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LA FERIA DEL TORO DE PAMPLONA

Sanferminerías

ENVIADO ESPECIALLos tres espadas hicieron cuanto pudieron para sacar pases a las aborregadas moles de Fermín Bohorquez. Ésta fue la sorpresa de ayer: que una ganadería como la de Bohorquez, fuerte y encastada, diese tan escaso rendimiento, flojeara de remos, embistiera corto y aburrido. El sexto, por excepción, fue bronco. Visto el panorama, el público se desentendió de la lidia y el espectáculo estuvo en las sanferminerías que se producían en los tendidos de sol. Al noble y agotado primer toro Niño de la Capea le muleteó ceñido pero con escaso temple, y la voluntad demostrada le valió una ovación. En cambio no la tuvo Yiyo a pesar de que hizo lo mismo con el segundo, de similar catadura, pues en el tendido no quedaba paciencia para tanto y los mozos cantaban que Osasuna a la UEFA va. Víctor Méndes paró y fijó al tercero con lances maestros, realizó un excelente tercio de banderillas y construyó una valiente faena de muleta, intentando prolongar la media arrancada del toro. Ahora sí aplaudió la gente, un poquito nada más, y se puso a merendar. Cuarto y quinto no existieron, sencillamente por la merienda, que atacaba el público sanferminero con la unción del converso. Dentellada al bonito con tomate (Niño de la Capea pegaba un molinete), trago sangría (Yiyo ensayaba el derechazo); entre los aconteceres del ruedo y los de la cazuela, la gente optaba por la cazuela. Otras veces hemos sugerido que la Casa de Misericordia, organizadora de la feria, ha de arbitrar fórmulas para resolver la cuestión del cuarto y quinto toro, que nadie atiende en Pamplona. Como no se trata de que los supriman, pues hacen falta para el encierro y para optar al premio Carriquiri, deberían sacarlos a la plaza estofados, y que los toreros se los merendaran en el ruedo. La presencia, la casta y la nobleza del toro en el plato también puntuarían para el premio Carriquiri. Después saldría el sexto, vivito y coleando, y los toreros, bien comidos, podrían torear con la moral alta. Porque es evidente que no pueden torear con moral ninguna mientras en el tendido hay merendola y un guirigay de mil diablos. Por allá, localidades de sol abajo, rodaban mozos, mientras almohadillas saltaban no tanto del graderío a la arena como desde la barrera a la andanada, igual que obuses. A una turista que se había bebido el pantano, el mozo que le pilló al paso le daba sesión de cine; "la he cogido el hocico con el morro", explicaba él, un tanto sorprendido. Unos cuantos se daban de bofetadas y otros cuantos los separaban dando vivas a San Fermín y vergonzante oficio a la mamá de los contendientes.

Plaza de Pamplona

10 de julio. Quinta corrida de feria Toros de Fermín Bohorquez, bien presentados, flojos. Niño de la Capea: ovación y salida al tercio; silencio. Yiyo: silencio en sus dos toros. Víctor Méndez: ovación y saludos; palmas.

A uno le dio por pasear una pancarta de bolsillo, alusiva a lo duro que es trabajar, por las peñas a través, y donde iba le tiraban lo que hubiera a mano, lo mismo aceitosas magras que agua, y hubo quien le puso de sombrero un bozal. No se daba por vencido, ni aunque lo zarandearan, hasta que alquien le acertó, desde media distancia, un seco mendrugazo en los cataplines. La contundencia del impacto desequilibró al mozo paseante que, al doblar su quejido sobre los mismísimos, perdió pancarta y dejó en paz a los comensales. Una morenaza, bellísima y elegantona, escapaba de los torrentes de sangría que le hacían brillar el escote al sol. Brincando por encima de mozos, neveras y ollas, acabó encontrando cobijo en una barrera, donde aún le cayeron dos cubos de agua más, para que supiera lo que vale un peine. Al cabo de un rato, ya estaba integrada en el nuevo acomodo, y se tiraba al coleto una botella de champán. Los meritorios esfuerzos del Niño de la Capea y Yiyo para sacarles pases a los reservones Bohorquez era sólo anécdota en aquel barullo. Al sexto, que se fue arriba en banderillas, Víctor Méndes sólo pudo prenderle dos pares. Al doblarse por bajo, sorteó gañafones, otros más cuando ensayó el toreo en redondo, y optó por abreviar. Caían almohadillas desde la solanera que no eran expresión de protesta alguna sino la onda expansiva de los estadillos sanfermineros que ponían en ebullición el tendido. Las charangas acentuaban la vibracion de la fiesta, entraron las peñas txikis, como siempre, y el bullicio salió a la calle, para continuar noche adelante, hasta el amanecer y el encierro. Pasabamos el ecuador de los sanfermines, lo cual quiere decir que el Pobre de mí ya va viniendo. Qué. pena.

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