿Dónde estaban la variedad y el sentimiento de antes? Incluso cuando cuajó un toro -suelto, con valor y una técnica impecable, eso sí-, era una labor fría y sin brío. Los aficionados más exigentes -una minoría, desde luego- estaban algo decepcionados.

Luchar solo

O cornadas. El día 12 de junio de 1983, Lucio repetía en Sevilla. Quince días antes -ilusionado, con un nuevo apoderado que creía en él- había tenido un gran triunfo en esta plaza. Ese día, no. Ese día, el toro Santanero, con extraordinaria delicadeza y precisión, le metió el pitón en el ojo derecho y se lo sacó. Tras varias operaciones y la colocación de un ojo de cristal, Lucio volvió a los ruedos 83 días más tarde, y hace cinco meses tomó la alternativa, también en Sevilla.

Pero desde entonces ha tenido que luchar solo. Después de todo lo que habían sufrido juntos su apoderado y él, de lo mucho que se estimaban, rompieron. Muchas tardes, en la plaza, el ojo no le molesta a Lucio, pero otras sí se le hace difícil medir las distancias. En un momento de desesperación ante sus pocos contratos, incluso pensó en dejarlo todo.

Sin embargo, el domingo pasado, en Barcelona, tan sólo su cuarta corrida del año, tuvo una tarde inspirada: en unánime opinión de los críticos, cuajó,una de las mejores labores de la temporada en aquel coso. Lucio dice estar ahora "muy ilusionado".

Julián es el que menos progresos ha hecho. Ha tenido dos apoderados, y en alguna temporada llegó a torear hasta 30 veces, aunque en algunas tuviera que alternar las novilladas picadas con otras sin caballos. El año pasado toreó tres veces en Madrid y estuvo bien pero de poco le ha servido: sin un apoderado, se anda muy poco en este mundillo. Y a la vista de la escasez de novilladas son pocos los apoderados con ganas de llevar a un joven torero. Un círculo vicioso. Además, este año apenas ha toreado, pues cumple la mili.

Pero sigue entrenándose todos los días, esperando que algo cambie. "Confío mucho en mí mismo,, no estoy dispuesto a rendirme", dijo ayer en casa de sus padres, en Madrid. Había conseguido 10 días de permiso e iba a torear por la tarde en un festival en un pueblo de Valladolid.

La quinta de Yiyo

"Seguiré en la lucha", prosiguió Julián. "El toreo es mi vida, soy feliz toreando, lo único que sé hacer es torear. Cuando toreas a gusto, te sientes superior a los demás, no te cambias por nadie. Has cogido a una fiera y has creado un arte que te sale de dentro, y sientes una tremenda satisfacción. Lo único que me puede quitar del toreo es el toro".Como le pasó a Yiyo, hace nueve días, en la plaza de Colmenar Viejo cuando mató a Burlero, de la ganadería de Marcos Núñez, último de la tarde, tras haberle instrumentado una larga y buena faena. Fue un caso de mala suerte, se lamentaron los aficionados: se juntaron demasiados factores negativos. Estaba escrito, sentenciaron otros, más fatalistas. Repitieron, una vez más, el viejo refrán: "Los toros dan las cornadas, pero Dios las reparte".

Lucio supo la noticia en Sevilla e intentó tomar un avión para Madrid, pero no había plazas. Además tenía que torear el domingo en Barcelona. Antes de la corrida estaba muy mal, le afectó mucho. "No tenía ganas de torear en ese momento. Esta muerte te quita ilusión. Piensas que te puede pasar a ti y te crea un estado de tristeza, de angustia". Pero salió a torear y brindó la muerte de su primer toro al amigo desaparecido. "Hice una oración, tal Vez medio minuto". En la plaza, un silencio total. "Le dije unas palabras a mi amigo". A continuación, esa faena inspirada.

Ganas de morir

Julián entraba en el cuartel cuando supo la noticia. "Me produjo un tremendo vacío, me dieron dolores de cabeza y devolví, no podía dormir. Si pudiera haber muerto en ese momento, pues entonces también me moría".

Al principio no le iban a dar permiso, dijeron que eso sólo era para la muerte de un familiar. Después le dieron permiso y fue a casa de su amigo. Hacía medio año que no había visto a Yiyo. Julián y Lucio dicen que los tres chicos seguían siendo amigos, eso sí; pero en los últimos años se veían menos, que es una cosa que nos pasa a todos; en fin, todos hemos dejado de ver a personas que queremos, bien por pereza o prisas, o lo que fuera.

Cuando Julián entró en casa de Yiyo, el padre le cogió en sus brazos y, llorando con desconsuelo, le dijo: "Ha muerto un príncipe del toreo". Seguía llorando, seguía abrazándole. "Rubito" (todos le llamaban El Rubio a Julián) "deja esto, no vale la pena. Deja esto, deja esto, Rubito...". Claro que Julián no lo va a dejar. No ha llegado hasta aquí para dejarlo. Todavía tiene ilusión.

También tiene mucha ilusión otro joven torero rubio, Jesús Pérez, de 15 años, el más pequeño de cinco hijos de un albañil del barrio madrileño de San Blas. Su padre le llevaba a los toros de pequeño, y cuando tenía nueve años ingresó en la escuela taurina, donde conoció a Yiyo. Como a todos los chicos de la escuela, le impresionó mucho su muerte: "Prefiero no pensarlo". Jesús ha toreado becerros y se apoda El Madrileño. Le gusta el toreo "fino y elegante, pero estando allí". ¿Eso qué quiere decir? "Jugándotela, pero con cabeza". Dice que de momento no piensa mucho en el dinero, que más le preocupa torear y llegar a ser figura.

Suerte, chaval.

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