Los planes de estudio, una lucha por el poder
Mientras el Ministerio de Educación y Ciencia perfila o no posibles directrices sobre los futuros planes de estudio en las diferentes universidades, a la luz de la ley llamada de reforma universitaria, las facultades se adelantan a elaborarlos a un ritmo irregular, pero constante, según las coyunturas. Se suprimen unas asignaturas, otras se desdoblan, cambian de denominación o se vacían de contenido; eso sí, argumentando la necesidad de nuevas salidas para los futuros licenciados. Pero el trasfondo es la formación de grandes departamentos y el reparto de las nuevas dotaciones de plazas. El patrimonio de los departamentos es función del número de profesores que los forman y de su nivel de dedicación, pero no de la trascendencia de las asignaturas ni del número de alumnos. Así, los departamentos que quieren mantener y ampliar las posiciones adquiridas (a favor del poder de que disfrutaban en la época anterior) se apresuran a consensuar planes de estudio que consoliden y amplíen su dominación, acentuándose aún más los desequilibrios existentes.Hay departamentos que imparten una materia y tienen más, profesores que otros que imparten tres. Lo que se consiguió antes por decreto se consensúa ahora por el voto. Una asignatura puede figurar en el plan de estudio si tiene suficientes votos en la comisión de docencia o en la junta de facultad. En virtud de alianzas coyunturales, puede salir en una votación y en la siguiente no. Tiene probabilidad de salir en función del número de profesores del departamento que la propone (que no es proporcional al número de alumnos). Esta predación encubierta está propiciada por la distribución de los profesores en las famosas áreas de conocimiento. Existen áreas que concentran muchas materias, y materias que se dispersan en muchas áreas.
Entre las más afectadas, están las asignaturas generales: esta dispersión diluye la responsabilidad docente y facilita su desmantelamiento. Es espectacular la fagocitosis que ejercen algunos departamentos sobre ellas. Se dan casos en que la adscripción de los profesores ha arrastrado la del material, como si de una dote se tratara. Es verdad que la presión sobre las asignaturas generales ha sido siempre grande, aunque ahora se acentúe. Entre 1973 y 1975 la asignatura Biología General estuvo suprimida en el plan de estudio de la facultad de Ciencias Biológicas. Había que hacer un hueco a otra asignatura. En 1975 se repuso, alegando falta de base en los alumnos -por una especialización prematura-. Ahora está ocurriendo lo mismo: pasado el bache, se reclamará su necesidad. Hay asignaturas que en un período inferior a 10 años han pasado de troncales a optativas, de ahí a doctorado y retornado nuevamente al lugar de origen. Ello ha implicado cambios de denominación de plazas, que suponen el desplazamiento o eliminación de profesores no dóciles, la centralización de bienes (material de investigación) y la extensión territorial (ocupación de espacios).
Bajo esta lucha por el control de los departamentos y facultades late el enfrentamiento entre concepciones antagónicas sobre los conocimientos que deben tener los licenciados (aunque, desgraciadamente, este tema no se discute). Para muchos de nosotros parecería lógico que todos los alumnos dispusieran de una formación lo más amplia posible, seguida, cómo no, de profesionalización y especialización (tan profundas como fuera menester). Tendrían más posibilidades de encontrar empleo, pues sería más fácil su eventual reconversión, al estar equilibradas la formación básica y la especialización.
La suma de las partes
En el otro extremo está la concepción de que a partir de una formación mínima debe empezar la especialización. Esta actitud se inscribe en lo que se ha llamado el paradigma de simplificación: es reduccionista y parcializadora, considera que el todo es igual a la suma de las partes, y centra y hace converger el estudio en un único nivel (por ejemplo, aspira a interpretar las propiedades de los organismos por la estructura de las moléculas que los constituyen, y considera a esos organismos aislados de su contexto espacial y temporal). La otra actitud es globalizadora: considera que el todo es más que la suma de sus partes, y sitúa cada fenómeno en su contexto.
La fragmentación del saber no obedece a la imposibilidad técnica de saberlo todo obedece a la necesidad social de que los científicos no puedan hacer nada por sí solos, de que los proyectos y decisiones se tomen a otro nivel. De hecho, todos los científicos que han producido algo nuevo (Einstein, Darwin...) han conjugado un dominio extenso de su especialidad con una comprensión muy lúcida de las otras especialidades y del conjunto del saber. El paradigma de simplificación puede ser el más apto para. ingenieros, pero es el menos apto para biólogos: los sistemas biológicos (al contrario que los mecánicos) no se constituyen, por adición, sino por integración de sus partes.
Una especialidad es algo así como en una fotografía una ampliación de campo: el interés por el detalle ampliado es momentáneo y en todo caso el valor del detalle es función de su relación con el contexto (de su significación). Si, por ejemplo, un policía amplía una parte de la fotografía de un sospechoso (la mano, para ver si lo que tiene en ella es una pistola), su interés por el detalle (la pistola) está subordinado a su interés por el sospechoso (que puede haber cometido un crimen con ella).
Al igual que si se amplía una estructura celular, está relacionada con el tejido al que pertenece y, en definitiva, es para interpretar el organismo del que forma parte, sus relaciones con el resto de los organismos y con el medio. No se trata de enfrentar formación a especialización, pero para especializarse hay que partir de una formación.
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