La máquina de cargar la suerte
Tal como está la fiesta, son necesarias en las plazas de toros máquinas de cargar la suerte. Estas máquinas, naturalmente, resultan caras, pues han de ser ortopédicas, hechas de materiales nobles. Pero como comunidades, diputaciones y ayuntamientos, que tienden a autogestionar los cosos de su propiedad, son generosas, no habrá problemas de costes.Las máquinas de cargar la suerte deben ser de tres medidas, acordes con las de los diestros actuantes, y se conservarán en el guadarnés. No es necesario que se saquen siempre; sólo cuando el torero, por incompetencia técnica no sepa, o por constitución física no pueda, o por fragilidad de ánimo no apetezca cargar la suerte.
Ayer, la máquina debió de estar presente en el ruedo valenciano para encajar en ella a Jose Mari Manzanares que, por alguna de las razones apuntadas, o por todas juntas, o por alguna otra emanada del arcano de su finura alicantina es incapaz de cargar la suerte.
Plaza de Valencia, 26 de julio
Séptima corrida de feria.Toros de Sepúlveda, bien presentados, que dieron juego. Manzanares: pinchazo y estocada corta baja (petición y vuelta); pinchazo, estocada y descabello (ovación y saludos). Tomás Campuzano: bajonazo (oreja); estocada (petición y tres vueltas). Espartaco: dos pinchazos y estocada (vuelta); pinchazo y estocada (oreja).
Manzanares, fino torero alicantino, torea al revés. La pierna que debiera adelantar, eje fundamental de la suerte, la deja atrás, y en contraria posición coloca la otra, por lo que lejos de cargar la suerte la descarga; lo cual equivale a decir que, en lugar de torear, destorea. Si la máquina ya tuviera vigencia reglamentaria, la cuadrilla le habría metido ayer en ella, de tal forma que cada pierna habría de ponerla forzosamente en su sitio. Al principio, claro, le crujirían los huesos, desacostumbrado como tiene el esqueleto a estas posturas toreras, pero ya se le pasaría.
No sólo son las piernas. La muleta también suele ir desmadrada cuando la maneja Manzanares (y casi todos). En lugar de plana, se la ofrece al toro oblicua. Y el mismo toro no es toro, que es borrego. La suma total da una fiesta decadente, de la que Manzanares es su más brillante ejecutor. Porque, en realidad, no hay otro en todo el escalafón que la interprete con mayor gusto y con más absoluto convencimiento de que ese es el toreo que el pueblo llano llama güeno.
En cambio, Tomás Campuzano, que no necesita la máquina de cargar la suerte, sí necesitaría unos toques del gusto y el convencimiento que derrocha el fino torero alicantino. Por una de esas casualidades que se dan en las plazas de toros todos los días, mientras la figura proclamada y descargadora de la suerte gozó de borregos, el aspirante Campuzano padeció toros enterizos, a veces codiciosos y fieros. Noble su primero, le hizo una faena imprimiendo temple y hondura a las series de redondos y naturales. Con aspereza y genio el segundo, estuvo responsable, valentón y técnicamente puro, siempre por encima de las condiciones del toro: mereció la oreja que pedía el público con verdadera pasión.
A Espartaco no le serviría la máquina ortopédica. La rompería. Pues no se trata de que coloque allá o acá la pierna de cargar la suerte. Más bien la tiene en contínuo movimiento. A sus dos toros, de manejabilidad manifiesta, los muleteó con estas prisas, vendaval de pases, algo más reposados en el sexto y trepitar de flequillo. La gente agradecía en el alma su extrovertida personalidad y su interpretación de la teoría del movimiento continuo, de pie o de rodillas. Ahora bien, con todo, quien puso literalmente en pie a los aficionados fue Martín Recio al prender un soberano par al cuarto, por el que tuvo que saludar montera en mano. En todas las plazas y en todas las corridas ha de saludar montera en mano Martín Recio. Para ahorrarle trabajo, le vendría bien la máquina de saludar.
Babelia
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