Cajón de Sastre
Viejos fantasmas, antiguas obsesiones, aparecen en esta obra de Alfonso Sastre en la que utiliza reminiscencias, nombres, vagas situaciones de la Tragicomedia de Calixto y Melibea. El sentido de la opresión, de la marginación, claro, pero con el aparato de una forma cultural que le es propia: los gitanos, los quinquis, la jerigonza, Drácula, Miguel Servet.Compendia una serie de situaciones, nombres propios, sistemas de escritura, que viene practicando en sus libros, ensayos, artículos, y en la espera de su cajón. Demasiadas cosas para una obra de teatro: la unidad la da el autor por dentro de sí mismo y no lo que pasa en escena, donde todo se desborda, se deshace.
Contribuye la forma de la representación: el tablado al aire libre. Obra de ambientes cerrados y opresivos de por sí, deliberados en la escritura, aquí se escapan por todas partes; la escenografía de Alfons Flores trata de enrejar las figuras, pero la propia naturaleza del entrama do deja pasar todo el aire, y el cielo estrellado contribuye a esa contradicción. Puede que representada de otra manera tuviera más concentración. Pero puede ser que no: la naturaleza misma del texto es fragmentada.
Tragedia fantástica de la gitana Celestina
De Alfonso Sastre. Intérpretes: María Josep Arenós, Minerva Alvarez, Teresa Vilardell, Inma Alcántara, Esther Formosa, Ramón Teixidor, Pere Vidal, Pepe Miravete, Tomás Vila, Alfons Flores. Dirección: Enric Flores.Estreno: Conde Duque. Madrid, 30 de julio.
Los derechos de Celestina
Y además está La Celestina. Ya se sabe que ésta es otra obra, o lo que al conjunto inconexo de escenas, diálogos y situaciones se llama obra. Pero está La Celestina: sus nombres propios, sus referencias, el aprovechamiento aunque sea residual, del texto magistral. Con esta obra pasa como con Shakespeare, como con todos los puntos culminantes de la literatura: se haga lo que se haga con ella, siempre re clama sus derechos. Aunque se haga de ella una ricahembra gitana, frescachona, jamona, siempre lleva una vieja dentro que reclama su propia condición torva y decrépita.Aunque Calixto y Melibea quieran ser maduros, rufianescos, de vuelta de la vida, siempre está la pareja inocente, apasionada, joven, pidiendo que se cuente su historia. Y está la fuerza orgánica del original de Fernando de Rojas, que sufre del desorden y la desintegración No se trata aquí de problemas éticos o de discusiones de la libertad del revisor, sino de una mera cuestión literaria: no se resiste bien la duplicidad, la rotura de un esquema original.
Se nota demasiado que Alfonso Sastre se ha agarrado a la ocasión de una Celestina viable para colocar su propia literatura, de vías más difíciles. Y su codicia por meterlo todo, como sea, perdiendo cualquier hilo, con una orientación que sólo él puede seguir por dentro. Pierde toda la consistencia por una falta de sentido de la economía y de la precisión que parece necesaria y que los personajes están reclamando todo el tiempo.
Tiene un lenguaje propio, un estilo que se le ha ido haciendo con el tiempo, donde lo culto y lo villanesco se hibridan y dan grandes resultados de humor sardónico. Una parte de este lenguaje de gran belleza en la lectura, de la deliberada inquietud que produce, se pierde en la representación. No le ayuda una interpretación sin matices, sin prosodia, dirigida -por Enric Flores- sin el sentido del idioma que tiene el autor, con teatralidad anticuada.
El patio del antiguo cuartel del Conde Duque, tan bien recuperado por el Ayuntamiento, es tuvo menos que mediado: con las gradas vacías. Como si el público hubiera tenido un presentimiento. Los actores fueron muy aplaudidos, y el autor y el director no salieron a escena.
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