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Crítica:TEATRO / 'LA ORESTIADA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una vieja actualidad

A veces subestimamos al público. Llenaba prácticamente sillas y gradas en el templo de Debod un miércoles por la noche, para asistir con atención durante tres horas y media. a la representación de, La orestiada completa, encaramada en gradas y sillas no demasiado cómodas, provisto de prendas de abrigo para e momento -que no faltó- en que la noche madrileña se refrescaba y venía el airecillo serrano. Quizá traslucía, para que funcionase ese interés, una cierta política de Esquilo, unos ciertos sucesos de, hace 2.500 años el momento en que los dioses comienzan a tomar en cuenta el interés de la sociedad y piden su opinión, la reinserción social de las fuerzas del viejo orden, la su misión de los clanes, el Estado como poder para juzgar los crímenes sustrayéndolos a la venganza privada. Los viejos problemas nunca cesan. Sobre todo si los adaptadores los acentúan muy suavemente sin traicionar el texto. El helenista Adrados sabe muy bien todas las interpretaciones que se han dado a la política de Esquilo en relación con el nuevo orden.Modesta, sencilla y leal, esta representación excluye, en cambio, toda imaginación. Mantiene los largos relatos de la historia de los atridas; la tragedia -y lo teatral, en el sentido que damos hoy a esta parte de la literatura dramática- empieza realmente con el monólogo de Casandra, probablemente el fragmento más bello de Esquilo; la voz rasgada y auténticamente trágica de -Amparo. Pamplona y su figura de gesto medido lanza el gran párrafo donde se mezcla el pasado, el presente y el porvenir, y todo sube de tono. Esta fuerza de la teatralidad, que brota en dos o tres momentos, se acentúa en el juicio de Orestes.

La orestiada, de Esquilo

Versión de Rodríguez Adrados, Domingo Miras y Manuel Canseco. Música de Miguel del Barco. Intérpretes: Mario Martín, Francisco Portes, Julia Trujillo, Juan Calot, Miguel Palenzuela, Amparo Pamplona, Manuel Gallardo, Jaime Blanch, Manuel Tiedra, Lola Muñoz, María Jesús Sirvent, Joaquín Amores, Vicenta Domínguez, Luisa Sala, Ramón Pons, María Silva, María del Puy (Compañía de Teatro Clásico). Figurines de Lorenzo Collado y Canseco. Escenografía de Damián Galán. Dirección: Manuel Canseco. Estreno, Templo de Debod (Los Veranos de la Villa). Madrid, 20 de julio

No es hora ni lugar -ni soy quién- para un análisis mayor de la obra de Esquilo, que se viene estudiando desde que se estrenó, y de todas las maneras posibles, pero sí para señalar que por su composición de diálogos de dos personajes -apenas de tres-, de monólogos, de intervenciones de los coros, no solamente como comentaristas, sino enfrentados a veces con los héroes, requiere un reparto y una escenificación muy especiales.

No todo se consigue. Los coros están gravemente afectados por la música monjil de Miguel del Barco, y gustaría que fuesen más unánimes; muchos actores sostienen el vicio de cortar las frases para respirar donde les parece y de acentuar o recalcar palabras que a ellos les parecen significativas, y en general se va un tonillo al final de las ases El lenguaje es llano, de buen idioma español, pero privado de poesía -el endecasílabo, o cualquier otra métrica, no hacen poesía por sí solos- y la grandeza falla. Pero. hay buenos momentos de ,interpretación: queda dicho, sobre todo, el de Amparo Pamplona, al que podríaafladirse el dé Luisia Sala, la forma de llevar el peso trágico de Julia Trujillo, la presencia escénica de Miguel Gallardo, la de Jaime Blanch...

La dirección de Manuel Canseco queda considerada en todo lo dicho y el mérito se basa especialmente en su honradez en la presentación de la trilogía próxima al original y en la acomodación a la modestia de lo posible. Además de esa labor que sólo se revela cuando es invisible de que las cosas, siempre tan rebeldes en estos escenarios, puedan funcionar. El escenario tiene alguna complicación inútil, una especie de jaula que trata de simbolizar lo que no lo necesita porque el texto tiene suficientes recursos de sugerencia y de "decorado oral". Los trajes son bellos y adecuados, aunque al final las furias resulten sobrecargadas de aparato moderno, de sádicas de sex shop, o de nazis; pero todo ese final está subrayado por la adaptación y la dirección para hacer su democrática demostración, entusiasmados por su actualidad.

El público de día normal pareció muy adherido a todo; somnoliento por la hora tardía, tal vez acunado por la salmodia, pero satisfecho; más aún que por los aplausos se advertía en las conversaciones por los estrechos y oscursos corredores que conducen a la salida.

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