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El muslo de Nairobi

La capital keniata, testigo de las discusiones y apuros de 15.000 mujeres durante dos semanas

ENVIADA ESPECIALLa delegación española en la conferencia de Nairobi ha corrido el riesgo de volver a Madrid muy mermada en sus efectivos originales, aunque, eso sí, incrementada numéricamente con señoras de raza negra, oreja horadada como roca atravesada por el agua y cuello surcado de abalorios. El responsable de que el proyecto no llegara a cuajar ha sido el subdirector general de Naciones Unidas del Ministerio de Asuntos Exteriores, Juan Manuel Cabrera, a quien hombres de la tribu masai ofrecieron cambiarle alguna de las chicas que llevaba el microbús por varias ciudadanas oriundas. Cabrera, consciente de viajar rodeado de feministas o incapaz de resolver el problema de llegar al palacio de Santa Cruz rodeado de aborígenes africanas de pelo rapado, respondió a los masai que mejor se lo preguntaran directamente a las interesadas, y éstas se mostraron bastante remisas al trueque, pese a que alguna de ellas, como María Teresa Fernández de la Vega, jefa de la secretaría de despacho del ministro de Justicia, ya se había colocado unos largos pendientes hechos por miembros de la tribu.

Entre debate y enmienda, los asistentes a la conferencia tuvieron un corto respiro, que la delegación española aprovechó para pasar parte del fin de semana en un parque nacional próximo a la frontera de Tanzania y al pie del monte Kilimanjaro. Allí, durante un safari fotográfico -los únicos permitidos en Kenia, donde está prohibido cazar en todo el país-, se presentó una segunda oportunidad de que los representantes patrios volvieran con los efectivos mermados. Un mono de mirada amenazadora se coló en el coche en que viajaban y un mono había sido también el que se enganchó días antes del muslo de la diputada socialista Anna Balletbó, asistente al foro de organizaciones no gubernamentales, y le propinó tales mordiscos que tuvo que ser vacunada contra la rabia. Con el muslo de Anna Balletbó en la memoria, la expedición prefirió deslizarse a gran velocidad hacia la zona cubierta de debajo de los asientos que plantarle cara al peligro.

Nairobi ha transcurrido muy lento. Los asistentes a la Conferencia del Decenio de la Mujer no han podido prácticamente ni dar un paseo reposado por las calles de una ciudad en la que nadie parece tener prisa. Sus habitantes, alrededor de un millón, han vivido 20 días alterados por el bullicio de recibir a más de 10.000 mujeres de todo el mundo, cuya estancia ha sido un espectáculo permanente para ellos y ha provocado un alza considerable de los precios.

Esconder a los pobres

Para la ocasión, las autoridades decidieron lavarle la cara a la ciudad y retiraron lo que les pareció feo para enseñar, aunque no muy preocupante para tenerlo cuando están sólo los de casas: las prostitutas y los pobres. Las primeras fueron puestas a buen recaudo -algunas asistentes a la conferencia ocuparon hoteles de citas reciclados para el evento-, a la espera de que se marchen tantos testigos incómodos como son justamente las mujeres, muchas de las cuales denunciaron, tanto en el foro no gubernamental como en la conferencia oficial, la explotación que supone el llamado oficio más viejo del mundo. Los pobres, sin embargo, no han podido ser escondidos del todo y tienen la osadía de dejar mal a las autoridades y exhibirse, tullidos, para pedir un chelín a los turistas que se acercan al mercado central de frutas y artesanía, donde el forastero regatea hasta el precio de un manojo de plátanos, como regatea los chelines a los taxistas, que están entre quienes creen que todo extranjero nada en dólares.Nairobi está rodeado de parques y de árboles que ciñen un perfil físico discontinuo y algo caótico. Responde a la colonización británica en alguna de sus zonas y muestra una gran mezcla de población, con un comercio principalmente en manos de los indios, una mayoría negra y una minoría árabe, que se hace ver, sobre todo, alrededor de las mezquitas. Entre la población de raza negra hay bastantes católicos, que ahora están preparando la ya cercana visita del Papa, no se sabe si con espíritu de fidelidad al pastor o para sacarle el dinero a su séquito como si de mujeres en conferencia internacional se tratara, ya que hay prevista una nueva subida de los precios.

Esto del Papa tiene a algunos muy impresiones. Un taxista, que se confiesa católico, responde así a la observación de que tendrá que estar muy contento con la llegada de Juan Pablo II. "¡Oh, sí!, me encanta que nos visiten líderes de otros países".

La ciudad está llena de bancos y de agencias de viajes que ofrecen al forastero la forma más cómoda de asomarse a la sabana para fotografiar a los leones, que, al menos a primera vista, son menos peligrosos y, sobre todo, menos descarados que los monos.

Cara de peligro

La noche de Nairobi es oscurísima. Las bombillas no parecen formar parte principal de las inversiones de un ayuntamiento que funciona sin alcalde y dicen que, además, en la ciudad no hay seguridad, lo que contrasta con una fuerte presencia policial, incrementada en estos días por los efectivos de todo el país. Un agente puede aconsejarte coger un taxi para recorrer los 100 metros que separan el hotel Intercontinental del Kenyatta Centre, donde se ha celebrado la conferencia, o, si te decides a salvar esa distancia andando a las siete y media de la tarde, puede recogerte una patrulla con cara de peligro.Hay policías de todo tipo y atuendo: de las Naciones Unidas, de Kenia, de los hoteles, policías con gorra de plato y otros que están en cada planta del hotel y guardan de los ingleses un casco infinitamente menos airoso que el de los bobbies. Todos van sin armas de fuego, pero con unas gruesas estacas de madera del país que tienen un extraordinario poder disuasorio. A veces, cuando ejercen su papel en el campo de la investigación, resultan más parecidos a Dupont y Dupond, a Hernández y Fernández, que a Tintín. Teresa Chapado, miembro de la delegación española, denunció en el hotel la pérdida de un monedero, que apareció posteriormente. En más de una hora de largos interrogatorios salió a relucir la circunstancia de que compartía habitación y señaló a su compañera de cuarto, la directora general del Instituto de la Mujer, Carlota Bustelo. El policía lo vio entonces todo diáfano. Señaló a la jefa de la delegación y dijo a la denunciante: "¡Investigue usted en esa dirección!".

En las noches de Nairobi no hay, aparentemente, mucho que pecar, más allá de tomarse un gin tonic, más bien tonic que gin, en el hotel y, a poco que el forastero se descuide, tiene más posibilidades de dar el espectáculo que de recibirlo; seguramente habrá lugareños que no olvidarán el repertorio de canción española -María de la 0 y Capote de grana y oro, entre los temas más celebrados-, interpretado en inglés por el consejero de embajada en la misión española ante la ONU, Juan Zurita. En el fondo, deben de pensar que todos los españoles son cantantes. Una delegada japonesa en la conferencia no pudo evitar, al descubrir a los representantes del Gobierno de Madrid, acercarse extasiada y enseñar su amuleto, obtenido en Miami: una fotografia en la que aparecía ella abrazada por el mismísimo Julio Iglesias en carne mortal. El mismo Julio Iglesias cuyas casetes venden, también, en las tiendas de Nairobi.

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