Apoteosis en el 'Otello'
La temporada oficial de ópera terminó en punta y con tres triunfadores absolutos: Verdi, por supuesto, Plácido Domingo y Pilar Lorengar. De las anteriores versiones de Otello presentadas en la Zarzuela -desde 1964- ninguna logró el nivel general de la que comentamos. Pero merece la pena evocar la Desdémona de Pilar Lorengar (1967), la conjunción Plácido Domingo-Ricciarelli-Cappuccilli (1976) y otra Desdémona admirable, la de Mirella Freni, junto a un admirable Yago de Glossop y la dirección del histórico Sanzogno, en 1973.Lo que Eugenio Montale denomina el fuego shakespeariano está vivo en la ópera verdiana, casi desde el mismo Trovador. Es más, sería difícil comprender un género como la ópera sin el antecedente teatral del padrecito Shakespeare. Lógicamente, la ambición de Verdi fue siempre lograr el encuentro con el autor de La tempestad Lo intenta con no escaso éxito en Macbeth (1847) y lo consigue en toda su plenitud con Otello (1887) y Falstaff (1893).
Otello
De Verdi. Intérpretes: Plácido Domingo, Pilar Lorengar, Silvano Carrolli, Tibere Raffalli, Mabel Perelstein, José Ruiz, Malcolm Smith, Vicente Esteve y Fernando Balboa. Dirección escénica: Piero Faggioni. Dirección musical Luis Antonio García-Navarro. Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro de la Zarzuela. Día 9 de julio.
La dificil penetración psicológica en los diversos personajes encuentra quizá el extremo más peliagudo en Yago, al que Verdi dedica prácticamente el segundo acto de la obra. Esta vez, Silvano Carrolli -de hermosa voz- ha sometido el cantante al actor, con resultados que fueron entusiásticamente aplaudidos. Pilar Lorengar repitió las bellezas de su Desdémona. Por Pilar, gracias a su excelente técnica y a su prodigiosa inteligencia, no pasa el tiempo: el timbre de su voz mantiene el frescor juvenil, sobre lo que se añaden sus largas experiencias como prima dona en Berlín y en tantos otros escenarios líricos. Plácido Domingo es el divo en su versión ideal: por sus cualidades vocales, artísticas y humanas. Desde la hermosa entrada de la obra estableció la gallardía y la temperatura dramática del moro veneciano, uno de los papeles más difíciles de la historia operística.
Domingo nos hizo vivir cada una de las dudas y mutaciones del espíritu torturado por los celos de su personaje; nos dio altísimas cotas de sus posibilidades líricas. Lució sus impetuosos agudos y la expresividad de su frasco. Triunfó con la Lorengar como sólo triunfan en el mundo los grandes toreros y los grandes cantantes. Sobre ellos, al final de la representación, llovieron las flores, las aclamaciones, las ovaciones interminables.
Un magnífico trabajo que reseñar: el de José Perera, director del coro. Y una labor efectiva, de gran profesionalidad y de controlada pero evidente pasión: la dirección de García-Navarro. No es difícil anunciar que este Otello va a armar la tremolina entre el pueblo de Madrid el próximo día 18 en el estadio Vicente Calderón.
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