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42º Festival de Venecia

Manoel de Oliveira representa con un filme insólito al cine portugués de calidad

La Mostra ha acogido, dentro de la sección competitiva, una insólita coproducción franco-portuguesa en la -que intervienen los ministerios de Cultura de los dos países, dirigida por el veterano Manoel de Oliveira, un cineasta que en los últimos 10 años ha adquirido una merecida reputación de clásico y a la sombra de cuya figura -y la del productor Paolo Branco- ha ido creciendo un cine portugués de calidad. La película presentada en la Mostra es Le soulier de satin (El zapato de raso), versión fidelísima de la obra teatral de Paul Claudel, casi nunca representada en su integridad

En el filme de Oliveira sí aparece todo el texto, y el drama de don Rodrigo y doña Prouheze se desarrolla a lo largo de más de seis horas. Y si la duración es el signo más evidente de desmesura, también lo es el proyecto mismo por el hecho de que el texto de Claudel, con su lenguaje envolvente, es una abierta apología del colonialismo y el pillaje, todo sublimado en nombre de un ideal ecuménico -la expansión del catolicismo- y sutilmente corroído por las flaquezas humanas.Oliveira trata con enorme respeto, pero con una continua ironía, el material claudeliano. La obra es teatro y el cineasta lo subraya de dos maneras: por una parte, a través de una puesta en escena que fabrica un mundo imaginario que sólo puede existir en un plató, que no tiene nada que ver con la realidad, que vive dentro de leyes peculiares; por otra, a base de plantearse el hecho mismo de la representación teatral como algo que aporta un plus de sacralidad al cine. De ahí una obertura en la que centenares de figurantes ocupan un teatro, todos vestidos de época, para asistir a una proyección cinematográfica.

Si durante más de seis horas

los protagonistas hablan de conquistas y obligaciones patrióticas, si durante todo éste tiempo no cesan de pronunciar discursos altisonantes que Oliveira filma procurando que el texto sea protagonista y la gran. belleza de las imágenes esté al servicio de Claudel, también es verdad que la frialdad que se desprende de unas interpretaciones distancia das y de la puesta en escena va corroyendo lentamente lo que hay de delirante en las proclamas de los personajes. Mientras ellos discuten de sus obligaciones para con Dios y del sentido último autopunitivo que tienen unas correrías que culminan con patas de madera, Oliveira nos muestra un mar de papel, unos navíos que se balancean, no al ritmo de las olas, sino de una máquina encargada de simular el movimiento.

De todo esto el resultado es Claudel y un comentario que habría gustado al autor francés. Porque la mezcla de grandeza e irrisión, de sueño y miseria que se desprende de la visión de Oliveira es perfecta.

Sistemas del 'star-system'

Pero si la Mostra se vanagloria dé ser el primer festival de gran categoría que ha incluido una película de más de seis horas dentro de la competición y tiene como principales estrellas a los autores de los filmes, también es verdad que gran parte de su repercusión publicitaria depende de otras estrellas, de los rostros conocidos mitificados por la pantalla. Por eso es importante que por aquí desfilen Gerard Depardieu exclamando que "el cine es el orgasmo y la televisión es catástrofe", una Sandrina Bonnaire amabilísima y tan frágil como sus personajes, un Robert Duval con la cabeza completamente rapada por las exigencias de un próximo rodaje, un Mel Gibson con numerosas y vociferantes fans femeninas que le obligan a firmar autógrafos cada vez que se atreve a salir de la burbuja protectora del hotel, una Monica Vitti a la que irritan los paparazzi.Quedan las anunciadas apariciones de Katheleen Turner, Jack Nicholson y Dustin Hoffman, traca final motivada por el estreno europeo del último John Fluston y el de la versión televisiva de Muerte de un viajante.

Y ese doble estrellato de autores y actores está también amenazado por unos duros competidores: los ministros de Cultura. Gerard Depardieu tuvo que anular algunas entrevistas porque madame Mitterrand y el núnistro Jack Lang querían conversar con él, de manera que los compromisos promocionales del filme, excelente Police, pasaron a segundo término. El otro ejemplo nos lo proporciona Maus Maria Brandeuer, divo internacional desde que Mephisto ganara un oscar. Brandeuer, coprotagonista de The lightship, pidió un avión para él solo para desplazarse a Venecia. Se ha quedado en casa.

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