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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

¡Cória, Coria!

Como coriano de ascendencia y de querencia (y digo coriano, aunque una cierta cursilería local viene sustituyendo de unos años a esta parte esta forma tan tradicional como irreprochable del toponímico por la latinizante y refitolera de cauriense), no puedo por menos de sumarme a la campaña, iniciada en este diario por un anuncio suscrito por la ADDA, contra el toro de San Juan de mi por otros conceptos muy querida ciudad, estimando que todo cuanto se diga o haga contra dicha fiesta no es contra Coria ni contra los corianos -por mucho que éstos puedan al pronto, irreflexivamente, darse por ofendidos-, sino, muy al contrario, a favor de ellos. A los amigos echamos en cara los defectos, que los de los indiferentes o enemigos no nos preocupan tanto.Pero quiero añadir alguna observación. No en el anuncio, pero sí en el artículo La juerga por un animal (EL PAÍS del 23 de junio de 1985) que se hace eco de aquél, se habla de "sadismo colectivo" al respecto de tal tipo de fiestas. Pues bien, la'acusación de sadismo es impropia. Sólo hay sadismo propiamente dicho allí donde el disfrute del torturador viene específicamente del sufrimiento de la víctima, y éste no es el caso de las fiestas de toros en ninguna de sus formas.

Hay, ciertamente, una crueldad objetiva porque el dolor del animal es ignorado, pero no hay sadismo porque el disfrute viene de verse perseguidos por el toro y de burlar su riesgo; disfrute, si se quiere, más estúpido, pero menos perverso. Huelga decir que esto no disminuye en nada la tortura del po-

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¡Coria, Coria!

Viene de la página 13bre animalito ni la maldad de la fiesta, mirada desde su punto de vista.

Pero esta primera y primordial maldad ya la señala la ADDA y yo me limito a suscribir cordialmente su denuncia, para denunciar por mi parte lo que se refiere al punto de vista de los hombres. Es cierto que desde tal punto de vista la artíllería antitaurina debería concentrar su fuego sobre los encierros de Pamplona por ser la cumbre y el paradigma nacional de barbarie semejante.

En aquellos encierros los toros no son martirizados como en Coría, pero lo que se refiere a los humanos iguala y aun supera lo de Coria; y en modo alguno aludo al peligro de sus cuerpos, pues el que logre llevarse una cornada bien merecida-se la tiene, sino a la degeneración humana y cultural que la cultura del toro significa. A lo que me refiero es al culto y al cultivo de la brutalidad, el infantilismo, el machismo y el alcohofismo que comporta toda suerte de encierros y toros de San Juan.

Es absolutamente deprimente oír repetir durante meses la pueril narración y los regocijados comentarios de todo un repertorio de las más nimias, estúpidas y -previsibles incidencias taurinas, sustos, chascos, carreras, tozolones, caídas, gañafones o percances padecidos por este o por el otro, la borrachera (el peo, como se dice en el habla vernácula de Coria) que se cogieron y arrastraron por las calles Fulano, Zutano o Perengano, como si fuesen los hechos más graciosos, felices y admirables que se tengan por dignos de ser inscritos y celebrados en la historia y la memoria de una población.

Por último, los denunciantes de la ADDA no habrían tenido necesidad alguna de esgrimir el ideal de una "España europea" contra la degradante miseria cultural de toda tauromaquia, exponiéndose a que de la parte del españolismo más o menos rabioso y hasta europeófobo les alzasen ,la siempre airada bandera de las sacrosantas tradiciones y el no menos sagrado carácter nacional, pues bien podrían haberles ganado por la mano adelantándose a pasarles por la cara la actitud de la mujer que los más españolistas de los españoles tienen por cifra, por emblema y por dechado de la más pura y excelsa españolez: nada menos que doña Isabel de Trastamara, reina de Castilla, enemiga acérrima,de las fiestas de toros.

Aunque personalmente he sido y seguiré siendo siempre partidario de la Beltraneja y no me falten graves reparos y prejuicios contra Isabel la Católica y su reinado, tampoco me duelen prendas y reconozco que no puedo sino apoyarla cordialmente en su feroz antitaurinismo y su denodada persecución contra las fiestas de toros en su reino como una actitud humana y cultural digna de toda alabanza y que ojalá hubiese tenido un éxito definitivo, pues mucho mejor le habría ido entonces, sin la menor duda, a la triste cultura nacional.-

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