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Crítica:Festival Internacional de Santander
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

'La condenación de Fausto', entre la calidad y la decepción

Nuevas jornadas de triunfo para el Orfeón Donostiarra y su director, Antonio Ayestarán, esta vez en el XXXIV Festival Internacional de Santander y a dos bandas: el sábado en la iglesia de la Bien Aparecida, con la Pequeña misa solemne, de Rossini, y el domingo en la plaza Porticada, hirviente de público, para intervenir en La condenación de Fausto, con la Orquesta de la Opera de Berlín, bajo la dirección de Jesús López Cobos.

Si los resultados globales de La Valkiria pudieron ser desconcertantes, los de la obra de Berlioz resultaron un tanto decepcionantes, siempre partiendo de niveles de calidad y de exigencias impuestos por la propia categoría de los intérpretes.En el caso de Berlioz se añade otro componente: a través de los años, la música y la figura del genial compositor francés no parecen admitir términos medios de apreciación; unos las admiran con fervor y otros casi las detestan. Quizá se trate, simplemente, de falta de conocimiento de tan fundamental y varia aportación a la historia de la música, y quizá, también, de la escasez de buenas versiones. Lo cierto es que Berlioz, como de modo análogo le sucede a Liszt, sigue siendo un gran desconocido o, lo que casi es peor, un conocido sólo parcialmente. Por ello hay que celebrar que López Cobos frecuente partituras de la importancia y la belleza de Lelio o La condenación de Fausto, en las que se encarna, con insólita fidelidad, la eclosión romántica vista y sentida desde París, con criterio universalista y visión de futuro. Desde La condenación de Fausto, conmovedora y removedora, "imaginaria y realista", como dice Boulez, la música fáustica del dulce y halagador Gounod muestra su convencional insignificancia. Bastaría la invención de la balada El rey de Thule, que canta Margarita en la tercera parte de la obra, para señalar a su autor entre los genios de la música.

La lectura dada por López Cobos y sus colaboradores me pareció superficial y corta de fantasía. Todo sonó más o menos en su sitio, con expresividad lírica o controlada brillantez pero con aire de provisionalidad, de cosa no suficientemente madurada. No cabe hablar de idoneidad o no de la música de Berlioz para una orquesta de tan experta profesionalidad como la de la ópera berlinesa, que, prácticamente, aborda todos los géneros y estilos. Acaso los ensayos fueron pocos y, sin acaso, ha de tenerse en cuenta que una formación dedicada a la ópera durante todos los días del año es algo distinto a una orquesta sinfónica consagrada al mundo del concierto.

Lució la belleza de su voz -la mezzo soprano húngara Livia Budai, y llevó el peso del personaje central el tenor Kenneth Riegel, el conocido Don Octavio en el Don Giovanni, de Losey, un cantante todo terreno en cuyo repertorio figura tanto Mozart como Messiaen, Cherubini como Henze. Su Fausto tuvo calidad musical y movilidad teatral y encontró muy bella respuesta en el Metistófeles del barítono Jean Philippe Lafont, artista de múltiples posibilidades, medios atractivos y técnica ágil y completa.

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