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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La frustrada aparición de María Casares

Una de las características de este Grec-85 es, dicen, "su articulación con otros festivales europeos". Eso quiere decir, ni más ni menos, que se acude a determinados festivales, extranjeros o nacionales (como es el caso de Mérida), y se compra un determinado espectáculo que tal o cual festival ha producido o coproducido. Del festival de Aviñón y por lo que al teatro se refiere, los programadores del Grec han comprado este año dos coproducciones: el espectáculo de Michele Guigon (Marguerite Paradis ou l'histoire de tout le monde, representado en la Casa de la Caritat el pasado mes de julio) y la obra de Copi que se estrenó anteanoche en Montjuïc. En ambos casos se ha actuado sin demasiado riesgo, con un criterio muy comercial: el objetivo era, ante todo, llenar. Así pues, se escogió a la Guigon que presentaba un espectáculo, excelente, en la línea del de Jéróme Deschamps que tanto agradó el pasado año, y se escogió la obra de Copi, porque Copi, dirigido por Lavelli, director de dos espectáculos de la Espert, ambos vistos aquí (Doña Rosita y La tempestat), podía atraer al público, pero, por encima de todo, se escogió, pienso yo, porque en el reparto figura el nombre de María Casares. Y si María Casares no llena, apaga y vámonos. Pues bien, ni Copi, ni Lavelli, ni María Casares consiguieron que se llenara el Grec. Hubo lo que se dice una buena entrada pero no se llenó.Poco que añadir a lo que ya dije sobre la obra (EL PAIS, 6-785) estrenada en el Théâtre Municipal de Aviñón el pasado 25 de julio. Como bien dice Lavelli, se trata de un brillante ejercicio de estilo, un ejercicio que lo mismo puede durar una hora y medía que cuatro, que doce horas; pero, por desgracia tampoco dura hora y media: dura casi dos horas.

La nuit de Madame Lucienne

De Copi. Intérpretes: Miloud Khetib, Facundo Bo, Françoise Brion, María Casares, Liliane Rovére. Decorados de Agostino Pace. Dirección: Jorge Lavelli. Es una coproducción del Centre Dramatique National d'Aubervilliers y el Festival de Aviñón. Teatre Grec de Montjuic. Barcelona, 6 de agosto.

El escenario del Grec

Pieza de corte idiota-policiaco; broma a ratos divertida y otros no tanto, sobre el teatro; con la ficción y la realidad jugando al escondite y, en último término, con un lenguaje y unos intérpretes, exigiendo unos actores con muchas tablas, a La nuit de Madame Lucienne le sienta como un tiro el escenario del Grec: la obra, la brillante obrita de Copi, pide a gritos un teatro a la italiana, un espacio cerrado, con telón, palcos, y toda la retórica de los preciosos teatritos del XIX. Esa es una obra que debía haberse presentado en el Barcelona o en el Romea; una obra que requiere un conocimiento de cada escenario y de cada teatro por parte de los intérpretes, y que, después de un buen rodaje, ha de funcionar estupendamente, con sus morcillas, con sus numeritos entre los actores, como ocurre con los grandes éxitos del bulevar. Porque la obrita de Copi es esto: teatro de bulevar, condenado al éxito, para que tal actriz y tal actor se puedan lucir y hacer todas sus gracias ante un público incondicional que va a verles precisamente a ellos. La Sardá, con una obrita así, seguro que Henaba el Barcelona, que, por cierto, sigue cerrado, probablemente esperando a que termine de caerse solito.Los intérpretes son buenos, algunos muy buenos: Françoise Brion está estupenda en el personaje de la actriz, tiene una fuerza increíble, y Facundo Bo tiene también muy buenos momentos. Liliane Rovére, que es la mujer de la limpieza, la madame Lucienne, aparece sólo al final de la obra, para liquidar el teatro a tiro limpio. La obra, el texto de Copi, termina aquí, en ese instante, pero Lavellí, supongo que de conformidad con Copi, ha hecho que la magia del teatro se apodere de esa indignadísima señora la cual sucumbe al embrujo que emana del escenario y acaba haciendo monadas, con tanta gracia que uno piensa que bien podían haberla sacado a escena un poquitín antes, para disfrutarla un poquitín más.

En cuanto a la Casares, a María, como dicen los franceses, al monstruo, tiene, en el texto de Copi y en el espectáculo de Lavelli, un momento soberbio: su aparición.

La Casares se aparece en el fondo del teatro, surge de la oscuridad, en medio del público. Ese momento, en un teatro a la italiana de las características que esta obra exige, es de los que no se olvidan. De pronto, ver aparecer a la Casares -a la real y a la de ficción; a la actriz y a todos sus personajes, vestida de negro, con una prótesis en la pierna y otra en el brazo, con la cara desfigurada, pero reconocible, con un sombrero a la Garbo, y oirla graznar como sólo ella sabe hacerlo, es algo que deja helado. pero en el Grec ese momento, irrepetible, se pierde.

El lugar carece de la magia necesaria y la Casares queda lejana y sus ojos de serpiente no brillan como deberían brillar. Luego sube al escenario y su interpretación del personaje de Vicky Fantomas, la vieja strip-teases, deja indiferente: es una caricatura muy mecánica, muy bien engrasada, con gestos precisos, con nervio, pero, claro, después de la aparición -frustrada en el Grec pero no en el Municipal de Aviñón-, lo que uno se espera es algo que te corte la respiración, algo, para entendernos, parecido a la escena entre Tania (Marlene Dietrich, vestida de gitana, con una peluca que había pertenecido a Elizabeth Taylor) y Quinlan (Orson Weiles), en Sed de mal. Y, claro, eso no ocurre, y la Casares se limita a mimar un chiste trágico con la ayuda de una rata, muy simpática, por cierto.

Pero si la Casares no se apareció en el Grec -como se aparecen la vírgenes y las demonias- yo tuve la suerte de presenciar algo insólito. Llegué al teatro con algo de retraso, hacía dos minutos que había empezado la función, y al subir las escaleras del Grec via a una mujer vestida de negro, con una prótesis en la pierna y otra en el brazo, la cara desfigurada y un sombrero a la Garbo, que subía tras de mí. Jaume Villanueva, el joven director, que iba conmigo, no la reconoció, ni se fijó en ella, con razón, pues en los teatros suele verse gente muy rara. Yo le dije: "Mira, es la Casares". Y era la Casares que se dirigía al teatro para su frustrada aparición. Francamente, eso de ver -a la Casares, o a Vicky Fantomas, confundida con el público que sube las escaleras de un teatro, es algo insólito, tan insólito como encontrarse a Arletty sentada en el Grec, en la petrea poltrona de la señora Capmany. Pero, por desgracia, el folclórico recinto nos es pródigo en tan insólitas y reconfortantes apariciones.

Un mito teatral

Para terminar, hablemos de la reacción del público. Se rieron al gunas frases, alusiones a El Corte Inglés, a Sant Boi, pinceladas lo cales, y se escucharon algunos aplausos cuando surgió la Casa res. Alguien detrás de mí, dijo: "¿Qué hace aquí la claque?" Al parecer, el caballero desconocía la costumbre que hay o, mejor, había, de aplaudir a una gran actriz cuando ésta aparece en escena. Y si encima la gran actriz es María Casares, un monstruo, un mito teatral, que sólo se ha producido dos veces en Barcelona, pues con mayor motivo. Si aplauden a los políticos y a las folclóricas de los shows televisivos, ¿por qué no va mos a aplaudir a María Casares? Al final del espectáculo hubo muchos aplausos para los intérpretes, especialmente para Françoise Brion -que es la verdadera triunfadora de la función, la que corta el bacalao- y María Casares. Y también para Lavelli que se sumó al grupo de intérpretes.

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