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La historia cíclica

Parece ser que estudió para maestro de escuela en un remoto rincón de un país suramericano. Algunos compañeros de adolescencia, cuando subió al poder, contaron de él cosas peregrinas y contradictorias, mas todos coincidían en que estaba señalado con los signos del elegido. En realidad, una espesa niebla envuelve su pasado. Hoy yace en las cloacas de aquel tiempo sombrío y ni siquiera es recordado en los chistes de los compadritos. Hoy, pues, podemos arriesgarnos a hablar de ese hombre, naturalmente sin pretensiones de exactitud, pero sin incurrir tampoco en la obligada loa ni en el insulto. Lástima que ni Valle-Inclán ni Miguel Angel Asturias llegaran a conocerle personalmente, pues ellos habrían sabido trazar un riel retrato del esperpento al que aludo. Este humilde escribidor se limitará a la modesta tarea de amanuense.Una cosa parece cierta: aunque en las biografías oficiales siempre se habló de él como número uno -premio extraordinario en la universidad literaria de Cocoyán, prestigioso ensayista sobre la obra gnómica y sentenciosa de José Martí, el gran poeta cívico, padre de las patrias de nuestro continente-, no se han encontrado documentos que avalen tales supuestos. En la lejana provincia de procedencia, nadie puede asegurar tampoco que su dedícación a la magia en años juveniles fuera tan intensa y decisiva como aseguran sus panegiristas. Aunque sí es cierto que, en alguna función de beneficencia dada por la Agrupación de Aspirantes de Cocoyán, hizo ante el público una tarde ciertas prestidigitaciones, ante la incomparecencia el nigromante titular, quien, a consecuencia de una extraordinaria borrachera, se dedicaba a la sazón a levitar sobre la sede del Renovado y Glorioso Meneo Nacional, partido entonces en el III Año Triunfal, mientras miccionaba imprudentemente sobre la susodicha sede con los ojos perdidos en el vacío.

Como todos los autócratas suramericanos, osciló entre un reverencial respeto a la cultura -quizá por el hecho de haberla sentido inaccesiblemente lejana- y una confesada afición a las corridas de toros y a mantener a cierta damisela, aristócrata de segunda mano de su nativa Cocoyán, vengándose inconscientemente así de un prepotente estamento local que no le había dado acogida en sus años mozos. Pero cuidó mucho, en la mejor tradición autocrática moderna, inaugurada por Stalin, que su imagen estuviera asociada a un halo de ascetismo. Por eso, aseguró impertérrito ante las cámaras de la televisión nacional que en sus largas jornadas de trabajo, con frecuencia superiores a las 20 horas diarias, le bastaba por todo alimento un pirulí, y de bebida, agua. Ascetismo y refinamiento: trabajo y pirulí. He aquí la imagen que procuró cultivar durante su mandato.

Era, sin duda, un hombre listo. Sabía que para el ignaro pueblo de su país -quizá de todos los países- en el púlpito había sustituido el intelectual al clérigo. De ahí su afán por presentarse siempre como un miembro de la nueva clerecía. De ahí también que le agradara siempre rodearse de esos paniaguados de las letras que nunca han dejado de abundar en todas las épocas y regímenes. Con ese sentido del populismo que a lo largo de la historia ha sido inherente a los hombres de su casta, declaró numerosas veces su amor por la Iibertad bien entendida, su amor por los ancianos y los niños -se hizo retratar con su nieto en un bucólico jardín al que solían acudir a pasear juntos en los días de holganza-; confesó confidencialmente a la prensa del corazón que su vocación frustrada por servicios y obligaciones ineludibles era la de maestrito rural... En ocasiones condescendía a representar el papel de castellano viejo, del zafio bufón que llama al pan pan y al vino vino, y que tan grato le es al vulgo. Mientras, todos sabemos cómo fue el Estado aprisionando con sus tentáculos infinitos el cuerpo social. Hasta esas instituciones que, por su inocuidad honorífica, habían respetado los anteriores autócratas, él se preocupó de controlarlas férreamente. La Academia Superior de la Historia y de las Bellas Letras no concedía plaza ni medalla sin el nihil obstat del Gobierno.

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Para qué hablar de su fin dilatado, otoño interminable del patriarca rodeado de nietos y bendiciones, disuelto el triunvirato que le llevó al poder. De estas interminables historias sabemos mucho en Suramérica y esta página no ha sido escrita sin cierto resignado tedio. El tedio que da el contar una historia cíclica, de la que ya sabemos el final al trazar su primera letra.

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